¿Son los temas o a quién le hablamos?



¿Ahora nos estamos convirtiendo en lo que nunca deseamos o pensamos ser? Esta pregunta puede ser pertinente en esta segunda vuelta presidencial, particularmente para el sector que aquí nos importa. Ese mundo que se puede nombrar como izquierda, centro izquierda, progresismo -categorías cada día más obsoletas de discutir- debe enfrentar a un candidato que representa los valores de la ultraderecha o un tipo de conservadurismo moral y liberalismo económico cuya experiencia transformó este país en manos de una dictadura cívico-militar cuyas consecuencias aún cargamos. Por ello nunca hemos deseado ni esperado estar en una posición que nos exija adoptar posturas de ese mundo. No nos ha inspirado ni movilizado las consignas que han estado del lado de los intereses corporativos y el retroceso de las libertades personales. Sin embargo, pareciera que la contingencia nos obliga a ello. Lo extraño es que tampoco ahora, que se intenta ampliar la llamada ‘base de votantes’, sentimos que vamos en la dirección correcta. ¿Por qué? Al menos, desde esta orilla, creó que transitar por estos nuevos caminos no supone adoptar las temáticas del contenedor, con la justificación que se está hablando a grupos de personas que en la primera vuelta fueron soslayados. Por el contrario, la delincuencia, el narcotráfico, la economía son temas que nos preocupan a todos y a todas, en diferentes dimensiones y, ojalá, con una mirada diferente que la mera lógica punitiva.
Confundir temas con grupos de la población puede convertirnos en una versión de un progresismo paternalista y abandonar en alguna parte de este viaje la búsqueda de igualdad, una que no es un resultado, sino un punto de inicio, como ha recalcado el filósofo Jacques Rancière. Perder la facultad de proponer temas y nuevos mundos posibles es dar por pérdida la batalla más importante de todas, la política. La incapacidad de escuchar y aproximarse a los problemas de la ciudadanía sin distinción es lo que explica en buena parte los resultados expresados en la elección presidencial del pasado 21 de noviembre, sin embargo asumir que las preferencias manifestadas, por ejemplo en Colchane, donde Gabriel Boric no alcanzó el 2% de la votación, es resultado de la ausencia de un léxico propio de ese grupo de personas es un error. No es un problema del uso de palabras, es la ausencia de un vocabulario común, ese que se construye a partir del diálogo, mirando a los rostros de los hombres y las mujeres de Colchane. 
El mundo que se transforma a nuestro alrededor no detendrá su ritmo porque la discusión política insista en girar en torno al eje de lo que Mark Fisher catalogó como ‘realismo capitalista’, en momentos que el portal de incertidumbre que abrió el mismo peso de ese realismo requiere un relato del mundo por venir. Para nuestra sorpresa imaginar el futuro se ha convertido en lo más parecido a un ‘fierro caliente’, y como si la fuerza de la ‘razón’ orientará las voluntades, se intenta caminar por la cornisa de la mejor administración posible de lo que existe. Pero lo que hoy tenemos ante nuestros ojos es la urgencia de generar nuevas formas de pensamiento que puedan enfrentar el tránsito hacia formas de superación de regímenes neoliberales. 
Nos preguntamos de manera continua cómo sobreviviremos a las crisis planetarias que amenazan nuestro ecosistema ambiental y social. Nos preguntamos cómo vivir en comunidades que están atomizadas, incluso si comparten un mismo techo. Nos preguntamos que clase de futuro se está forjando mientras nos diluimos como seres humanos y nos reducimos a datos, incluso cuando en nuestro trabajo debemos realizar el ingreso mediante reconocimiento facial. Si bien durante los últimos meses, incluso años, hemos hablado de estas transformaciones, estos temores, muchas veces rehuimos a la profundidad de la reflexión y optamos por el eslogan o la política para un grupo reducido de personas, para quienes hablan nuestro lenguaje. Así, se optó por un candidato inesperado y así, también, ese candidato prácticamente no logró aumentar su votación el domingo 21 respecto a las primarias de Apruebo Dignidad. Nos sentimos entonces decepcionados, extraviados, y aunque se ha retomado la senda necesitamos abogar porque el andar en estas semanas no se transforme en dar respuesta a la agenda de Kast, una suerte de aquí también hay paz y orden. 
Sabemos que cualquier gesto crítico puede leerse como una piedra en el camino, parece que no es momento de enunciar alertas, de poner pausas. Desearíamos que todo avanzará con rapidez y la elección estuviese decidida. Lejos de la amenaza de Kast y el mundo que representa. Así medimos lo bueno y lo malo, los amigos y enemigos, el optimismo y la pesadilla. Porque creemos que estamos ‘salvando’ el ahora, lo suponemos pues no hemos entendido que estas medidas sólo manifiestan la inmensa distancia que nos separa del presente. Pero éste se nos viene encima sin tregua. Sólo basta pensar lo que está ocurriendo con Ómicron, como se ha denominado la nueva variante detectada del  coronavirus. Una vez conocida su existencia se movilizaron dos dimensiones, por una parte, la decisión o no del cierre de fronteras y la ‘situación’ de Sudáfrica, que pese a detectar esta variante, es castigado con mayores restricciones de movilidad, incluso de ingreso de insumos útiles para combatir la cepa. Por otro lado, junto con estas decisiones políticas, el mundo científico y los laboratorios están de cabeza investigando sobre el efecto de las vacunas y el modo de contener a Ómicron. Como ha señalado el informático y filósofo Yuk Hui destaca que esta pandemia es un ejemplo claro del vínculo entre política y biología. 
El mundo que tenemos delante a muchos nos parece inhabitable, será, no obstante, habitado y aquello nos causa miedo a todos y todas. De ahí que zancadillas como oponerse sin voluntad de resolver el conflicto de un evento como Lollapalooza, tal vez golpeó a la candidatura de Apruebo Dignidad con más fuerza de lo previsto. No por dejar a un grupo de personas relacionadas con el sector pudiente de la capital sin un evento, sino por la facilidad que demostró la gestión de la alcaldesa para soslayar en el conflicto los nueve mil empleos involucrados y los recursos que la comuna de Santiago, dañada evidentemente en su infraestructura, dejará de percibir. Alex Williams y Nick Srnicek hace unos años instalaron, a modo de crítica a una cierta izquierda, el concepto de ‘política folk’, es decir, un tipo de movilización social orientada a problemas de grupos acotados de la población legítimos, pero que se distancian de las transformaciones estructurales que una sociedad postcapitalista exige. No sabemos si el caso Lollapalooza cae en esta categoría, tiendo a pensar que coquetea con ella. Tampoco sé si la pesquisa por votos asociados al candidato Parisi justifica el desplazamiento de todo límite. También es cierto que no estamos en momentos para la ingenuidad y que lo que se expresará el domingo 19 es un voto y una expresión de mundos. Y si esto es así, lo será no porque existan temas para unos y para otros, sino porque finalmente se construye un vocabulario común, un país para todos y todas. 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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