Los niños son crueles – El Mostrador



Martín tiene nueve años, es moreno, pero sus compañeros le dicen negro… negro pa’rriba, negro pa’bajo y hacen memes poniendo su rostro sobre ciertos animales. Kira tiene diez años y los ojos rasgados, en el barrio le llaman china cochina. Marcos tiene once años y vive en una residencia, asiste a una escuela pública adonde le roban su colación. Beatriz tiene seis años y una malformación congénita, le llaman featriz y no quieren jugar con ella.
La crueldad infantil nos lleva a examinar si acaso existe en el alma humana una tendencia innata hacia el bien o hacia el mal. Histórico debate que aún no ha sido zanjado por la filosofía ni las religiones. Tal vez, la objeción sea más simple: las niñas y los niños conocen el significante, pero ignoran el significado profundo de las palabras y las cosas. Justamente, durante la época de la infancia están aprendiendo a conocer este complejo entramado que llamamos cultura y lo reproducen, a su modo. Entonces, usan ciertas palabras como si fueran un chiste o hacen ciertas cosas en señal de broma, sin ser del todo conscientes que las palabras y los hechos traen consecuencias y que somos responsables de ello. Se espera que durante el proceso de socialización se aprendan estas reglas del juego, sutilezas que la educación debería llenar de contenido.
Podríamos extrapolar esta discusión hacia la sociedad en su conjunto e interrogarnos si acaso las madres, los padres y las personas adultas somos responsables de nuestro decir y nuestro quehacer y su respectivo resultado. Este tipo de reflexiones moralinas no tienen cabida en un mundo apurado y voraz, donde cada cual hace lo que puede con lo que tiene a su alcance o, como se dice coloquialmente, se rasca con sus propias uñas. Incluso las autoridades han dejado de hacerse cargo de sus discursos y sus prácticas y hoy en día resulta más cómodo o más barato pedir perdón que permiso o pagar una multa que aprender de los errores.
Sin embargo, la infancia sigue ahí, detrás de la puerta, oyendo nuestras conversaciones e imitando nuestros gestos, como si fuera una eterna aprendiz sin descanso, ávida de una mano guía, con el ímpeto de todo comienzo. A la sazón, la crueldad infantil parece ser el triste reflejo de lo que somos: una sociedad indolente y cansada, que no quiere ponerse grave, sino solo reírse un rato de su propia miseria. Al mismo tiempo, la crueldad infantil emerge como una reproducción del trato simbólico y concreto que le damos a los seres más vulnerables o a quienes están en posiciones de inferioridad. En nuestro contexto, la palabra negro, fea o china no son inocentes, todo lo contrario, el mundo adulto conoce perfectamente sus significados y los efectos que producen en determinadas situaciones, también sabe de las nefastas consecuencias que implica quitar una parte de la comida o excluir del juego a quien más lo necesita. En tiempos de pandemia y crisis múltiples es oportuno volver a hacernos esa retórica pregunta: ¿Qué ha hecho Chile por todas las niñas y los niños que habitan aquí? La respuesta es desoladora: bastante poco, me atrevo a decir que somos un país mezquino o, quizás, cruel.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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