Votación del reglamento: la más loca de todas las semanas



El lunes sesionamos de manera telemática. Muy pocos se apersonaron en el edificio del Congreso. Según la Ramona, “el hemiciclo daba lástima”. 
La mitad de los integrantes del Colectivo Socialista estamos en cuarentena. El viernes 24 de septiembre, los de regiones fueron enviados a una Residencia Sanitaria. Como suponen que es la variante Delta, el encierro durará catorce días. La presidenta recomendó al resto no asistir, salvo que sean de la mesa directiva. 
A las 9.30 hrs., nos conectamos por zoom. Muy pocos lo habían hecho antes, y ahora estábamos todos. Arrancó como una actividad escolar. Tallas iban y venían. “Primera vez que los veo sin mascarillas”, dijo alguien, y lo cierto es que salvo los fumadores que afuera conversan a cara descubierta, casi ninguno había visto el rostro completo de los demás. Mandíbulas más anchas de lo esperado, o más filudas, transformaban enteramente la percepción de sus dueños. “Así que así eras”, comentó una convencional. 
Las voces se sobreponían unas a otras. A un cierto punto, colapsó el zoom. La versión en que nos encontrábamos, al parecer gratuita, sólo resistía 120 participantes. La presidenta Loncón nos pidió salir y entrar con un nuevo link. Constanza Hube, de la UDI, levantó su cachorro recién llegado para que lo viera Isabel Godoy, del pueblo Coya, quien se apuró en poner a su perro frente al computador para responderle. Se sonrieron mutuamente, mientras los demás cuadros multiplicaban las interacciones con esa ansiedad liceana de curso sin profesor. La Ale Pérez mostró unas tizas enormes que había comprado en el Jumbo; Fuad Chaín contó, a propósito de pizarrones, que una vez el profesor de derecho romano, don Fidel Reyes, le había arrojado un borrador en clases para que se quedara callado. Andrés Cruz, que hasta la semana antes chorreaba una barba por los bordes de su mascarilla, ahora figuraba sin ella y enteramente rasurado. Baradit llegó con un corte de pelo tendiente a lo mohicano, provocando un breve debate entre partidarias e irónicos. La presidenta Loncón pidió orden para desearle feliz cumpleaños al quechua Wilfredo Bacian, pero se multiplicó la batahola. Solo la voz del secretario John Smock consiguió silenciar a la asamblea. Ya circulan memes por las redes que muestran a “don John” como un maestro zen capaz de enfrentar huracanes con la misma expresión y tono que dedica a un recién nacido. 
Si bien nos habían advertido que debíamos bajar en el teléfono la aplicación para votar, no todos la tenían activada, algunos habían olvidado su clave de acceso y la mayoría no la sabíamos usar. Hicimos unas pruebas y, al escuchar las mil dificultades, imperfectos e inquietudes que despertaban, aposté que esto no funcionaría. Pasada una hora, Betsy Gallardo le preguntó al secretario en cuánto rato comenzaríamos la votación. “En diez minutos”, respondió John Smock. Dicho y hecho. 

Señor secretario.
¿Quien habla?
Bernardo de la Maza, señor secretario.
Diga, convencional De la Maza.
Mi sistema de votación sigue con la imagen de la vez anterior.
Pruebe apretando “refrescar” en la esquina superior derecha de su pantalla.
Muchas gracias, señor secretario.

Señor secretario.
¿Quién habla?
María Trinidad Castillo, señor secretario.
Qué sucede, señora Castillo.
No sé cómo recuperar mi clave para votar.
Espere un momento señora Castillo y un técnico se pondrá en contacto con usted.
Muy amable, señor secretario.

¿Se habrá registrado mi voto, señor secretario?
¿Quién habla?
Giovanna Roa, señor secretario
Su voto ha quedado perfectamente registrado, convencional Roa.
Muchas gracias, señor secretario.

Durante las primeras votaciones remotas de la jornada, fuimos muchos los que quisimos constatar, a continuación de emitir el voto, si éste había quedado registrado. Dada la rapidez con que se sucedían, bastaba una ligera distracción para que uno dudara si seguíamos en la misma votación o ya estábamos en la siguiente. La frase que de manera ritual repetía John Smok justo antes de cerrar cada convocatoria –“¿Votaron las señoras y los señores convencionales?”- bastaba con ir al baño para que no quedara claro si era la misma u otra.

Señor secretario, habla XXX y quisiera dejar constancia que voté “Rechazar”, cuando en realidad quería “Aprobar”.
Muy bien, convencional XXX, quedará en acta.
Muchas gracias, señor secretario.

Esta solicitud, y su versión contraria, se repitió muchísimas veces durante esa jornada del lunes y todo el resto de la semana.  Si alguien pedía corregir su voto, John Smock le explicaba que eso no era factible, pero “quedará constancia de su error en actas”, agregaba con paciencia y autoridad al mismo tiempo. 
Entre el lunes y el miércoles terminamos de aprobar el Reglamento General con sus casi 350 indicaciones. En su artículo 94 quedó consignado definitivamente el criterio de los 2/3 para la ratificación de las normas constitucionales y en el artículo 101 establecimos que para modificar este quórum, también se requerirá la aprobación de “dos tercios de las y los convencionales constituyentes en ejercicio”. Aunque algunos todavía sostengan que este debate estaba de más, porque lo acordado había sido establecido de antemano por la reforma constitucional que le dio lugar a la Convención, lo cierto es que una vez ratificados por el pleno los artículos 94 y 101, así fuera a regañadientes de la órbita comunista, el famoso quórum en disputa quedó legitimado desde adentro y desde afuera. Ese miércoles, antes de dejar el zoom, la mayoría festejó que por fin tuviéramos un Reglamento, pero entre los parabienes que iban y venían, aquellos que habían puesto la lucha contra los 2/3 al centro de sus reivindicaciones, hicieron sentir su descontento. Isabel Godoy se despidió con un lamento y un refugio: “me voy frustrada, lo pasaré con el pueblo”. Manuel Woldarsky, que hasta aquí representó la causa octubrista tapándose un ojo, soltó su nuevo grito de batalla: “¡nuestro reto es transformar, no reformar!”. “Yo no me voy nada de feliz -dijo Alejandra Pérez mientras los aplausos colmaban la pantalla- porque hemos constatado que tenemos una nueva derecha”. Se refería a la unión de fuerzas que consiguió sacar adelante este acuerdo: FA, Colectivo Socialista, INN, Lista del Apruebo.
También ratificamos las 7 comisiones temáticas en que se distribuirá la discusión constitucional: 

