La sinapsis de lo común y el ejercicio de la soberanía democrática



Y si alguno dijera que eran procedimientos extraordinarios y casi feroces los de gritar el pueblo contra el Senado, y el Senado contra el pueblo, correr el pueblo tumultuosamente por las calles, cerrar las tiendas, partir toda la plebe de Roma, cosas que sólo espantan a quien las lee, diré que en cada ciudad debe haber manera de que el pueblo manifieste sus aspiraciones.
Nicolás Maquiavelo.
El terremoto electoral del fin de semana del 15 y 16 de mayo ha producido en el ámbito político varias olas que todavía siguen reventando en la orilla de los partidos.
Por una parte, me pareció (y lo sigo creyendo) que la estrategia elegida y seguida por la derecha chilena no es nueva e implicaba un riesgo, que en dos ocasiones en el siglo XX tuvo resultados catastróficos en términos electorales, para dicho sector político. Por otra parte, es bastante razonable que, si un grupo pierde el apoyo político, aquellos que aparecen vinculados tácticamente a dicha fuerza, también se vean perjudicados por esto. Por lo mismo, los ejércitos auxiliares casi siempre resultan inestables: los une el interés, pero éste depende de la victoria… indefectiblemente. Esta suerte de efecto carambola entre la derecha y la ex Concertación fue la que le infligió la derrota a esta última. Mientras, en el otro espectro político, la “izquierda”, alcanzaba una de las mejores votaciones en su historia política en este país, sólo comparable con el resultado de la última elección antes del golpe de Estado de 1973, donde la Unidad Popular (a pesar de perder) alcanzó un 44% de la votación, en un padrón altamente representativo. Lo que fue una derrota fue interpretado como victoria, en la medida que la UP había crecido casi 10 puntos desde la elección de Allende y que la Democracia Cristiana y la derecha se unieron en la CODE, Confederación de la Democracia, con la intención de obtener 2/3 del Congreso y, con ello, poder destituir a Allende. Pero, lo que partió con el nombre y la apelación a la democracia, los conduciría a un camino sin retorno de apoyo a una de las acciones militares más sangrientas de la historia de Chile contra sus compatriotas, ejercida por parte de las Fuerzas Armadas y de Orden.
El otro momento en que la izquierda alcanzó la presidencia y una mayoría política es con el nacimiento del Frente Popular, en la elección de Pedro Aguirre Cerda. Esa vez, la derecha no se esperaba la derrota de su candidato, Gustavo Ross ni la hegemonía que tendrían las políticas sociales desarrolladas por esta alianza de partidos que iba desde el radicalismo hasta el Partido Comunista, pero apropiándose de banderas que estaban más cerca de la izquierda que de un (supuesto) centro ideológico, aunque los tres presidentes pertenecieran al Partido Radical. En ambas ocasiones, la derecha previamente a las elecciones se oligarquizó, al punto de perder la sintonía electoral y desconocer la realidad de las inmensas mayorías que estaban excluidas. En esos momentos, las ideas de izquierda lograron constituir un imaginario cultural que les dio una hegemonía ideológica sobre las viejas banderas liberales y conservadoras, propias de la derecha. En la actualidad, el desarrollo de una conciencia de clase y de un discurso construido con dicha base y vínculos interseccionales en las luchas feministas, migrantes, medioambientales, entre otras, logró quebrar la hegemonía ideológica articulada en torno a la fantasía de la clase media (tan poco real, que antes de los seis meses de pandemia y parón productivo, ya había caído en la pobreza y la morosidad en deudas “necesarias” para sobrevivir), el ideal meritocrático y la forma de organización individualista de hacer y medir la política, mediante encuestas. Entre otras.
Pero ¿cómo se gestó este proceso de transformación ideológico y la germinal construcción de un bloque capaz de disputar el espacio político institucional? Pero, además, ¿cuáles y de qué tipo fueron los errores analíticos que llevaron a una derrota tan radical al bloque dominante que gobernó el país durante casi 50 años?
