COVID-19 y depresión: ‘problemas’ de salud mental vs. ‘trastornos’ de la salud mental



Este tiempo de pandemia ha significado una verdadera montaña rusa emocional. El encierro, el impacto de las medidas sanitarias y la sensación de vulnerabilidad constante sin duda han afectado nuestra salud mental. Los seres humanos experimentamos un amplio repertorio de emociones, pensamientos y conductas en nuestro continuo intercambio con el medio. Todas estas conductas nos ayudan a adaptarnos a nuevas condiciones y, a la vez, comunican a otras personas nuestros estados internos. Por ejemplo, en situaciones de pérdidas personales, es esperable que exhibamos tristeza, falta de energía, pensamientos negativos, entre otros cambios. Todas estas reacciones nos pueden ayudar a cambiar de metas o a reemplazar la pérdida. Ahora, tales reacciones también pueden advertir a los cercanos de la necesidad de ayuda. Sin embargo, cuando la respuesta es desproporcionada respecto a la causa, especialmente en relación con su duración y/o intensidad, se considera más bien un estado patológico, una situación que podría implicar ayuda profesional.
En la actualidad hemos observado que expresiones esperables de cansancio, desánimo o tristeza frente a condiciones adversas derivadas de la actual pandemia parecen estar recibiendo la etiqueta de ‘depresión’. El caso es que el término ‘depresión’ se asocia habitualmente a la búsqueda individual de ayuda por parte de un profesional de salud mental y soslaya la capacidad del propio individuo de superar la situación y las responsabilidades sociales en el origen del malestar.
La depresión es un cuadro clínico complejo con diversas consecuencias en lo mental y lo social. En el contexto de la actual pandemia, se han publicado numerosas investigaciones diseñadas para detectar síntomas de malestar psíquico en la población general usando escalas o encuestas abreviadas aplicadas de forma remota. Los resultados son luego presentados como evidencia del aumento en los casos de depresión y son posteriormente difundidos sin mayor análisis por los medios de comunicación.
¿Debería preocuparnos el alto número de personas con reacciones emocionales intensas durante el tiempo de pandemia? Por supuesto, sin embargo, esto no implica necesariamente que estas personas presenten trastornos psiquiátricos.
La salud, incluyendo la salud mental, refiere a un complejo estado de equilibrio flexible para el individuo y no solamente a la ausencia de enfermedad. Por ende, es posible que la salud mental se vea afectada por un amplio conjunto de factores individuales y sociales que originan “problemas de salud mental”, pero no necesariamente “trastornos (enfermedades) de salud mental”. La confusión entre ambos conceptos genera problemas para la investigación, la acción terapéutica y la implementación de políticas públicas específicas. Pero, además, produce una sugestión en la ciudadanía que termina confundiendo e, incluso, empeorando ciertos casos problemáticos.
Además de un uso más riguroso de términos y conceptos de la especialidad por parte de los medios y los mismos investigadores, es necesario rescatar la importancia del juicio clínico, especialmente en los casos en que es menos evidente la diferencia entre la normalidad y la patología, como también el ser capaces de abordar el sufrimiento psíquico desde un enfoque más amplio, como contrapeso a una creciente medicalización de la sociedad.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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