Elección en la convención: una jornada muy particular



El lunes, los miembros del Colectivo Socialista almorzamos con la presidenta Bachelet. Fue una conversación relajada: habló de las detenciones masivas, los asesinatos, saqueos y violencia sexual que han obligado al desplazamiento de cientos de miles de personas en Tigray, en Afar, en Amhara; abordó algunas discusiones globales sobre el tema de los derechos humanos; bromeó con los enredos internos que tanto le gustan a los militantes de su partido; confesó que tenía ganas de regresar a Chile, que le gustaría ayudar en lo que pudiera para que todo saliera bien en esta nueva etapa que comenzaba, y aunque insistió varias veces en que prefería escuchar lo que nosotros tuviéramos para contarle sobre el proceso constituyente, las preguntas con que le respondíamos no le dieron en el gusto.  Mal que mal, echarlo a andar fue una de las grandes apuestas de su gobierno. Recordamos -fui nombrado por ella en el Consejo Ciudadano de Observadores- los esfuerzos hechos entonces para explicarle a todos lo que era una Constitución e insistió en la importancia de la educación cívica para controlar las expectativas y concentrar el debate.
La elección de la mesa, al día siguiente, se daba por arreglada. Al menos esa convicción transmitía nuestro grupo de negociadores. Ramona Reyes, militante socialista, ex alcaldesa de Paillaco, sería la nueva presidenta, y Beatriz Sánchez, del Frente Amplio, vicepresidenta. Además del compromiso de estos dos grupos, se suponía listo el apoyo de INN, parte de la derecha y algunos de Pueblo Constituyente. Esa tarde calurosísima, después del almuerzo, salieron a colación unas notas de prensa que, según se informó, comenzaban a circular por las redes reviviendo unas supuestas irregularidades en la municipalidad durante el mandato de Ramona, y que ella aseguró estaban resueltas. Un aire de raras desconfianzas había comenzado a circular esa semana al interior del Colectivo, derivado de competencias subterráneas y operaciones no transparentadas. Cuando hay un cargo apetecible a la vista, los políticos suelen dar sus propias batallas secretas. Cualquier movimiento es susceptible de ser interpretado en su contra, para desprestigiar a ese competidor que muchísimas veces está más cerca que lejos. (En el almuerzo, la presidenta Bachelet también habló del “fuego amigo”). El asunto es que ninguno de los que conocían a fondo estas acusaciones, ya sea para cuidar a la propia Ramona o al colectivo en su conjunto, tuvo el coraje de advertir los peligros evidentes que encerraban en tiempos de redes sociales, manipulaciones informativas y campañas de descrédito, y proponer un camino alternativo. Yo me limité a plantear la importancia de tener respuestas claras y documentos a mano que demostraran su inocencia en caso de continuar las ofensivas, mientras otros la llamaban a contraatacar, argumentando que ya tenía experiencia en canalladas machistas. 
A las 9.30 hrs del martes estábamos todos sentados en el Salón de Honor del Senado, con la pintura de Fray Pedro Subercaseaux – La Fundación de Chile- como telón de fondo. La misma orquesta infantojuvenil que no había conseguido interpretar el himno nacional durante la ceremonia de instalación el 4 de julio, esta vez fue ovacionada de pie por todos los sectores de la convención, en un claro gesto reparatorio. Mientras el cuarteto de vientos tocaba unas melodías de Violeta Parra -en ese preciso momento sonaba La Jardinera-, como hacen los novios en las iglesias, avanzaron desde la entrada, por el pasillo central, Elisa Loncon y Jaime Bassa, seguidos por el resto de la mesa ampliada. 
La mayoría de los convencionales vestía mucho más elegante que de costumbre, en especial aquellos que esperaban jugar un papel protagónico. La Ramona llegó entera de rojo con un gran medallón de plata que representaba un kultrún, Beatriz Sánchez con un vestido claro, suelto y liviano, muchos socialistas y frenteamplistas aparecieron con chaqueta y el actor Ignacio Achurra, por lo general deportivo y juvenil, sorprendió al entrar de corbata. Las representantes de los pueblos originarios sacaron sus mejores galas: Isabella Mamani sus textiles de colores; Tiare Aguilera, una mitra (tiare) de plumas blancas; Rosa Catrileo, un trarilonco precioso además de otras platerías: “La platería está asociada a la luna y a los ciclos menstruales … y debe ser lo más pura posible, para que tenga la condición de capturar la luz lunar que da potencia y energía femenina”, explica el antropólogo Pedro Mege. Nadie podía imaginar entonces lo larga que sería esa noche. 