Lo primero considero que es impugnar la lectura de lo sucedido el 18 de octubre. En la prensa, distintos analistas políticos, centros de estudio, libros de los siete poderes y otros lugares, se tiende a describir el acontecimiento del 18 de octubre de 2019 como estallido social. A la luz de lo ocurrido desde esa fecha hasta el fin de semana del 15 y 16 de mayo, considero que debiéramos cambiar el concepto y asumir que nos encontramos frente a una rebelión popular que aún no alcanza su mayor nivel de despliegue y maduración. Quiero detenerme en este punto, pues sostener una hipótesis como esta supone explicar a lo que me refiero, pues no estoy inventando la rueda.
Uno de los motivos por los que se considera al 18 de octubre y los 19 meses siguientes como estallido es porque se piensa que fue una explosión de malestar completamente espontánea y, además, porque se tiende a interpretar su inarticulación de objetivos, ausencia de dirección y las tácticas y prácticas políticas en comparación con las formas organizacionales existentes hasta antes de la revolución tecnológica que comenzó después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, los cambios de ella siguen profundizándose en sus principios en forma acelerada hasta hoy: automatización, miniaturización, universalización y aceleración de las formas de vida. Estos elementos han ido redefiniendo la subjetividad, el modo de organización político, la comunicación, la acción en el espacio público, entre los aspectos más relevantes. Las viejas formas organizativas se enfrentaban siempre al problema de que la toma de decisiones en las sociedades de masa, difícilmente podían funcionar democráticamente: es impensable un lugar físico donde puedan deliberar miles o millones de personas y tomar decisiones colectivas. A su vez, en las viejas formas de comunicación el receptor siempre representaba un lugar de poder: era un periódico, una radio (el dial es limitado, por lo que se establecen cortapisas legales para su existencia y funcionamiento), un canal de televisión (pensemos en los dueños de ellos en nuestro país), etc. Pero, no eran sólo un lugar de poder, sino que debían funcionar verticalmente, pues el público, el receptor, sólo podía interactuar limitadamente y por decisión del receptor, por ejemplo, en una entrevista, si le era aceptada una columna de opinión, publicándole una carta al director, etc. Si algo tienen en común todas ellas es la unidireccionalidad, lo que le quita poder al receptor, quien sólo puede no leerlo, no escucharlo o no verlo, con lo que puede traerle un perjuicio económico a cierto canal o radio, pero no puede influir ni cambiar externamente la línea del medio de comunicación. Sin embargo, la revolución tecnológica del siglo XX en el ámbito de las comunicaciones le quitó relevancia a esas formas de comunicación verticalizada y se lo entregó como vía de información, deliberación, debate (insultos, incluso), a las redes sociales y los dispositivos, que multiplicaron la cantidad de emisores de modo exponencial. El ejemplo de más de una campaña exitosa para constituyentes, alcaldes/as y gobernadores/as, que gastando poco dinero, lograron derrotar a otras millonarias y con apoyo profesional, en muchos casos de los considerados mejores en el mercado de las profesiones ligadas a la ingeniería electoral, análisis de datos y estrategias de marketing. Fue una clase de comunicación política de esta nueva subjetividad colectiva (general intellect en palabras de Marx en el famoso Fragmento sobre las máquinas en los Grundrisse) hacia el viejo aparato comunicacional y analítico. Por supuesto, que éste igual tuvo éxitos y logros: perdió fuertemente en los constituyentes, pero no tuvo tan malos resultados en las otras 3 elecciones. Sin embargo, esta derrota ha sido interpretada desde los distintos tipos de funcionamiento que cada una tenía (por ejemplo, Octavio Avendaño en The Clinic así lo señala), obviando las diferencias de porcentajes entre constituyentes y concejales, por ejemplo. Es decir, no explican por qué en constituyentes la derecha obtuvo sólo un 21% de los votos, mientras en concejales fueron 10 puntos más. Creo, por ello, que las razones de la derrota hay que buscarlas en otra parte.
