Exclusividades, inclusividades – El Mostrador



A propósito del día del Patrimonio, es de interés destacar que, en el desarrollo de Santiago, la hacienda Meiggs —ubicada al sur poniente de la ciudad, propiedad de empresario ferrocarrilero Henry Meiggs— fue loteada a mediados del siglo XIX y urbanizada con calles de empedrado, alcantarillas e instalación de luz eléctrica. Allí se instaló la burguesía santiaguina en lujosas mansiones y palacios construidos por prestigiosas firmas de profesionales.
De este modo, es posible reconstruir una escena europea belle époque, del barrio más lujoso y exclusivo de Santiago, comprendido entre las avenidas España al poniente, Blanco Encalada al sur, Alameda al norte y Manuel Rodríguez, al oriente. Este sector, cuyo nuevo boulevard fue la avenida República asfaltada con macadam, conformó, junto con el barrio Dieciocho y Yungay, el núcleo residencial de las clases altas, disfrutando además de la vecindad del Club Hípico, la Quinta Normal de Agricultura y el Campo de Marte.
Devinieron la crisis del salitre, la Primera Guerra Mundial, los desmanes de la huelga de la carne y la bancarrota de la bolsa en Nueva York, y las familias burguesas fueron abandonando el barrio y sus residencias a riesgo (como sucede en muchas otras ciudades del mundo) de ser vandalizadas, tugurizadas, y en el peor de los casos, demolidas. Sin embargo, algunas de estas lograron sobrevivir y en 1992 el Consejo de Monumentos Nacionales la declaró Zona Típica, con 68 edificios de interés patrimonial. Hoy son testimonio de una arquitectura residencial de gran calidad espacial, opulencia y notable diseño, además de una construcción en completa sintonía con sus habitantes.
El aspecto notable es que, desde los años 80, el barrio se fue ocupando por centros de educación superior y, en consecuencia, se convirtió en el más inclusivo de la ciudad, donde acuden más de 200.000 estudiantes de la más variada y diversa procedencia y condición. No obstante, las universidades se han ocupado de manera especial en preservar y conservar estos patrimonios edificados, lo que ha permitido que por muchos de sus pasillos y salones transiten estudiantes y académicos.
 
Esta mutación histórica de exclusiva a inclusiva, provocada por la “estampida” de las clases acomodadas, según relata Roberto Merino en su crónica sobre el barrio República, creó una condición muy particular:  la de habitar monumentos que, a diferencia de los museos, no son solo “contemplables”, sino “usables” en la vida cotidiana de las futuras generaciones. En fin, uno de los pocos lugares de la ciudad donde se aprende con historia.
 
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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