Cada uno de los miembros de la mesa saliente -la presidenta, el vicepresidente y los y las adjuntas- se despidieron con unas palabras. Tiare terminó diciendo que “en estos mismos momentos están siendo repatriados los restos de nuestros ancestros desde el Museo Histórico Nacional al territorio de la isla” y Jaime Bassa, antes de agradecer a su familia conteniendo el llanto, destacó este “poder constituyente que se saca las corbatas y los trajes grises”. Y a medida que avanzaron las horas, lo cierto es que todos fuimos perdiendo la compostura. “Después de tanto andar, nos hemos encontrado… Hoy estamos más cerca… Lo extraño se ha vuelto familiar… se vuelve convencional… la Convención es de todos y de todas…” dijo Elisa Loncon, antes de concluir: “hay que dejarse llevar por la ternura”.
Muchos aplaudieron de pie, pero la derecha no. Si para la mayor parte de los constituyentes, la mesa saliente cumplió con éxito la dificilísima tarea de instalar esta Convención que nació desde la nada y sin la complicidad del gobierno -aunque, como dijo Bassa, la relación mejoró en el tiempo-, para la derecha se trató de una conducción hostil. La escenificación de ese Chile marginado y desoído que conquistó la simpatía y complicidad de muchos, fue vivida por otros, paradójicamente, como exclusión. El gran reto del tiempo que resta, reto desmesurado, será que todos, o casi todos, o los más posibles, asumamos como cierta la frase de Loncon: “que después de tanto andar, nos hemos encontrado”. Lo que vino después, demostró que estamos lejos.
Terminaron los discursos y comenzaron las votaciones. Cada convencional recibió dos sobres con 10 votos cada uno: el verde claro para la elección presidencial y el amarillo para la vicepresidencia. “Convencional Constituyente: FERNÁNDEZ CHADWICK PATRICIO. Voto para Presidente o Presidenta a: ….”, decía. John Smok nos fue llamando por orden alfabético. La urna fue el mismo copón plateado que 6 meses antes trajo él desde Valparaíso. Cuando llegaba el turno de alguna de las o los candidatos en competencia, sus partidarios aplaudían. Elsa Labraña, que en la ceremonia de instalación había encarado a gritos a Carmen Gloria Valladares, al pasar junto al sector en que se había instalado el Colectivo Socialista, dijo: “¡Tranquilos! Me voy a portar bien”. Todos rieron. Roberto Vega caminó de espaldas delante de Lisette Vergara, filmándola con su teléfono, camino del copón. A Camila Zárate le cantamos feliz cumpleaños cuando fue a votar. En esta primera vuelta cada grupo apostó por sus propios pingos: de Chile Vamos por Barbara Rebolledo, Paulina Veloso y Geoconda Navarrete; el FA y los socialistas por Ramona Reyes; los INN por Patricia Politzer; el Colectivo del Apruebo por Eduardo Castillo; Pueblo Constituyente por Daniel Bravo; Movimientos Sociales por Cristina Dorador; los Plurinacionales, el PC y parte de los escaños por Erick Chinga. Loreto Vidal y Bárbara Sepúlveda sacaron un voto.
Ese mismo día, la machi Francisca Linconao había dado a conocer una carta en que denunciaba un “boicot” a la Consulta indígena por parte de Loncon, Catrileo y Millabur. “Si lo pensamos desde los derechos humanos y los estándares internacionales, mi trabajo en la Comisión de Pueblos Indígenas y Plurinacionalidad y el proceso de consulta indígena, tal como lo denunció su ex coordinador Victorino Antilef, también ha sido boicoteado por algunos escaños; y como me gustan las cosas claras y ya no doy más de la injusticia, voy a decir sus nombres: Adolfo Millabur, la presidenta Elisa Loncon y Rosa Catrileo”, aseguraba. Todo esto por unas indicaciones que le habían hecho al documento y que no eran de su gusto. “Creo que, a Rosa, en quien confié, se la llevaron por muy mal camino… y no puedo guardar más silencio”, concluía.
Si algo fue demostrando la jornada, es que al interior de la Convención se habían multiplicado las tribus y a las diferencias ideológicas ahora se sumaban también rencillas personales y choques de caracteres. “Este es muy así”, “ésta es muy asá”. Para el conteo de votos, el secretario Smok vivió un momento de confusión: “Katherine Montealegre por Bárbara Sepúlveda”, dijo, y luego se quedó en silencio, leyendo una y otra vez, tartamudeando, sin poder creer que una republicana como Montealegre estuviera votando por la comunista Sepúlveda. “Si ayer Marcela Cubillos estaba declarando que la Bárbara Sepúlveda le parecía una buena carta para presidir la Convención, perfectamente puede ser”, me dijo un compañero de bancada. “Acá suceden weás muy raras”, comentó otro. 