Los nuevos instrumentos de comunicación no nos hicieron más cultos (Sociedad del Conocimiento en palabras de Castells) ni produjeron la transparencia comunicacional (Gianni Vattimo), pero sí permitieron una comunicación fluida entre millones de seres humanos. Y aunque a los filósofos les guste pensar que el interés de cualquiera será el conocimiento, lo cierto es que la mayoría de nosotros/as, probablemente, usamos emocionalmente los nuevos instrumentos de comunicación. La gente mayoritariamente no es neutral emocionalmente ni en Twitter, ni en Facebook ni en Instagram ni en ninguna red. Por eso, aunque usemos las redes para informarnos, la toma de posición respecto a esa información no se encuentra en ella, sino en nosotros/as. Y uso la tercera persona no por casualidad, pues lo que configura esta emocionalidad colectiva es la posibilidad de construirse opiniones, coordinar acciones, organizarse, desahogar la rabia que producen las contradicciones del sistema. De las cuales no es la menor cuando un Presidente multimillonario se hace más rico en el año que la inmensa mayoría de las y los chilenos se hacen más pobres, pero sale incluyéndose entre quienes han sido afectados por la crisis de la pandemia. Esa acción termina siendo interpretada como otra burla más desde el poder, lo que deja más en evidencia el conflicto de clase, inherente a la relación capital – trabajo. Este ejercicio de reflexión colectiva en caliente reduce el impacto de la estrategia usada por el poder instituido a través de las noticias falsas (fake news) y los bots, debido a su no pertenencia a la comunidad comunicativa que instituyen dichas redes. En una época normal, sin agitación política o de baja intensidad, estas redes se centran en intereses particulares, significativos para los grupos de referencia, pero no disputan con los medios hegemónicos. Sin embargo, estos grupos, en el caso de la juventud chilena de las últimas dos décadas (pongo como hito el Mochilazo del 2001), han identificado sus grupos de adscripción y referencia con temáticas políticas, en la medida que el sistema político se desentendió de temas cotidianos, como la supervivencia material, la educación necesaria para sobrevivir (y que no se entrega en la escuela), las redes de salud comunitarias que permiten a miles de chilenas y chilenos enfrentar enfermedades y otras dolencias de salud (por ejemplo, haciendo rifas solidarias) e incluso el mero “apañe” para sobrellevar el día a día en medio de una sociedad profundamente desigual, donde los problemas son puramente individuales y terminan por convertirse en sufrimiento psíquico. Más que tener una función informativa, denotativa, incluso connotativa (que, por supuesto la tiene), el tipo de mensaje que se da en estas redes es apofántico, apela a la reafirmación de la comunicación, es decir, no tiene otro fin que dar una señal de que se está ahí. Pero, la materialidad de la comunicación es la propia vida práctica y cotidiana. El encuentro en el territorio, en la práctica común, en la acción colectiva. Contenido material y cotidiano que se convierte en mensaje que se reafirma en otras redes, en otros sujetos… como una especie de sinapsis colectiva.
Las dos semanas previas al 18 de octubre mostraban tres cosas bastante evidentes para quienes somos usuarios de metro y transporte colectivo. En primer lugar, que nos enfrentábamos a un conflicto político y que la represión policial sólo lo iba a exacerbar. En segundo lugar, que ante esa conflictividad, el enfrentamiento iría aumentando e involucraría cada vez a mayor cantidad de personas (principalmente jóvenes), pero quienes no acudirían a protestar de modo individual, sino con estas formas organizacionales del cotidiano: una barra futbolística, un piño, un colectivo, un grupo de raperos/as, entre muchos otros. Y esto me lleva a lo tercero, como ese cotidiano está atravesado por la contradicción capital – trabajo, que el neoliberalismo exacerba mediante la privatización de los bienes comunes, de los servicios públicos, de los recursos naturales, por nombrar los más relevantes; la competencia y el exitismo (el paradigma del winer); la lógica subsidiaria y la focalización del gasto, entre otros rasgos; estas organizaciones se politizan y politizan la vida cotidiana, sacándola del espacio de la ideología, entendida como reproducción y racionalización de las relaciones económicas dominantes. La evidencia de la continuidad entre el ciclo político iniciado el 2001 por la juventud popular (El Mochilazo, buscando nuevas formas de organización al comenzar el siglo XXI. En: De Actores Secundarios a Estudiantes Protagonistas. Quimantú, 2010). y la elección de constituyentes de 2021 queda en evidencia cuando observamos el sentido común que derrotó a la derecha y a la Concertación. La mayoría de las propuestas agitadas desde la Lista del Pueblo, la Lista de los Movimientos Sociales, las listas de las asambleas territoriales, así como las del pacto Apruebo Dignidad, no son nuevas, se encuentran en las distintas luchas sociales, de todo tipo, que han llevado las zonas de sacrificio, las mujeres, quienes padecemos el secuestro en las AFP, las y los estudiantes y, por supuesto, los pueblos originarios, que apelan a una identidad distinta, pero que tiene como enemigo o antagonista político, el mismo sistema y partidos políticos contra el que se ha movilizado la sociedad chilena. Las dos semanas previas al 18 de octubre no fueron sólo un llamado a saltar los torniquetes en el sentido material del término, sino a pasarle por encima a una forma institucional que (ahora lo sabemos fehacientemente) representaba apenas a un quinto de la sociedad.
