La cohesión social no sale gratis… y debemos financiarla



Durante las últimas semanas, a raíz de la pandemia y su consiguiente crisis económica y social, se ha instalado un debate necesario y urgente sobre cómo ayudar a millones de familias afectadas. Para esto se discute sobre los bonos, el alcance (cobertura), duración y los mecanismos burocráticos para acceder a estos.
En paralelo, surge un informe de la Fundación Vivienda y Techo-Chile en el cual se señala que 81 mil familias viven en los 969 campamentos en Chile, experimentando esta cifra un crudo crecimiento de un 74% desde el año 2019. Junto a lo anterior, cientos de miles de familias han visto acrecentada su vulnerabilidad y sus ingresos han caído ostensiblemente.
Como en un mundo paralelo en medio de la mayor crisis de los últimos años, la última publicación Forbes nos indica que las grandes fortunas de Chile han acrecentado su riqueza durante la pandemia en un 73%, entre las cuales se encuentra ni más ni menos que la del Presidente, Sebastián Piñera.

Estas inmensas asimetrías se han agudizado y profundizado en un Chile que ya estalló una vez en octubre y que, de no mediar solución, puede volver a hacerlo con consecuencias insospechadas.
Surge en este sentido la necesidad urgente de trabajar en lograr la tan anhelada y necesaria cohesión social. Es por eso que se extraña en el debate público, sobre todo del Gobierno y la derecha, la disposición a generar redistribución, a generar mecanismos impositivos que permitan financiar tamaña empresa. Se habla de bonos por aquí, por allá, de créditos blandos (en realidad más bien duros), de retiros de fondos de pensiones, de endeudamiento público (1,2 o más puntos del PIB) para salir de la crisis y se deja de lado ir a la médula de nuestro atolladero, el cual es generar las condiciones redistributivas que permitan financiar un Estado de bienestar robusto, que mitigue desigualdades, que genere oportunidades y que construya una sociedad más sana, integrada y feliz.
Todo esto último requiere de dinero concreto y no solo de buenas intenciones, teletones esporádicas y filantropía de baja escala. La cohesión la pagamos todos(as), pero la gran carga deben llevarla principalmente aquellos favorecidos por el sistema. No es baladí reiterar que Chile recauda el 20,7% como porcentaje del PIB y el promedio OCDE es 33,8%, lo que indica que hay espacio para recaudar más y, con esto, financiar la crisis y sobre todo su salida.
Una reforma tributaria profunda, fórmulas de financiación, estímulos a Pymes y el re-rediseño de nuestro modelo de desarrollo, resultan claves para mirar un futuro más auspicioso. Este requerirá consensos, realismo político y solidaridad estructural para mirar de frente a una ciudadanía que espera más.
En este sentido, el impuesto a los “superricos” es solo la punta del iceberg en esta discusión o, más bien, aparece como una señal simbólica de justicia ante tan adversos escenarios, ya que es verdad que este impuesto por sí solo no resuelve el problema y debe ir acompañado con medidas estructurales reactivadoras, crecimiento sostenible y salarios dignos. El actual contexto ha hecho que esta discusión se torne francamente inevitable.
Tenemos, por tanto, que cambiar de mentalidad, construir una sociedad más integrada, cohesionada, en la cual todos(as), indistintamente de su condición social, aportan en la construcción de un Chile mejor. En ese sentido, el problema de Chile No ES que los ricos o más favorecidos tengan vidas de lujos y acomodadas, muchos(as) han trabajado duro para aquello y colaboran al desarrollo del país, generando empleo y oportunidades. El gran problema es la asimetría social de Chile, donde el 1% de la población concentra el 31% de los ingresos totales del país, y estos no tributan igual que en sociedades que queremos imitar. Sumado a eso, tenemos que la mediana de ingreso en Chile no sobrepasa los $401 mil y se da la paradoja que trabajar no te asegura salir de la vulnerabilidad.
Quienes en Chile ostentan el poder económico, tal vez podrían leer al FMI y sus propuestas de financiación a la salida de la crisis, o ver a sus pares en otras latitudes (Jeff Bezos) exigiendo mayores cargas tributarias para ayudar a sus compatriotas a salir del atolladero. Sin embargo, los nuestros evitan el debate, evitan ceder privilegios y prefieren expresar su chilenidad en cuanto evento público existe con una simple piocha de la bandera de Chile en sus solapas, esquivando mezquinamente el rol que podrían tener para ayudar a salir de esta crisis y contribuir a la construcción de una cohesión social que es buena para todos(as).
Nunca es tarde para actuar y espero que esta discusión se instale a la brevedad, por convicciones y no por la simple urgencia coyuntural de afirmar la democracia y nuestra sana convivencia, ante el hervidero de frustraciones, rabias y miedos que se han ido acumulando en nuestra sociedad y que la pandemia simplemente agudizo.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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