A 20 años del atentado a las Torres Gemelas: una historia de múltiples fracasos



Ante la impactante noticia de la conquista de la capital afgana por los Talibanes en estos días, ha resurgido el fantasma de la famosa Guerra contra el terrorismo y su fatídico corolario. Este 11 de septiembre se cumplen 20 años del ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono en Estados Unidos. Los que vimos por televisión ese impresionante atentado terrorista quedamos conmocionados por la espectacularidad, muchos inmediatamente supimos que los atentados traerían consecuencias y así fue.
En septiembre del 2001, siendo yo un estudiante de pregrado, quedé impresionado por dos cosas: primero, por lo ya señalado, la espectacularidad y por constatar que EE. UU. no eran invulnerable. El segundo motivo, es que el día anterior a esto había tenido la oportunidad de asistir a una charla sobre islam en la universidad donde estudiaba. Aquella charla la dio un importante líder musulmán latinoamericano y para mí fue un enorme descubrimiento, como la mayoría de los chilenos no sabia nada sobre aquella religión y lo que escuché aquella vez me dejó gratamente sorprendido. Al día siguiente fueron los atentados y comenzaron las consecuencias negativas a manifestarse en todo el globo, incluso en Chile. Un piloto de avión se negó a despegar desde el aeropuerto de Santiago porque entre los pasajeros estaba este líder musulmán que yo había conocido el día anterior.
Esto que relato muestra que estos atentados solo trajeron como consecuencias una serie de fracasos rotundos. El primero y más obvio es que EE. UU., como represalia a los ataques, invadió Afganistán con el pretexto de perseguir al grupo Al Qaeda, que se había adjudicado los ataques del 11/09. EE. UU. no tuvo mayores problemas para tomar el país y hacer huir a los Talibanes de la capital, pero desde ahí comenzó una interminable guerra contra talibanes y otros grupos insurgentes que refugiados en las montañas afganas y logrando moverse entre la frontera pakistaní, lograron dar un dolor de cabeza constante a la mayor potencia mundial. EE. UU. nunca logró estabilizar del todo el país del centro de Asia, su política de cambio de régimen probó ser errada y quienes más han sufrido son la población afgana que no ha logrado tener descanso desde la invasión soviética a fines de la década de los 70 del siglo XX.
Luego vino Irak el 2003. Con el pretexto de que Sadam Hussein conservaba un programa de armas de destrucción masivas, que a todas luces había culminado al menos una década antes. Otra acusación que resultó ser absolutamente falsa era que el régimen de Hussein apoyaba a Al Qaeda. No hay que ser experto en Medio Oriente para saber que esa acusación era absurda, Hussein era un dictador de raigambre nacionalista, tercermundista y socialista, en las antípodas ideológica de los saudíes y egipcios de Al Qaeda. La secuela de esta invasión unilateral, que contravino el derecho internacional, fue un reguero de sangre y violencia infernal. Irak paso de ser uno de los países más desarrollados de Medio Oriente en fuente de inestabilidad regional, cuyo paroxismo fue el mal llamado Estado Islámico, que se nutrió de muchos antiguos miembros del ejército iraquí.
El siguiente fracaso en menos evidente, pero no menos radical, se trata del fracaso de la economía de mercado. EE. UU. confío en que la reconstrucción de Medio Oriente sería la oportunidad de inyectar, a la fuerza, una dosis de mercado que modernizaría la región. Esto ha sido un gigantesco fiasco porque ni las licitaciones fueron competitivas, ni la solución de mercado ha significado mayor progreso social. La pobreza y la desigualdad han aumentado en los países represaliados. Pero hay otra dimensión de este fracaso al que se le debe poner atención: los miles de millones de dólares que EE. UU. invirtió en invadir dos países y aumentar su potencial bélico. El premio nobel de economía Joseph Stiglitz (2008) señaló que esta guerra significó un antecedente importante para la crisis económica global del 2008-2009, por el costo de oportunidad, ya que esa ingente cantidad de dinero se pudo usar para financiar ayudas sociales o paliar la crisis. El fracaso del neoliberalismo y su cerrazón ideológica basada en que el mercado es la mejor forma de modernizar una sociedad ha sido un formidable fracaso.
Otro revés es el del multiculturalismo liberal, que se ha basado en la tolerancia entre culturas más que en la convivencia entre culturas diversas. Las sociedades del Norte Global han recibido a regañadientes a las olas de migrantes desde el Medio Oriente, la idea que se impone es que estas personas deben adaptare a la cultura nacional del país de acogida. Este modelo no problematiza la idea de cultura nacional, pero tampoco repara en que para el desarrollo civilizacional la convivencia entre culturas ha sido históricamente fundamental. Este multiculturalismo basado en la tolerancia mezquina ha resultado en resentimientos, desconfianzas y desprecio, más que en convivencia fecunda. Gran parte de esas desconfianzas son consecuencia de la desinformación orientalista emanada desde diversos agentes que han promovido la falsedad del choque de civilizaciones.
Por último, el fracaso del sistema internacional de estados que viene de la post Segunda Guerra Mundial. Un sistema que ha mostrado estar agotado. Se requiere una refundación, para eso es fundamental democratizar el orden global, tomando en consideración la diversidad cultural.
Es claro que estos veinte años han sido complejos para el mundo y Medio Oriente, esperemos que se tomen algunas lecciones.
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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