Santiago solidario y global: lecciones de la Fase 1



Y llegó lo que nunca pensamos pasaría.
Casi la totalidad de las comunas retrocedieron a Fase 1 y con ello también nuestra memoria ya que revivíamos la desdichada coincidencia del primer encierro total, al inicio de la pandemia.
Todos queremos volver a algún grado de normalidad, al menos avanzar en la sincronía de las fases y que esta vez no “rebotemos” cual tablero de ludo. Sin embargo nos hace bien mirar un poquito la experiencia de países amigos, que han pasado por lo mismo y que volvieron a salir fortalecidos.
Cómo no ver las tendencias de ciudades como Ámsterdam, Bruselas o Copenhague donde la idea de un piso mínimo en la distribución de recursos debe ser objeto de la acción pública, en todos los niveles territoriales.
Es decir, paquetes de ayuda que cubran necesidades básicas, partiendo desde unidades urbanas y locales reducidas, para luego expandirse en anillos y radios nacionales.
En el caso de Ámsterdam, por ejemplo, el primer paso fue un plan a cinco años, en el que se incluyen medidas muy concretas como la promoción, desde el gobierno de la capital de Holanda, de alimentos, productos y servicios proveídos en la misma ciudad, creando de este modo capacidades locales propias de abastecimiento.
La economista y profesora de Oxford Kate Raworth definió esto como el modelo del “Donut”, donde el contorno externo del círculo corresponde a los límites de los recursos naturales, el contorno interno al mínimo de necesidades por satisfacer y la brecha entre esas dos circunferencias a la franja de seguridad y justicia en la cual la mayoría de las personas debieran poder desenvolverse con ciertos grados de autonomía. Una especie de “economía circular de pandemia”
Pero volvamos a la Región Metropolitana, donde a veces las miradas se vuelcan en exceso, cual niña bonita que cela al resto de sus hermanas regiones. Sin embargo, la pandemia y su experiencia comparada nos han demostrado que han sido las capitales las que suelen padecer un particular estrés en la secuencia progresiva de bloques o fases del Covid.
Aquello se debería a múltiples factores, quizás los más evidentes serían la mayor concentración de población, lo que se refleja en Santiago con mucha dureza en los hacinamientos al interior de hogares, la existencia de distancias largas en recorridos urbanos o la localización de puentes o terminales aéreos que generan mayor flujo de contacto con el extranjero.
Asimismo, es más visible la desigualdad que existe en la forma en que la pandemia golpea a distintos sectores de la ciudad. Estas y otras razones hacen que en muchas capitales la exposición al virus sea alta.
Pero el encierro reincidente y prolongado tiene sus aprendizajes.
Lo primero es el aprovechamiento de la tan anhelada franja deportiva. Estamos seguros de que esa ventana horaria de libertad adiestrará en nosotros una mejor costumbre para el deporte, al hacerlo de manera frecuente y darle un contenido familiar a nuestra búsqueda de endorfinas a través de la actividad física. Así las cosas lo que hoy es un paréntesis en el desencierro mañana será un hábito familiar. Enhorabuena que así sea.
En segundo término, y asociado a lo anterior, el goce del espacio público.
El mismo que en el frenesí del trajín diario pasa muchas veces desadvertido o bien se oculta en el vendaval del tráfico. La cuarentena total ha congelado asimismo, de algún modo, los movimientos y desplazamientos en áreas capitalinas y las ha despejado, haciéndolas nítidas y obvias a nuestros ojos. Hemos vuelto a observar, y no solo mirar, las áreas verdes, plazas y calles de nuestro gran Santiago. Los espacios públicos son vitales para las labores de cuidado y la construcción de comunidades.
Y también está la conciencia del valor de la conectividad.
Las grandes ciudades parecen tener una extraña dualidad entre oferta y rivalidad. Oferta porque suelen concentrar mayores alternativas de bienes y servicios que, a la vez, incitan a la rivalidad en su acceso presencial. Hoy nos hemos visto empujados a los canales virtuales despejando lugares y disciplinando hábitos de demanda ya que pensamos detenidamente lo que necesitamos, al no poder obtenerlo con un brazo desde una góndola o estantería.
Pero el Santiago post encierro nos cambiará para siempre y nos lleva a la convicción de que podemos tener una capital con sello propio, con “marca ciudad” como muchas capitales en el mundo.
Hay tantas cosas distintivas de la RM que disfrutaremos mejor. La maratón de Santiago, sus ferias, plazas y arte callejero; sus conciertos y eventos al aire libre, sus calles reversibles y segmentadas para pedalear.
Pero debemos ir por más y pensar en un Santiago Digital, un Santiago y comunas 3.0, conectadas entre ellos y con el mundo. Una Región Metropolitana donde el Wi Fi sea un verdadero bien público, en las calles, en el transporte, en el espacio comunal. En superficie o en el Metro.
Una conexión que se haga hábito a la hora de acceder al Estado, servicios públicos y municipios, desde cualquier lugar o en tránsito, y que nos permita conocer la oferta de nuestra ciudad y desplazarnos por ella de manera segura e informada. Un Santiago donde la conectividad digital sea un activo democrático tan esencial como reunirse y moverse con libertad, y que se comporte un como un vector integrador en lo social.
Democratizar la tecnología no sólo es un desafío desde la política pública, gestión y financiamiento, constituye además un reto para su pedagogía, ya que esta pandemia nos enseñó que no importa cuan análogos o digitales éramos, hoy por hoy todos hemos aprendido mejor a “sacarle punta” a la virtualidad.
Y por cierto que estos sueños demandarán otros tan ambiciosos como asentar la movilidad y el transporte sustentables de modo universal, mirar con nuevos ojos la rentabilidad social en las concesiones, o tener una política global para incentivar la reinserción laboral, especialmente de mujeres
También están ahí la seguridad ciudadana como un desafío integral de la Región Metropolitana para poder estar en calles y plazas con la misma tranquilidad que en nuestras casas, priorizando un abordaje preventivo y colaborativo de la seguridad, con comunas que trabajen juntas y no compitan entre sí, donde la seguridad sea bienestar, no una restricción permanente, con derechos que se ejerzan y obligaciones que se respeten.
Y por cierto el reto ambiental para hacer de la RM una Región verde donde el agua sea un recurso de distribución equitativa no segregada y que llegue a todos con un mismo estándar. Una ciudad que entregue respuestas colectivas al destino de desechos y localización de vertederos y que no sean siempre los mismos, o unos pocos, los que deban soportar en sus lechos y vecindades los restos de lo que algunos consumen. Una ciudad que sea el punto de partida en la protección de nuestros ríos, valles, montañas, costas y glaciares.
Santiago deberá aprender de sus heridas, de sus diferencias y contrastes para poder ser más humano, innovador, verde y cercano.
Para integrar comunas y promover diálogos entre sus gobiernos locales. No puede ser que el COVID sólo nos de transversalidad para el sufrimiento y no para las soluciones. Que nos ataque a todos al mismo tiempo, pero que unos tarden más que otros en superarlo.
Eso se logra con una gobernanza inclusiva y asociativa que integre y no excluya, que sume y no reste a los 52 municipios, sin importar su ubicación, recursos, identidad municipal y pasado.
Queremos una Región Metropolitana solidaria hacia dentro y global hacia fuera. Que muestre la grandeza de Chile de forma distintiva y que todos la vean cercana, presente y cotidiana aunque esté en el último lugar mundo como reza la canción. Salir de la Fase 1, esperamos pronto, nos dará un cambio de mirada para replantearnos la comuna, la ciudad y la Región en la que vivimos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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