“Pisagua, 1948” de la historiadora Verónica Valdivia: una narrativa de la historia profundamente humana



“Pisagua, 1948. Anticomunismo y militarización política en Chile”, de Verónica Valdivia Ortiz de Zárate (LOM, 2021), se concentra en un momento histórico político de Chile en el cual había llegado a la presidencia Gabriel González Videla, radical, con el apoyo, entre otros, del Partido Comunista. Una de las primeras virtudes de este libro es la inclusión de contextos, unos específicos de nuestra realidad y otros que entregan un panorama del mundo en ese momento, de las relaciones de poder y movimientos que surgieron con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, marcando el futuro planetario hasta nuestros días, en términos de control económico, político, cultural, social, ideológico.
Por ejemplo, se señala la “intromisión estadounidense en el aparato estatal del país, especialmente en el militar, y la participación de empresas extranjeras en la identificación de los futuros trabajadores detenidos, nacionales y extranjeros (p. 66); época también de la Guerra Fría, que caracterizaba con claridad a los “enemigos”.
Por otra parte, a lo largo del libro se mantiene muy viva una relación estrecha entre los hechos y las personas, lo que apunta a una concepción de la historia que releva cómo esos hechos marcan -a veces para siempre- a las generaciones que les tocó vivirlos, en cualquiera de sus dimensiones. Así, se construye una narrativa de la historia que la releva como profundamente humana, ligada a las vidas cotidianas, donde las fuerzas en movimiento giran en un eje de exclusión – inclusión, que se mantiene vigente hasta hoy.
No muchos recuerdan este periodo, los viejos comunistas murieron, pero mi generación creció bajo el rumor de conversaciones que hablaban del traidor, las torturas, la muerte, vivir ocultos, la Ley Maldita, historias de atravesar por pasos perdidos para salir del país… como lo hizo Neruda. La desconfianza de muchos en el candidato y las sospechas de que algo así podía pasar. Y, como siempre, los aparatos represivos poniéndose rápidamente en movimiento para hacer su tarea.

