Reflexiones posibles sobre el rol del Banco Central ante el fracaso de la idealización ortodoxa



La decisión del Banco Central de elevar la Tasa de Política Monetaria (TPM) ha hecho resurgir el viejo debate acerca del rol que debe tener este organismo. Como suele suceder en economía, es posible identificar dos posturas en pugna: la mirada ortodoxa – es decir, la escuela neoclásica – y la heterodoxa. La primera defiende una perspectiva de estricto control inflacionario y una política monetaria independiente de la política fiscal. La segunda se articula como una serie de reacciones críticas a estas ideas. Por ejemplo, desde el neokeynesianismo existen propuestas de un Banco Central alineado con la política fiscal y desde la Escuela Austriaca se promueven fórmulas privatizadoras.
El objetivo de este breve texto no es, por cierto, cerrar la discusión, sino, por el contrario, abrir una reflexión en torno a ella, pues contiene importantes elementos de análisis que conviene sacar a la luz. Aquí mencionamos dos: uno epistemológico y otro político-económico. En cuanto a lo primero, la disputa entre ortodoxia y heterodoxia es un problema para una disciplina con pretensión científica, pues la ausencia de consenso en torno a asuntos fundamentales despierta sospechas sobre el tipo de conocimiento que ella puede construir. Considerando el caso que tratamos: si una escuela económica propone un Banco Central unifuncional, otra propone políticas económicas coordinadas y una tercera sugiere privatización, ¿qué sabemos realmente sobre política monetaria más allá de ciertas relaciones básicas entre precios y masa monetaria? Esta pregunta nos lleva a desvelar la cuestión medular del asunto epistemológico: la ortodoxia, aunque dominante, es un enfoque y no un dogma, es decir, nos provee de datos, modelos y teorías, pero no de la verdad. Esto ocurre, entre otras cosas, porque la economía como disciplina no puede escapar a factores morales o ideológicos. Más aún, en el corazón mismo de la economía mainstream reside una teoría moral del comportamiento humano: la teoría de elección racional (TER).
Esta última afirmación nos conecta con el segundo asunto, el político-económico. Sobre la base de la TER, la economía ortodoxa ha pretendido explicar la realidad y ofrecer recetas a través de modelos macroeconómicos que suponen agentes perfectamente racionales, con información completa y maximizadores de utilidad. Tales modelos altamente idealizados han fracasado estrepitosamente. Como han señalado célebres economistas como Paul Krugman o Joseph Stiglitz, la crisis financiera global de 2008 demostró la incapacidad estructural de estos modelos para anticipar fallas en los mercados y para predecir crisis endógenas, por lo que su idoneidad para inspirar el diseño de futuras políticas públicas ha quedado en entredicho.
Teniendo en consideración ambos asuntos, esto es, que la economía ortodoxa es apenas un enfoque entre otros posibles y que dicho enfoque ha engendrado modelos que la cruda realidad ha desmoronado como castillos de arena, ¿no será necesario, o tal vez urgente, examinar la política monetaria para identificar qué elementos ideológicos están operando tras los revestimientos técnicos del enfoque económico dominante?, ¿no será tiempo de cuestionar el estatus totémico del Banco Central para debatir, con toda la seriedad correspondiente, acerca de su rol? ¿No es el proceso constituyente la oportunidad histórica para entablar esta discusión y así comenzar a pensar en una institucionalidad económica incrustada en el entramado social y, en consecuencia, inspirada y guiada por objetivos genuinamente públicos?
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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