Retorno a las cavernas – El Mostrador



La pandemia ha terminado por hacer entrever la posibilidad de una regresión a lo fundamental. Es cosa de pensar en la gente que ha vuelto a la pobreza, al pan y un poco más. Esta involución, penosa por una parte, puede ser también ocasión para progresar en humanidad. El acabo mundi que asoma a veces en el horizonte por la actual catástrofe y otras, puede ser conjurado por un amor mundi, a saber, por una nueva versión de amor de la humanidad consigo misma y con los demás seres.
En la pandemia se han evidenciado más claramente tendencias que hace rato predominan en el mundo actual. Menciono dos. Una tendencia, a la luz de esta frenada brutal de la actividad ordinaria, es la de la aceleración general de la vida. Nos hemos dado cuenta que vivíamos apurados. Pero, apenas cedan los confinamientos volveremos a la carrera por no quedarnos atrás, por ganarle a otros, a competidores. La competencia económica internacional y local apremia todos ámbitos, los de la industria de la guerra, de la producción científica y de las relaciones humanas. Necesitamos velocidad, necesitaremos todavía más. Con Internet 5G venceremos a muchos. Pero la técnica, que por una parte nos permite ganarle horas, minutos, segundos a los demás, se muerde la cola. Es un medio transformado en un fin. Ayudará a correr más rápido, pera a ninguna parte.
Otra tendencia: la misma técnica, que tanto nos ha ayudado a conocer los códigos secretos del universo material, psíquico y social, nos hace progresivamente más incultos. Aparentemente estamos en la sociedad del conocimiento. En realidad, somos cada vez más ignorantes. En la misma medida que aumentan los conocimientos, lo hace nuestra ignorancia. Ahora ya no sabemos controlar una infinidad de fenómenos originados por una multiplicidad de causas. Ya ningún experto tiene una palabra irrebatible ni siquiera en su área de conocimientos. Hemos entrado en una época desconocida. Habremos de avanzar a tientas, orientándonos unos a otros.
Hoy mismo no debiera extrañarnos que las instituciones, desde la familia a la ONU, desde los estados a las iglesias, se vean estresadas, incapaces de responder a las expectativas que las personas se hacen de ellas. La política, por ejemplo, difícilmente se tiene en pie. Le exigimos que se haga cargo nuestro en su conjunto, siendo que los políticos patinan al abordar problemas complejos. Un futuro posible, que no constituye futuro alguno, es desembocar en populismos y dictaduras. Las instituciones religiosas para sobrevivir, otro ejemplo, fácilmente caerán en la tentación de ofrecer instrumentos para una fuga mundi. Retornará el miedo, los dioses serán desempolvados. No faltarán agoreros apocalípticos repartiendo panfletos en las plazas.
¿Cómo viviremos tras la pandemia en tiempos de mayor ignorancia y aceleración de todos los procesos? La imagen de las cavernas es útil porque nos hace recordar épocas en que vivíamos en un mundo muy difícil de descifrar en sus componentes y hostil. En aquel entonces vivíamos al nivel de lo fundamental: la familia, la comida y, de vez en cuando, pintando ciervos en las rocas y los niños en todas partes. Esta experiencia quedó archiva en nuestro ADN. La activaremos en la medida que la vida, ahora para la humanidad completa, se haga precaria, insegura, peligrosa.
Sin embargo, esto no quiere decir que el porvenir deba a ser peor. Hasta ahora la vida ha sido muy mala para inmensas mayorías. Desde ahora lo será, bajo un respecto, para todos. Pero, bajo otro, podrá ser mejor si volvemos a lo esencial, a aquello que no puede faltar, si localizamos a la técnica en el lugar que le corresponde y si entendemos que el crecimiento, el verdadero crecimiento, ocurre cuando compartimos.
El retorno a lo fundamental, evidente en el caso de los pobres que en el último año vuelven al mero pan, nos hará meternos en la cueva para protegernos de un mundo amenazante, pero también será ocasión para compartir el fuego, comer lo suficiente y conversar. La pandemia nos ha forzado a hacerlo. Pero, no nos ha impedido un amor mundi, amarnos, acompañarnos y cuidarnos.
Un asunto decisivo será elaborar una “paideia” (educación) que capacite a niños y adolescentes para aprender a aprender. Ellos debieran saber reconocer lo fundamental y a llevar al apa a los demás. Así lo hacíamos en el Paleolítico. Los niños tendrían que ser adiestrados en la capacidad de tomar decisiones, de elegir rápido y bien, de trabajar con los demás, pues habrá que juntar fuerzas para cazar en manada, y gozar con poco, aunque lo más posible. Será preciso adiestrarse en la resiliencia. Pues los resilentes, aun siendo cavernarios, lamiéndose las heridas salieron adelante y saldrán una vez más.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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