La izquierda chilena y el movimiento mapuche autonomista



El último comunicado emitido por la Coordinadora Arauco Malleco (CAM) sobre la actual coyuntura en Chile, signada por el desenlace de las elecciones presidenciales y el triunfo del candidato de Apruebo Dignidad, Gabriel Boric, limita considerablemente las proyecciones de la política plurinacional de la izquierda, que promoverá tanto el futuro oficialismo como la Convención Constitucional. 
La declaración de la CAM pone en evidencia una tensión irresoluble: la lucha frente al colonialismo no está condicionada al eje izquierda-derecha, porque –para la perspectiva del movimiento mapuche autonomista– el poder colonial es la forma constitutiva del Estado moderno, por lo cual el proyecto autonómico implica la restitución de un ordenamiento político-militar propio de la cultura mapuche ancestral, y anterior al surgimiento de la República, prevaleciendo de forma independiente incluso cuando ella se había erigido. 
Si bien podría considerarse que la plurinacionalidad es una fase previa, el movimiento mapuche autonomista no comparte esta aseveración, haciendo un llamado a profundizar la autonomía revolucionaria y sus métodos de lucha, lo cual le pone pelos a la sopa del próximo Gobierno, por más progresista y dialogante que sea su vocación.  
Aunque en general la izquierda chilena a tiende a simpatizar con el autonomismo mapuche, lo hace desde dos enfoques posibles: la crítica economicista al Estado, cuyo presupuesto es que la política sería una traducción –más o menos epifenoménica– de los intereses subyacentes determinados por una contradicción fundamental al nivel de las relaciones de producción, de modo que una superación revolucionaria del capitalismo conllevaría la erradicación de este conflicto. 
Por otra parte, el discurso de la plurinacionalidad, característico de la nueva izquierda, intenta democratizar las relaciones de poder desde la ficción hegemónica que conlleva cierta autonomía de lo político, pero que no es más que una variante de las políticas del reconocimiento que actúan como mecanismos de integración institucionales. 
Legítimas o no estas posiciones, lo cierto es que no resuelven el problema de fondo: el Estado moderno y la irreductible condición del movimiento mapuche autonomista a la cultura occidental. Se ha apelado críticamente a que este derrotero sería parte de un “esencialismo mapuche”, sin embargo, no se trata de la deducción teórica de un sujeto trascendental, sino que de un conjunto de prácticas y ritualidades que persisten en el tiempo, pese a los constantes intentos de transculturación. 
Hay que reconocer que los símbolos del pueblo mapuche se han convertido en una moda cultural de la izquierda chilena, pero desde la distancia del mundo metropolitano, a buen recaudo de los abusos que diariamente ese pueblo ha debido padecer, agudizados producto de la militarización del Wall Mapu. De ahí que el comunicado al que aludimos sea tan severo con la nueva izquierda, calificándola de “hippie, progre y buena onda”. 
Esto se explica en el hecho de que mientras se defiende la causa mapuche, a la vez se condena la violencia “venga de donde venga”, en la medida que esa condena es el dispositivo hermenéutico para asegurar el monopolio en su ejercicio legítimo como principio fundacional del Estado moderno. Que el movimiento mapuche autonomista no esté dispuesto a renunciar al control territorial directo, así como a su política de autodefensa y sabotaje a la maquinaria industrial, se enmarca en el contexto histórico de la devastación de su territorio por parte de un modelo económico extractivista que, a su vez, se ampara en una concepción de la tierra como recurso económico y del progreso técnico como fundamento social. 
Así, la relación de la izquierda chilena con el pueblo mapuche parece estar embebida de lo que Edward Said denominara “orientalismo” (sin desmerecer los esfuerzos intelectuales de investigaciones de gran profundidad, entre las que destaco el trabajo de Jorge Arrate en el libro Weichan. Conversaciones con un weychafe en la prisión política), estableciendo la inteligibilidad de “lo mapuche” a partir de una experiencia y un aparato categorial inasimilable a su cosmovisión; por eso la crítica a un presunto “esencialismo mapuche” podría leerse como un intento pedagógico-autoritario de domesticación y sujeción (alimentado por un etnocentrismo inconfesado) a ciertas concepciones de lo político que, aunque críticas, no se condicen con una lengua irreductible en su diferencia. 
La plurinacionalidad puede tener un valor táctico en el sentido de transformar el carácter oligárquico de la institucionalidad política, no obstante, la simplificación de lo político a la forma-Estado sigue siendo un problema para el pensamiento de izquierda. En cambio, cuando la política no es concebida ni como una instancia de representación de intereses, ni tampoco como un mecanismo de neutralización de los conflictos sociales, ella puede coincidir con la vida misma en su plural singularidad sustraída de cualquier equivalencia y despojada de cualquier resabio de la ontoteología occidental. 
Pienso que solo ese cambio de paradigma sobre lo político puede contribuir a comprender genuinamente la imaginación mapuche, y también a despojarnos de nuestros lastres occidentales que tanto daño siguen haciendo a una parte de “nosotros”, y a esos “otros” que nos aprestamos a dominar, ya sea dirigiéndolos, expulsándolos o subordinándolos a los preceptos normalizadores del derecho. Pero llegar a ser “otros” no es simplemente un recambio de identidad, sino más bien un abandono de lo idéntico para dar paso a lo común, que es un momento de extravíos y creaciones, donde la verdad nuevamente está en juego y, con ella, la posibilidad de inventar un mundo. 
Ese desafío consiste en instituir la abandonada dimensión poética del lenguaje que interroga sus condiciones de posibilidad. Dicho de otro modo, la política está hoy anquilosada a las prácticas de gobierno, siendo incapaz de pensar críticamente sus premisas y procedimientos. Abrirle paso al pensar al interior de la política es la germinación de un lazo social que hasta ahora no ha sido inventado.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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