Lecciones de la historia para un balotaje crucial



Más allá de sus procedencias familiares, existe un vínculo histórico que une estrechamente a Radomiro Tomic y a Gabriel Boric. Este lazo es el desafío que ambos comparten y las dificultades prácticas y políticas de llevarlo a cabo. Es el reto que Tomic identificó en 1970 bajo la idea de “la unidad política y social del pueblo”. Hoy, Gabriel Boric se enfrenta a este mismo examen, y de su capacidad para superarlo dependerá el destino político del país en un largo período, con consecuencias imposibles de estimar.
Durante las elecciones presidenciales de 1970, el candidato de la Democracia Cristiana, Radomiro Tomic, levantó un programa electoral cuyo contenido coincidía ampliamente con el de Salvador Allende. Aunque en muchos aspectos era más gradualista, en algunos se podría decir que era más innovador que el de la Unidad Popular, especialmente en la perspectiva de la autogestión de las empresas por las trabajadoras y los trabajadores, elemento que revela la fuerte influencia en Tomic de las ideas del socialismo autogestionario de Yugoslavia, y que hoy han vuelto bajo los enfoques modernos de la economía colaborativa, “donut” y las redes de producción peer-to-peer. 
Se sabe que la mañana siguiente de las elecciones del 4 de septiembre Tomic visitó a Allende. Fue una conversación sincera, donde el candidato DC se puso a disposición del candidato ganador para lograr su ratificación por parte del Congreso. Más aún, Tomic le propuso a Allende que llamara a la DC al Gobierno para generar estabilidad y garantizar las mayorías parlamentarias que se necesitarían para lograr los grandes cambios que se proponía, y que Tomic también consideraba necesarios. 
En esta propuesta Tomic no tenía intenciones dobles o mezquinas. Toda su campaña se basó en una idea central que repitió sin vacilaciones: «Desde 1970 en adelante el dilema se abrirá quemante y claro… No me tiembla la voz para decirlo: o emprendemos una revolución democrática y popular dando forma a un inmenso esfuerzo de participación del pueblo para que Chile alcance otro horizonte y un nuevo destino, o el colapso institucional dividirá gravemente a los chilenos contra sí mismos…». Esta frase, lanzada al inicio de su campaña presidencial, deja en claro la disyuntiva radical que Chile enfrentaba.
Es necesario sacar lecciones de la historia. «Con Tomic ni a misa», fue la respuesta de Luis Corvalán, secretario general del PC. La actitud del PS no fue diferente. Por otro lado, dentro de la Democracia Cristiana la postura de Tomic no era unánime, al contrario. El sector más conservador ya estaba tejiendo puentes con la derecha y empujando los caminos hacia lo que sería la Confederación de la Democracia (CODE). Las investigaciones históricas han revelado, además, que las dificultades para un entendimiento entre la DC y la UP se vieron enormemente dificultadas por injerencias externas, tanto de los Estados Unidos como de la URSS, que interpretaron el proceso chileno en claves propias de la Guerra Fría. En la práctica se impuso un veto recíproco, lo que fue determinante para el desenlace del 11 de septiembre de 1973, y los 17 años de dictadura que padecimos. 
Tomic era plenamente consciente de lo que significaba la ruptura de la unidad política y social del pueblo, y lo resumió en su famosa frase: “Cuando se gana con la derecha, es la derecha la que gana”. Poco se ha dicho del contexto de esa afirmación. El excandidato presidencial la hizo en el Plenario Nacional del Partido Demócrata Cristiano del 7 de abril de 1973, evaluando los resultados de las elecciones parlamentarias del 4 de marzo de ese año. Su análisis era: “La lección es clara: la alianza electoral con la derecha favorece a la derecha, pero no a la Democracia Cristiana. La razón es tan comprensible como definitiva. Hay una proporción muy importante de chilenos cuyos intereses concretos, cuyas formas de participación en la vida social y económica del país, cuyos ideales y cuya visión del porvenir son contrarios a la derecha y al capitalismo. Cuando quedan ’embotellados’, como lo fueron entre la CODE y la UP, pierden un cauce propio para expresar su adhesión a una política de izquierda que, sin ser marxista, está efectivamente comprometida con la sustitución del capitalismo y con la creación de una nueva sociedad de trabajadores”.
El “embotellamiento” político que denuncia Tomic vuelve a aparecer en el presente. La fuerza de un pueblo que busca transformaciones con tanta claridad como el 78% alcanzado por el Apruebo de 2020, se ve constantemente tensado por las diferencias y rupturas que anteponen sectariamente los diferentes partidos y sus intereses más estrechos. El resultado se muestra como una merma inmensa a la capacidad de articulación de una mayoría sólida y consistente para lograr los cambios que se deben alcanzar.
Gabriel Boric tiene el deber de mirar la historia y encontrar en Tomic las enseñanzas de lo que debe impulsar en este mes de campaña. Y los partidos, empezando por la Democracia Cristiana, deberían recuperar su tomicismo más auténtico y anteponer todas las mezquindades pasadas o a las ofensas recíprocas, y volver a asumir que es imposible dar solución a los problemas fundamentales de este país sobre la base de un pueblo dividido.
 
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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