Terminada la segunda votación, vino un receso para almorzar. Los artículos que vinculaban a Ramona con enredos financieros acontecidos en la municipalidad de Paillaco cinco años atrás y que ella daba por cerrados ya circulaban profusamente por las redes. La incomodidad del Frente Amplio se hizo evidente y en el propio colectivo socialista los encargados de llevar adelante las negociaciones cayeron en la cuenta de que no era posible seguir con ella adelante. Fue la primera víctima de twitter que conoció la jornada. 
Todo sucedía muy rápido. Mientras comíamos unos sándwich en la sala número 3 del edificio del Congreso, los miembros de colectivo socialista , turulatos, esperaban la llegada de alguno de los negociadores para que diera luces sobre cómo seguir, pero nada de eso sucedió. De vuelta en el Salón de Honor, sin absolutamente ninguna claridad de cómo continuar, John Smok comenzó a llamar nuevamente a los convencionales por orden alfabético para que avanzaran a depositar su preferencia. De manera espontánea y desprovista de criterios conjuntos, unos anotaron el nombre de Cristina Dorador y otros el de Patricia Politzer. Yo voté por Politzer y, para sorpresa mía, Andrés Cruz, Luis Barcelot y otro nombre que no recuerdo, votaron por mí. Para la vuelta siguiente, mientras cundía una dispersión indescifrable y las postulaciones que permanecían inamovibles no conseguían romper sus cercos, convencionales de la Lista del Apruebo empezaron a promover mi nombre en busca de nuevos consensos. En la cuarta ronda, sin todavía votar yo por mí mismo, obtuve 22 votos. Entonces comenzaron a preguntarme de distintos lados si estaba disponible o no y, cuando en medio de la perplejidad dije que sí, que le diéramos, que si servía para construir algún tipo de acuerdo contaran conmigo, mientras unos salían a buscar votos de la derecha, los INN manifestaban su disposición a sumarse si acaso el colectivo socialista lo hacía con claridad. Entre las columnas del Senado se produjo una discusión muy tensa entre los miembros del colectivo. Jorge Baradit y Malucha Pinto se negaban a compartir candidato con la derecha. “Ahí tengo una línea roja”, decía Baradit. Andrés Cruz, Trinidad Castillo, Carlos Calvo y Adriana Cancino, junto conmigo los únicos independientes además de Baradit y Pinto, se resistían a semejante argumento y a un cierto punto dijeron sin más que votarían por mí. “La derecha no está pidiendo nada a cambio y nosotros no estamos negociando con ella, además, esta Constitución la tendremos que hacer sí o sí con la participación de todos. ¿Cómo, si no, vamos a construir los 2/3?”, argumentó la Trini. 
Sin saber a ciencia cierta qué haría cada uno, volvimos a votar. Fuad Chain se me acercó por la espalda para decirme que todos los del Apruebo votarían por mí y que había encontrado buena recepción en los derechistas con quienes había conversado. Los INN también se sumaron y, salvo Jorge y la Malucha, todo el resto de los militantes socialistas terminó inclinándose por darme el voto. En esa vuelta, la quinta, Dorador sacó 64 y yo 61. No podía creer lo que estaba sucediendo. Algunos me decían que se me notaba trepidante, dudoso, acontecido, y que para seguir adelante requería trasuntar decisión. Me acerqué a Cristina Dorador para proponerle que hiciéramos una dupla, pero la conversación quedó en el aire. Ahora twitter ardía porque mi segundo apellido es Chadwick y porque se supone que dirigiendo The Clinic fui algo así como un tirano antisindical, historia no sólo falsa sino absurda, desde ya, porque deben haber pocos lugares en el mundo donde haya sido más agradable trabajar, al menos hasta que dejó de serlo, sino también porque cuando se presentó el conflicto a causa de la llegada de un nuevo socio y la transformación tecnológica que irrumpía, fui el primero en apoyar el nacimiento del sindicato y todo terminó con un acuerdo que difícilmente alguno de sus participantes podría recriminar hoy. The Clinic fue uno de los espacios más creativos, transgresores y oxigenantes que conoció la transición chilena. 
