Amarillos e izquierda vandálica – El Mostrador



En una feria de Peñalolén me dijeron que no votaban por Boric porque era “amarillo”. 
Leo a Ottone, quien afirma que Boric es de una izquierda radical, pobretona teóricamente; pero que además tiene una izquierda más a la izquierda de Boric, de tipo “vandálica” y anárquica. Afirma también, de modo bien acrítico, que “los primeros 30 años fueron los mejores de Chile”. 
Es interesante evaluar si existe pobreza teórica sólo en la llamada izquierda radical, pues la derrota del proyecto de la “vía chilena al socialismo” puso en cuestión la validez o debilidades de la teoría de la “vía pacífica” en su implementación concreta. Por una parte, la teoría ortodoxa sobre el socialismo de Estado, burocrático y opresivo –que Ottone alabó en una etapa–, evidenció su fracaso luego de la caída del muro de Berlín, tal como la teoría socialdemócrata y su adaptación en la “tercera vía” lo hizo con T. Blair y Ricardo Lagos, con el entusiasta apoyo del propio Ottone –que mostró más apego a la modernización neoliberal que al socialismo democrático–, comprobando su frustración. Por otra parte, en América Latina también hay un fracaso de las teorías revolucionarias de “asalto al poder por la vía armada” (y Nicaragua demuestra que las armas en sí mismas no son revolucionarias) y de la “teoría” del socialismo del siglo XXI, devenido en crisis sociopolítica y autoritarismo. 
En otras palabras, las viejas recetas no funcionan. La teoría sobre la superación del neoliberalismo está en pleno proceso de construcción sobre la base de las experiencias más diversas y ello no es pobreza, sino apertura a las teorías críticas que en esta época están influidas por un pensamiento innovador provenientes del feminismo, la descolonización, el pensamiento y cosmovisiones indígenas y la revalorización de lo territorial y de la naturaleza como un actor clave en la sobrevivencia y calidad de vida de la especie humana. Las teorías totalizantes u omnicompernsivas están en retirada o al menos, bajo sospecha.
Pareciera ser que hay cierto pensamiento “moderado” y “nostálgico”, que aún se guía por los esquemas y clasificaciones sesenteras del siglo XX, en medio de un capitalismo informático, especulativo y depredador. El “progresismo” no ha entendido que el planeta tierra no da para más, que está reaccionando a la voracidad del extractivismo (vía neoliberal de evitar la crisis en su tasa de ganancia), transformándose en un actor clave para cualquier modelo de sociedad, lo que requiere de nuevas teorías que salven a la especie humana de su propia muerte y por ello es necesaria una izquierda radical, que no es lo mismo que violenta o populista.
Construir un concepto como “izquierda vandálica”, para así situarse como la “izquierda democrática”, es un juego peligroso, pues al unir dos cuestiones diferentes, una política y otra delictual, legitima la idea que ha pretendido instalar la derecha y el gobierno, que las manifestaciones de protesta social son producto de un “enemigo poderoso”, de una “izquierda vandálica”, con lo que autoriza a tratar a la izquierda radical que hace uso del derecho a protesta pacífica y social como formas de la libertad de expresión y organización, a la par que delincuentes. Algo parecido al coctel de terrorismo, narcotráfico y delincuencia que levanta el gobierno para reprimir la causa mapuche y deslegitimarla socialmente, en una mezcla de todo y que no resuelve nada.
Otra cosa es el anarquismo, que nunca se llevó bien con la izquierda marxista ni con los movimientos sociales institucionalizados. La teoría anarquista sobre el Estado o sobre los métodos terroristas, no es compartida para nada por la izquierda, sea esta radicalmente reformista, revolucionariamente democrática o simplemente reformista. Ni Marx, ni siquiera Lenin, Rosa Luxemburgo (asesinada ya sabemos por quien), para no decir Gramsci, Mariátegui o Recabarren, estuvieron con esas posturas anarquistas, que bajo la pretensión de un discurso libertario sometían al pueblo a la anomia del más fuerte.
Es poco fructífero inventar categorías de análisis, sin sustento empírico, para fundar una propuesta “amarilla” en el sentido de una moderación vivida por 30 años y que nos trajo a la situación actual. Es preferible, reconocer la crisis teórica que azota al pensamiento tradicional que se afirma a categorías y un mundo que se desvanece ante nuestros ojos. La obligación está en aportar más que en la nostalgia.
Desde esta perspectiva, le diría de modo simple al ciudadano de la feria, que él no es un izquierdista vandálico pero que está des-ubicado; que Boric no es el amarillo aunque sí pertenece a una izquierda radicalmente moderada y que, ¿no serán Ottone y los nostálgicos los “amarillos”?

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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