También, las acciones ocurridas desde entonces, van desde el corto plazo a proyecciones de décadas, lo que muestra que hay una capacidad colectiva (pero, no dirigida por una fuerza política) capaz de aquilatar tiempos, estrategias, tácticas, acciones y formas de organización diversas. Ejemplos de objetivos de corto plazo son la convocatoria a la marcha del millón, la elección de Plaza Dignidad como espacio a recuperar políticamente, la desmonumentalización de los símbolos del poder oligárquico y el ataque a las empresas sancionadas por colusión, la institucionalización del día viernes como día de protesta, etc. Pero, también hay acciones de mediano plazo como interpretar correctamente algunos de los principales elementos leoninos del acuerdo del 25 de noviembre, que en un inicio beneficiaban a los partidos políticos. En la medida que una gran cantidad de población considera responsables e incluso corruptos a dichos partidos (y políticos), para permitir la participación de independientes era necesario que pudieron unirse en listas, que se rebajara la cantidad de firmas para inscribir candidatos/as, etc. Todas lecturas que no se quedan en lo meramente operativo, sino que tienen proyecciones de mediano plazo, como quedó en evidencia en la elección. Pero, considero que uno de los ámbitos más relevantes como objetivo de mediano plazo ha sido el desarrollo de las fuerzas morales, en palabras de Clausewitz. Esto se ha logrado con la construcción de símbolos (matapacos, Plaza Dignidad, 1ª línea, etc.), de una mística (organización, lucha callejera contra las fuerzas represivas, redes de apoyo a presos políticos, etc.) y devolviendo la idea de futuro a la sociedad, en el sentido de algo distinto y mejor que un presente marcado por la tragedia y el horror de las violaciones a los DDHH. En este ámbito de mediano plazo y tiempos, antes de llegar a lo electoral ya habían brotado espontáneamente las asambleas y cabildos barriales. Sin embargo, en su maduración muchas de ellas no lograron sobrevivir por las contradicciones entre las prácticas tradicionales del sistema político, donde tiende a primar el “figurismo”, las lógicas patriarcales, la instrumentalización por parte de otras orgánicas, etc. versus otras prácticas y formas de hacer política que, como ya señalé, considero que se construyen desde lo cotidiano, el cuidado y el encuentro. El mandato neozapatista de mandar obedeciendo, el reconocimiento de la asamblea como lugar deliberativo y de resolución política, la democracia directa (que es una idea despreciada por la aristocracia intelectual desde antes que Platón o el pseudo-Jenofonte la trasladaran al papel), la revocabilidad de los cargos, entre otras prácticas, para desarrollarse, requieren acción. Las contradicciones que, tal vez, podrían haber terminado por desgastar completamente a las asambleas y cabildos, por efecto de la crisis sanitaria, las obligaron a hacerse cargo de la vida material, de la supervivencia, por lo que se constituyeron como fundamento moral de una praxis política: ollas comunes, redes de apoyo. Pero, no se quedaron ahí, sino que fueron capaces de construir un programa político sustentado en las banderas de las distintas luchas, pero que muchas veces será defendido en la convención constitucional por representantes de aquellas organizaciones que las agitaron y sostuvieron. Desde la disputa simbólica por Plaza Dignidad hasta la defensa de la naturaleza, desde los derechos reproductivos hasta los laborales, pero que transversalmente, tienen un horizonte de futuro común al proponerse instituir prácticas de democracia directa en la nueva Constitución. Este objetivo político está en correlación directa con esta organización horizontal y democrática que ha venido instalándose desde hace dos décadas en las luchas sociales.
