Ultracrepidarianismo político sobre la naturaleza y la economía, una moda perversa



Hace 10 años, cuando se celebraban los 50 años de la OCDE, con quienes los mandatarios chilenos tienen sueños húmedos transversales (políticamente hablando), el Secretario General decía (con voz de mariachi; es mexicano): “Mejores políticas para una vida mejor”. Un mantra para los oídos latinos, y sobretodo para el presidente chileno Piñera (un empresario en bucle a partir del 2019, algo así como “el cuento de la marmota”).
“Mejores políticas para una vida mejor”, promulgaba Gurría (el Secretario General) un nuevo marco cognitivo para construir realidad en el ejercicio del poder. 
“Nuestra estrategia de crecimiento verde […] defenderá una nueva forma de vida: proporcionar un marco político viable en una amplia gama de áreas, incluidas las políticas fiscales, de innovación, comercial, laboral y social, para ayudar a los gobiernos a lograr el cambio más eficiente hacia un crecimiento más ecológico”. A esto sumaba frases “temerarias” al fulgor de la audiencia “Esto nos ha permitido hacer contribuciones revolucionarias”. Una revolución desde la OCDE, comandada por un político del PRI Mexicano, partido que tanto dio que hablar en la esfera de corrupción. Qué diría Zapata.
Una estrategia de crecimiento verde para una nueva forma de vida. Seductor, ¿no? Diez años después, vemos y escuchamos a ciertos personeros militantes de los partidos políticos en Chile utilizando este mantra. Incluso, arriesgando nuevos conceptos como modelos económicos basados en la nueva “economía social y ecológica de mercado”. Corriendo todos los riesgos posibles para seducir al electorado, sin bajarse de los marcos cognitivos de la élite. Algo así como la “social democracia” de Lavín.
La economía social y ecológica de mercado, según sus difusores, se basa en tres principios, en donde se ausenta de manera casual la naturaleza, o como dicen otros “el medioambiente”. Principio 1: autoresponsabilidad y espíritu de rendimiento. Principio 2: solidaridad. Y por último el Principio 3: la subsidiariedad. Ups!, “subsidiariedad”, un Estado subsidiario como el Chileno, ante el cual la sociedad parece que se opone (o por lo menos eso vemos todos los días). Ningún principio sobre cómo se entiende la naturaleza y los límites respecto al crecimiento económico.
Con ello, por un lado, disponemos de “modelos verdes revolucionarios” promovidos a nivel internacional que seducen a los gobernantes chilenos y, por otro, eslóganes locales que hablan de ecología de una manera simple, vaciados de contenido. Una mirada a la chilena, tibia, del nuevo orden de las cosas y desintonizada con los tiempos que vivimos.
Por cierto, lejos estamos de hablar de asuntos más profundos como la participación ciudadana vinculante y aun menos preparados (al parecer) para abordar acciones “temerarias” como el referéndum local. Claro está, nos siguen infantilizando como sociedad. Somos inmaduros para razonar y votar por aquellos asuntos que nos afectan directamente en nuestras localidades. A pesar de que países que, forman parte de las mismas ligas a las que admiran nuestros partidos políticos gobernantes, han avanzado bastante en estas materias.
En una próxima columna hablaremos de ello. Por el momento, me quedo con un sabor amargo, con la imagen proyectada por quienes detentan el poder psicopolítico nacional (creando realidad constante en una sociedad en proceso de cambio). Para qué hablar de ciertas cosas, como dice la canción, la naturaleza la dejarán para “tiempos mejores” o cuando “la alegría llegue”.
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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