Sistema Político, Gobierno, Poder Legislativo y Sistema Electoral.
Principios Constitucionales, Democracia, Nacionalidad y Ciudadanía.
Forma de Estado, Ordenamiento, Autonomía, Descentralización, Equidad, Justicia Territorial, Gobiernos Locales y Organización Fiscal.
Derechos Fundamentales.
Medio Ambiente, Derechos de la Naturaleza, Bienes Naturales Comunes y Modelo Económico.
Sistemas de Justicia, Órganos Autónomos de Control y Reforma Constitucional.
Sistemas de Conocimiento, Ciencia y Tecnología, Cultura, Arte y Patrimonio.

El convencional César Valenzuela, ex dirigente del movimiento pingüino (2006), antes de saberse contagiado por la variante Delta, se dedicó a “pirquinear” -como llamamos acá la búsqueda de apoyos en lugares donde no sabemos si existen- para sacar adelante su idea de que cada convencional participara de dos comisiones, una orgánica y otra dogmática, y así evitar los estancos, las capturas y la incomunicación. Aunque sus esfuerzos llevaron a muchos a temer haber contraído la enfermedad, César no consiguió contaminarlos ni con el Covid ni con su propuesta. Cunde el convencimiento, entre ciertos abogados de la Convención, de que lo verdaderamente importante se juega en la definición del sistema político, y allí es donde se han concentrado buena parte de ellos. 
Lo cierto es que uno de los errores del período que termina, fue la falta de coordinación entre las comisiones de instalación. Costaba mucho saber qué ocurría en las que uno no participaba, y la muy desigual integración de todas ellas -talentos y energías no quedaron bien barajados- ayudaron a concentrar las desmesuras: comisiones que tenían por objetivo solucionar capítulos del Reglamento General, llevaron a cabo verdaderos tractatus o cuerpos normativos que fueron muchísimo más allá del encargo. La de Ética, como incluso buena parte de sus miembros reconocen para callado, “se pasó varios pueblos” y terminó estableciendo un código de comportamiento casi tan extenso como el Reglamento General y, aunque el pleno corrigió varios de sus excesos -la obligación de actuar con “fraternidad y sororidad”, por ejemplo-, no consiguió quitarle del todo ese aire totalizante, inquisidor y monástico, muy ajeno al ejercicio político, democrático y liberal de un proceso constituyente que apenas durará un año.
El riesgo de que esta vez, cuando el objetivo que nos mueve es convenir un texto conjunto, cada comisión pretenda llevar adelante su propia constitución, no es nada de bajo. Abundan atribuciones cruzadas entre unas y otras y, durante esta semana de votaciones incesantes, había conceptos que cualquiera fuera el contexto en que asomaran, pocos osaban discutirlos: pueblos -con la especial y curiosa repetición de uno hasta ayer enteramente ignorado, como los afrodescendientes-, buen vivir, transparencia, género… La convicción de que a la protección de los Derechos Humanos ahora debe añadirse la de los Derechos de la Naturaleza también quedó consignada por doquier: “división política con criterios ecosistémicos”, “justicia ambiental” y cambiar la “relación campo ciudad” por una nueva manera de entender la ruralidad de manera auto explicativa. 
La discusión constitucional por comenzar arranca con el establecimiento de dos ejes revolucionarios: el reconocimiento de una diversidad cultural que no acepta cosmovisiones hegemónicas y de la naturaleza como entidad autónoma, de la que la humanidad forma parte y no simplemente explota.  Cómo procurar los recursos suficientes para solventar las mejorías sociales que la población espera, sin lesionar la libertad individual ni la generación de riquezas ni la convivencia ecológica que el planeta requiere para subsistir en tiempos del calentamiento global, es el reto medular de este proceso constituyente. Si el mundo nos mira con atención, es porque nuestro desafío no los deja indiferentes. Para resolverlo con éxito, es fundamental que los distintos conocimientos y miradas confluyan. Sin combaten entre sí, y cualquiera de ellas se impone sin consideración a las demás, fracasaremos.
Acabo de recibir un whatsapp de nuestra presidenta Elisa Loncón. Me dice: “recordemos a cada instante EL RESPETO”. A continuación me reenvía un mensaje que le envió cierto convencional de derecha cuyo nombre me guardo, justamente por respeto, donde le dice: “Querida Elisa: me ha dado inmenso agrado verte dejar la testera para hablar como una constituyente más. Valoro mucho tu gesto. Aprovecho de felicitarte por tu gran comportamiento como nuestra presidenta, tu incansable trabajo y tu elección como mujer destacada por la revista Time. Un gran abrazo y todo mi cariño”.
No será fácil, pero vamos bien encaminados.



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