Hacia una nueva reinserción internacional



El lamentable deterioro de nuestro país ocurrido durante la presente administración también se vio reflejado en nuestra Política Exterior. La percepción internacional de aquel país exitoso que, desde el retorno a la democracia progresaba sostenidamente y alcanzaba mejoras relevantes en múltiples índices de Naciones Unidas cambió drásticamente a partir de las primeras manifestaciones del estallido social. Chile fue noticia a nivel mundial y, junto con ello, sus vulnerabilidades fueron objeto de los más diversos análisis externos que cuestionaron su sostenibilidad.  Ya nadie se impresiona con la realización de una postergada gira presidencial a Europa, la que sido percibida, más bien, como una necesaria señal de cortesía por parte de los anfitriones junto a su esperanza de un futuro distinto.
Este retroceso se ha manifestado de diversas formas. Más allá de la retórica oficial, es evidente que estamos crecientemente distanciados de nuestros vecinos.  La no suscripción del Acuerdo de Escazú que Chile había impulsado, junto a Costa Rica, desde el inicio del proceso negociador con el objetivo de facilitar el acceso a la información pública y promover la participación ciudadana en las políticas medio ambientales, como también nuestra marginación del Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular ahorran cualquier comentario.
Más allá de estos y otros bochornosos episodios, salta a la vista la necesidad de reaccionar cambiando los paradigmas de una antigua forma de practicar la diplomacia que definitivamente quedó superada. Esta vez nuestra reinserción pasa por una profunda revisión de nuestras prioridades. Lo sucedido estos años nos deja lecciones insoslayables que implican un cambio de agenda.
La urgencia para contrarrestar el flagelo de la pandemia y sus consecuencias constituye la primera prioridad a la que deberemos abocarnos, impulsando una estrategia internacional que permita crear una infraestructura global para enfrentar los duros años que se avecinan para nuestra región. Ya no basta con proclamar a los cuatro vientos nuestro exitoso esquema de vacunación y observar cómo nuestro entorno se las arregla como puede.
Para ello es menester impulsar decididamente una estructura de multilateralismo sanitario que potencie de manera relevante el rol de la Organización Mundial de la Salud y sus agencias especializadas a fin de concertar políticas públicas con un estrecho grado de conectividad, cooperación e interdependencia. Es necesaria una firme voluntad proactiva en la promoción de acuerdos vinculantes que hagan factible un retorno a la normalidad, se reabran coordinadamente nuestras fronteras y se restablezca nuestra necesaria interconexión con el mundo.
La segunda prioridad que también requiere una acción urgente y concertada en el ámbito exterior es la necesidad de preservar la sustentabilidad de la madre tierra.  Cuidar el futuro de nuestro planeta es un deber ineludible y ello debe realizarse en forma colectiva por la comunidad internacional.
Chile debe asumir sus responsabilidades, tanto internas como externas y cumplir de manera efectiva con la normativa medioambiental, desplegando políticas destinadas a reducir las emisiones, impulsar el desarrollo de tecnologías sustentables, considerar la economía verde como parte integral de nuestro proyecto de desarrollo e implementar una eficaz acción diplomática para coordinar acciones en resguardo del medioambiente global.
Otra prioridad que reviste urgencia es el desarrollo científico y digital, materias emergentes que debemos incorporar prioritariamente a nuestra acción exterior. Si consideramos que en los próximos años vamos a tener un incremento sin precedentes en la velocidad y amplitud del conocimiento científico y tecnológico y observamos cómo la inteligencia artificial está rediseñando el mundo a una velocidad asombrosa, no podemos continuar con una estructura de nuestra representación exterior que claramente no responde a esta nueva realidad.
Hay que adaptar los instrumentos que tenemos y crear nuevas líneas de trabajo con el objeto de lograr el desarrollo de una Diplomacia Científica que deje de lado agregadurías obsoletas que sirven para pagar favores políticos menores, pero que no significan un aporte real al desarrollo de esta área fundamental para nuestro país.
Dentro de ese marco, se debe promover la creación en Chile de un Centro Internacional de Datos de última generación que cuente con científicos y profesionales altamente capacitados para establecer una planificación de acciones concretas que permitan beneficiarnos de las nuevas tendencias y progresos que se verifiquen en el mundo en materia de ciencia y tecnología.
Es evidente que nuestro país tiene una economía interdependiente y en cierta medida globalizada. Los paradigmas tradicionales se entrelazan hoy con nuevas tendencias que incorporan elementos que van más allá que el mero crecimiento y que tienden a lograr mayores niveles de igualdad, participación y progreso social. Ello nos obliga a evolucionar desde una economía fundamentalmente extractiva hacia una creciente industrialización, en lo que el sector externo tiene una tarea principal.
Sólo una diplomacia moderna, inclusiva e igualitaria, que trabaje en estrecha relación con el territorio y con los distintos sectores de la actividad nacional, que cuente con herramientas digitales de vanguardia y con personal profesional, capacitado y comprometido hará un aporte real al desarrollo de Chile. Lo demás es música. Y de la antigua.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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