“Nunca imaginé que podría llegar a votar por ti”, me dijo Rodrigo Álvarez, mientras apoyaba su mano en mi hombro, cuando a la vuelta siguiente, la mitad de mi colectivo me retiró el apoyo, aterrados por las reacciones en curso y otros cálculos que me hicieron ver sin que consiguiera entender del todo. Al hacerlo, le transmití a esos que se habían entusiasmado con mi posibilidad, que no insistieran. No había buscado llegar hasta ahí y me resultaba clarísimo que este no era un juego de proyectos personales, sino un proceso inédito de construcción de acuerdos. Un ejercicio vivo y expuesto en el que participaban los nuevos ordenamientos políticos de una comunidad en transformación y, al mismo tiempo, las más viejas artes y mañas del poder. El último voto rezagado que recibí para la séptima ronda de votaciones, fue del Almirante Arancibia. Como estaba participando de manera remota, nunca se enteró que había abandonado la carrera. “Las vueltas de la vida”, pensé, “mientras reconstruíamos esta democracia, debo haber sido de lo que más odió, y hoy parece votar por mí como quien pide socorro”. Fernando Tirado, representante del pueblo chango y uno de los convencionales con quien solemos encontrarnos en la risa, me dijo: “tuviste la presidencia más corta del mundo”, y estallamos en carcajadas.
Ya era medianoche. Quienes habían llegado vestidos de gala deambulaban desguañangados. Irrumpió el nombre de Benito Baranda. La izquierda se dispersó todavía más y reapareció en competencia Daniel Bravo, lo que hizo caer fuertemente las preferencias de Cristina Dorador. No viendo solución al entuerto, la presidenta Loncon le preguntó a al pleno si suspendíamos la sesión, y muchos comenzaron a aletear con los brazos gritando que no.  Bassa explicó que como la sesión había sido convocada hasta total despacho, sólo con una decisión unánime podía cerrarse. “¿Hay unanimidad para suspender y volver mañana?”, preguntó. “¡Noooo!” gritaron muchos poniéndose de pie. 
En los jardines del Congreso, algunos conversaban tendidos en el pasto, otros de pie bajo un toldo blanco, otros sentados en las escalinatas. John Smok apoyaba su cabeza con las dos manos en una de las columnas como respaldo. Parecía que esperáramos el amanecer. Agustín Squella se paseaba con las mechas paradas no dando crédito a lo que acontecía. Cada tanto, en el Salón de Honor, un grupo se ponía a aplaudir para despertarse. De puro aburrido, Cretton se acercó a la testera y comenzó a tocar la campana con que se abren y cierran las sesiones. Barbara Rebolledo se paseaba bailando. En la tribuna posterior, las cámaras colgaban de los cuellos de los reporteros gráficos como higos a punto de desplomarse. Afuera, los periodistas se acercaban ya sin saber qué indagar a convencionales que los recibían con más preguntas que respuestas. De pronto comenzó a correr la idea de Benito presidente y Amaya Alves vicepresidenta. La propuesta nos devolvió la vida a muchos y la celebramos creyendo que finalmente, tras tanto enredo y desgaste, se llegaba a una solución feliz. “No ha sido todo para nada”, le dije a Bassa en un rincón. “Esto demuestra que no siempre se llega a malas soluciones por cansancio, y vaya uno a saber si no es un indicio de lo que viviremos con las normas”. Asintió, pero minutos después ya corría de boca en boca que twitter había hecho nuevamente de las suyas. Baranda no podía ser, porque se le acusaba de no haber cursado unas denuncias en contra de Renato Poblete. “Esto lo supera todo -me dijo alguien- ahora resulta que ni Buenito Baranda se salva de la inquisición”. Todo volvía a fojas cero. 
“Al menos en el parlamento, cuando las sesiones se alargan, reparten consomé”, comentó un funcionario del Congreso, pasadas las 3 de la madrugada. “Don Cristián, ¿qué pasa?”, le preguntó Andrés Cruz a Cristián Monckeberb. Y éste le contestó: “Nada, don Andrés, absolutamente nada”. 
Lo último que se supo esa noche, que ya casi era mañana, antes de que el vicepresidente Jaime Bassa, pasadas las 4 am, decidiera que era atribución de la mesa interrumpir la sesión sin concluirla, es decir, alargando un receso hasta las 15 horas del mismo día miércoles que comenzaba, fue que los movimientos sociales, pueblo constituyente, los plurinacionales y los escaños estaban proponiendo ofertar una terna para que el FA, INN y el Colectivo Socialista eligieran de entre sus nombres el que más les gustara, y que lo mismo hicieran a su vez, para que ellos escogieran. 
Pero todo esto se disolvió como la neblina o como la oscuridad, y en la jornada que comenzaría dentro de poco, con toda la Convención mal dormida, se acordaron los nombres de María Elisa Quinteros y Gaspar Domínguez, dos alternativas que no habían estado presentes en ningunas de las elucubraciones previas, de espaldas a los grupos políticos que hasta horas antes se suponían los articuladores de la Convención. Cómo se llegó a ellos da para otro capítulo de esta historia.



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