Chile despertó y la derecha también



Esa es la extraordinaria frase con que Pablo Longueira nos anunció su segunda o tercera resurrección política.
Con ella, el “coronel en retiro” de la UDI celebró como propio el triunfo del democratacristiano Claudio Orrego sobre Karina Oliva, evitando de ese modo lo que llamó “el Olivazo”.
Lo extraordinario de la frase, sin embargo, poco o nada tiene que ver con su contenido político de Perogrullo, que trata de realzar la póstuma inteligencia de la derecha, que se unió para votar por lo que consideraba el mal menor. Lo extraordinario de ella es que evidencia de modo indiscutible la distancia que separa a la elite de derecha con el resto de Chile. Al menos, con el casi ochenta por ciento que no votó por ella en la elección de constituyentes y la dejó prácticamente sin gobernadores.
Al escuchar a Longueira es imposible no pensar en la no menos extraordinaria anécdota ocurrida hace algo más de cien años atrás, cuando el entonces Presidente de la República, Pedro Montt (1906-1910), le dirigió una carta a su par argentino, Roque Sáenz Peña, firmada a nombre del “Gobierno, la sociedad y el pueblo de Chile”.
La “sociedad” era en esa época el nombre que la élite se daba a sí misma y a los espacios en que sociabilizaba. Estos incluían los viajes a Europa, las ópera y zarzuelas en la Teatro Municipal, las veladas en Club de la Unión, las carreras del Club Hípico y, por supuesto, las tertulias en los salones de los palacios que la aristocracia criolla se hacía construir en el centro en las ciudades o en sus haciendas.
Aristocracia que, amparada en sus negocios y en una supuesta superioridad moral, daba rienda suelta a una vida de lujos y establecía a una distancia insalvable con el pueblo.
Parte fundamental de su actividad era la política, como una ocupación complementaria, en la que coordinaba sus diversos intereses económicos y sociales. Decidor es que las sesiones ordinarias del parlamento chileno durante el siglo XX se realizaron siempre entre el 21 de mayo y el 18 de septiembre. Dos fechas que marcan grandes hitos de apariencia marcial, pero que en realidad se ajustaban estrictamente al período en que no se desarrollaban trabajos agrícolas relevantes y, por lo mismo, se podía abandonar el campo con tranquilidad. Ello le permitía dedicarse con el mayor entusiasmo a lo que Alberto Edwards llamó, refiriéndose a la política, el “juego veneciano”. O, a lo que el historiador Guillermo Feliú Cruz denominó “el deporte de la oligarquía”.
Al escuchar las palabras de Pablo Longueira, quien con orgullo expresa la distancia que separa a su sector del resto del país y con desdén habla del Chile que despertó, es difícil no pensar en la aristocracia de comienzos del siglo XX.
Seguramente ya no son los salones del Club de la Unión, los palcos del Teatro Municipal, el Club Hípico o las calles del barrio República donde hoy se roza la “sociedad”. Esos lugares se han desplazado a Cachagua, Choshuenco, La Dehesa y otros sitios y espacios geográficos que no viene al caso mencionar.
Lo que sí está claro es que la distancia continúa igual y se cultiva con empeño, expresando la indolencia o, al menos, el escaso interés en hacerse parte de las vidas, sueños y dolores de ese Chile que despertó.
Dicho sea de paso, la carta de respuesta del Presidente Roque Sáenz Peña a Pedro Montt, fue firmada sólo a nombre del “Gobierno y el pueblo argentino”.
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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