A fines de 1947, la huelga del carbón fue el primer pretexto para detener y relegar a los mineros, con sus familias, al puerto salitrero de Pisagua, habilitado como campo de concentración. Para ello, se ocuparon barcos de la Armada, como un ensayo previo de lo que volvería a pasar, en una dimensión inimaginable, 25 años después. En esos años, la gran masa de detenidos, relegados, torturados, estaba formada por obreros, dirigentes, profesores, militantes y autoridades políticas, mayoritariamente hombres, pero también mujeres.
Los diarios de la época son una fuente fundamental en la elaboración de este libro. Especialmente en el norte del país, había muchos, entre ellos, un número importante ligado al mundo obrero, los que constituyen un tesoro que permite descubrir y profundizar en la vida y las ideas de quienes trabajaron en las labores extractivas mineras, y ya entonces luchaban por la posibilidad de construir un mundo distinto.
Desde la sociedad civil y política y desde las propias organizaciones obreras se forman diferentes Comités de ayuda. “El 24 de octubre de 1947, en Santiago, ‘un grupo de ciudadanos de convicciones democráticas (…) bajo la presidencia de don Carlos Vicuña fundaron el Comité de Solidaridad y Defensa de las Libertades Públicas, al cual se incorporaron más tarde numerosas instituciones y personalidades, y se entregaron con ahínco a la tarea de cohesionar las fuerzas populares, detener y derrotar la represión. La lucha por la disolución del Campo de concentración de Pisagua, vergüenza y maldición para el pueblo de Chile, y por la ayuda y defensa de millares de presos y relegados. demandó inmensos esfuerzos que contaron con la simpatía y la colaboración de amplios sectores de la ciudadanía’”. (Cita de Solidaridad, p. 53; Director de este diario era, precisamente, Carlos Vicuña Fuentes, destacado abogado e intelectual de la época, de profunda vocación democrática).
Desde diferentes lugares del país se fueron formando comités y subcomités integrados por fuerzas políticas y sociales no necesariamente “amigas”, (muchos eran declaradamente anticomunistas), pero tuvieron la madurez necesaria para unirse en pro de la defensa de las libertades y las garantías constitucionales, de la democracia, en definitiva. Anteriormente, se habían opuesto a la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo en 1927. Explícitamente, el libro señala el rol central de la imprenta en la resistencia comunista, encarnada en prensa clandestina, panfletos, folletos de todo tipo. A través de los medios impresos se continuaba expresando la voz de los comunistas.
“Pisagua, 1948” entrega también una visión muy amplia y estructurada de las represiones sufridas por el movimiento popular en el siglo XX, las que fueron apoyadas por “la aplicación sistemática de la Ley de Seguridad Interior y la declaración de distintos estados de excepción que le permitieron al Estado reprimir, de forma ilegal e inconstitucional. La recurrente violencia estatal fue subsanada, posteriormente, con leyes de amnistía o indultos presidenciales. La Ley de Defensa Permanente de la Democracia habría sido parte de esa tendencia represiva histórica” (p. 84).
“Comunista” y “comunismo” son palabras que hoy inundan la prensa y muchos medios de comunicación, como si tuvieran un gran poder, por supuesto, al “servicio del mal”, ya que encarnan y resumen todo aquello y aquellos que solo buscan ejercer la violencia, la dominación, destruir el orden social, atentar contra la democracia… Ya desde antes de 1948, en los años 30 fue tomando forma una postura excluyente que definía como delitos muchas prácticas propias del ser ciudadano, del ejercicio de la ciudadanía, para las que adscribía castigos como reclusión, extrañamiento, dentro de un marco legal que buscaba limitar la expresión de ideologías que pusieran en riesgo las concepciones que eran validadas por los grupos de poder.
Durante casi cien años, la derecha chilena -fundamentalmente- ha ido construyendo y tipificando al comunismo como su gran enemigo político e ideológico y, a la vez, elaborando soportes legales que le permitan ejercitar todas las formas de exclusión posibles. No sorprende entonces, lo afincado de este pensamiento, ni comprobar que ha sido asumido como parte de las empresas familiares, ya que en estos 100 años los grupos siguen representados con los mismos apellidos y declaran la misma finalidad: defender la democracia.
En relación a las Fuerzas Armadas, se señala que, en el siglo XX, a menudo eran enviados a las regiones más alejadas del país con la misión de reprimir las manifestaciones obreras. Los argumentos de autoridades, personeros de gobierno, militares, se sustentaban en frases y afirmaciones como “agresiones del exterior”, “dirigentes nacionales del comunismo criollo”, “elementos extranjeros de la misma tendencia”, todo lo cual confluye a ambientar un escenario de peligro, temor, incertidumbre. De la misma manera en que la dictadura cívico militar de Pinochet llamaría apremios a la tortura, en los años 40 se hablaba de traslados para referirse a las relegaciones o detenidos en campos de concentración.
Sin duda, “Pisagua, 1948”, resume, expande e interpreta con gran lucidez un periodo de la vida del país en el siglo XX, pero que hemos visto repetirse, porque como piezas de un juego, siempre listas para desempeñar su rol cuando es requerido, están, entre otras, las figuras que se definen como intrínsecamente anticomunistas y se aseguran de atar hilos legales, políticos, sociales para limitar/excluir a quienes representarían una amenaza y un peligro reales para sus posesiones y sus vidas.
Amparados en la Constitución de la época (1925), y en la declaración explícita que hace respecto al que el Presidente de la República es el generalísimo de las fuerzas de tierra, mar y aire, es decir, es su jefe supremo, las Fuerzas Armadas justifican su rol en tareas de control social, de detección y neutralización/eliminación de los “enemigos internos”; el establecimiento de Zonas de Emergencia, en su origen creadas para responder a ataques externos, permitió la represión a los movimientos obreros, sindicales, campesinos, legitimándose la intervención militar para combatirlos.
Este libro es uno de aquellos que debería ser leído por todos nosotros, porque no es fácil entender los caminos de la historia, sus cruces y sus derivaciones. Abarcando un periodo preciso de nuestra historia -como su título lo indica- antes he dicho que “expande”, porque muestra un tejido social complejo, que se repite a través de nuestra historia. Y en el que un porcentaje pequeño de la población (el más rico), puede poner a su servicio aquellos poderes del Estado que deberían estar al servicio de la sociedad en su conjunto. Este mismo grupo privilegiado ha controlado esos poderes y la legalidad que los ampara, utilizándolos siempre a su servicio.
En un momento tan importante como este, en que estamos acompañando con atención y esperanza al grupo de 155 constituyentes en su gran tarea de creación de una nueva Constitución, poniendo fin a la instaurada en dictadura por el mismo pequeño y poderoso grupo de siempre, sería importante que este libro fuera conocido por ellos, porque señala las concatenaciones que hacen posible ignorar los deseos y necesidades de la mayoría, acentuando las estructuras de extrema desigualdad que vemos hoy.
La nueva Constitución debería cautelar que, por ejemplo, las Fuerzas Armadas no puedan transformarse en fuerzas represivas para los habitantes del país, solo porque un determinado sector los sindica como enemigos internos. Las grandes enemigas de la democracia son las desigualdades que tocan aquellos ámbitos fundamentales para la vida humana, y que se producen cuando la Constitución deja de considerar como derechos válidos para el conjunto de la sociedad, la salud, la educación, la vivienda, el trabajo, la cultura, la seguridad social.



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