Lo cual me lleva al último punto. Si las tácticas usadas por el movimiento constituyente del pueblo organizado han sido tan variadas como la disputa de la calle, la participación en elecciones, el levantamiento de ollas comunes, el caceroleo, la solidaridad activa con las y los presos políticos y la capacidad de desactivar las trampas jurídicas del orden instituido, avanzando incluso a niveles inéditos a nivel mundial (como la paridad de género de los integrantes de la convención constituyente), es porque a pesar de no haber dirección, existe coordinación; porque a pesar de no existir programa en el sentido tradicional, existe un proyecto que se ha ido levantando desde los territorios y las organizaciones en conflicto con el extractivismo, la privatización de los derechos básicos (educación, salud, pensiones, etc.), la violencia patriarcal, entre muchos otros. Este proyecto alternativo, sustentado en energías limpias, donde la inversión previsional está al servicio del desarrollo del país, con paridad de género en todas las direcciones de las instituciones estatales y privadas, sustentado en derechos sociales garantizados y con infraestructura y condiciones óptimas (por ejemplo, a nivel escolar, hospitalario, en la atención primaria, con jubilaciones dignas) y donde el capital no tiene secuestrado al sistema político, no puede ser sólo una linda declaración en el papel. Las constituciones son expresión de la correlación de fuerzas que existen en cierto momento de una sociedad. Y, es esto lo más relevante del proceso de maduración desarrollado por la rebelión popular en marcha: existe clara conciencia de los errores y fracasos sucedidos en otros países de Latinoamérica. Algo hacia lo que Raúl Zibechi quiso advertirnos  con palabras fuertes como tumba de la revuelta. Sin embargo, discrepo por dos razones de este temor de nuestro compañero uruguayo. En primer lugar, pues no consideró al proceso chileno una revuelta, entendida en el sentido de Hakim Bay de una Zona Temporalmente Autónoma, por lo que señalé antes acerca de los objetivos y la construcción de largo plazo, lo que cuestiona el carácter espontáneo. Pero, fundamentalmente por las diferencias existentes en las formas de organización política entre otros países de Latinoamérica y Chile. La forma de partidos, sindicatos, federaciones estudiantiles, organizaciones poblacionales, etc., son distintas en cada lugar. La experiencia de la Unidad Popular, sustentada en una extensa organización, es difícilmente observable en Ecuador o Bolivia durante el siglo XX. Sin embargo, como el tema es muy complejo, sólo señalo mi discrepancia sin extenderme en un análisis mayor.
Lo que me parece algo a tener en cuenta es el peligro de las viejas prácticas organizacionales y su capacidad de mimetizarse y enquistarse en lo que está naciendo, aunque por la amplitud de dicho tema, espero abordarlo en un texto específico.
Como cierre, nunca está demás recordar lo señalado por Maquiavelo para no achacarle la fatiga moral de las clientelas de los partidos políticos de la derecha y la ex Concertación ni la descomposición moral de sus organizaciones, a lo que está desarrollando la sociedad chilena experimentalmente. Para el florentino los seres humanos no cambian, pues están acostumbrados a que la fortuna les sonría comportándose de la misma forma. La dupla Paula Narváez – Heraldo Muñoz y la alianza de la derecha con el Partido Republicano, a pesar de su derrota, dan cuenta fehaciente de lo material y real que aún resulta su pensamiento para interpretar el presente y no confundir lo viejo con lo nuevo que está naciendo.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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