Obra «El ladrido de las mariposas»: la soledad de lo sensible



Cierto tipo de obras artísticas, especialmente aquellas que se fueron desarrollando a principios del siglo XX, no buscan organizar su discursividad en un sentido lógico, sino que se articulan a partir de generar estados emotivos. Así, la pregunta de “¿qué quiere decir?” o la muy próxima “¿de qué se trata?” comienzan a dejar de tener sentido y se deslizan, más bien, otro tipo de preguntas: “¿qué está haciendo el artista?” o “¿qué me pasa frente a esto?”. Son obras, entonces, que no apelan al discurso lógico, sino a la expresividad emocional, tan pura como sea posible.
“El ladrido de las mariposas” es una obra teatral que, podríamos decir, sigue esa línea articulatoria y, aunque es posible comprender el discurso que subyace en ella en términos racionales, no es ese el punto central del trabajo, sino la progresión emotiva, sensorial, humana, que hay en ella.
La dramaturgia y dirección son trabajos de Mauricio Pesutic y, ambos, de muy buen valor. Por una parte, el texto -en primera lectura- tiene una serie de filiaciones con el absurdo, especialmente, diría yo, con Beckett mucho más que con Ionesco, sin embargo, más allá de esta primera similitud, es posible seguir los diálogos que Pesutic entrega, como una extensa hilvanación poética de cuestionamientos, sensaciones, referencias, en torno a la existencia, marcada por el golpe militar, pero sobre todo por la muerte y desaparición de personas en aquella época.
Los personajes, casi sin memoria o, en el mejor de los casos, con memorias fragmentarias, llenos de incertidumbres, multifocales, a veces llenos de miedo, a veces llenos de potencia, no son otra cosa que una larga glosa a lo que podríamos llamar una historia sensible (y solitaria) de los últimos treinta años en Chile.
Pesutic entrega un texto sensible, complejo, lleno de detalles exquisitos que se deslizan suavemente en el habla de sus personajes.
Del mismo modo, la dirección tributa muy bien a la estética antes señalada. Pesutic busca entregarnos una escena que se basa en la imaginación, en la sencillez y en los detalles, donde menos es más y, sin pirotecnias innecesarias, levanta un trabajo que sostiene como a veces resulta ser el buen teatro: con un buen texto y con buenas actuaciones.
Esto me lleva, necesariamente, al trabajo actoral. Los tres personajes de escena, una mezcla de Clown, de personajes tipo, de individuos únicos-realistas, están a cargo de Pablo Schwarz, Álvaro Espinoza y Gonzalo Muñoz-Lerner. Resulta evidente el fiato entre ellos, a momentos, las coreografías de la planta de movimiento, simplemente resultan perfectas y, cada uno, desde su personaje, suma al espectáculo total: Schwarz juega con un atletismo emocional que desborda el escenario, Muñoz-Lerner sostiene con precisión y fuerza la escena con una generosidad pocas veces vista, Espinoza trabaja hacia el interior, humaniza y nos entrega un personaje complejo. Entre los tres, logran erigir un espectáculo sólido, con personajes queribles, complejos, inentendibles, pero emocionantes… muy emocionantes.
El diseño sonoro de Marcello Martínez y Álex Araya, tal como el piano de Javier Lanis, actúan muy bien en el total del trabajo, en la medida que la dirección ha sabido ponerlos en momentos precisos, sin sobrecargar la escena y, al mismo tiempo, ellos han sabido entregar con justeza, elegancia y cuidado una atmósfera necesaria al montaje.
“El ladrido de las mariposas” es un trabajo complejo, sensible, que no tranza esperando aceptación, aplauso o popularidad y, quizá por eso mismo, lo logra. Un texto fascinante, una dirección certera y actuaciones remarcables, generan un espectáculo de alta factura.



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