De humanoides, subversivos y otros invasores



Hace no muchas décadas, el almirante José Toribio Merino se refería como “humanoides” a todos los opositores al régimen. Más recientemente, el ex senador Carlos Larraín decía del movimiento estudiantil del 2011 quienes colmaban las calles eran un montón de “inútiles subversivos”. Hoy escuchamos una serie de epítetos sobre las convencionales y la discusión constituyente desde sectores que se consideran a sí mismos la voz de la racionalidad. Estos autodenominados defensores del bien del país” buscan influir en lo que, a su juicio, sería una discusión cargada de emociones, pensamiento mágico y una larga lista de amenazas a su ideario de orden ilustrado.
En un magistral discurso, el escritor y ganador del Premio Nobel de Literatura 2021, Abdulrazak Gurnah, deja al descubierto el sesgo colonialista de este “orden”, con consecuencias dramáticas para la población africana en particular y del Sur Global en general. Se pregunta, en toda justicia, por qué la imagen de la UNESCO es un partenón griego y no un bohío. Por qué, para ser reconocido e integrado en el mundo, debe referirse a él en inglés y no en swahili. Por qué, en un acto de arrogancia pura, su territorio y su gente han sido repartidos, violentados y empobrecidos por una élite de blancos occidentales.
Las violencias de la élite que conquista, subordina y despoja no se expresan como una caricatura de predadores salvajes. Tiene la cara limpia y el traje correcto del que mira al otro como un “Otro” inferior, irracional, incapaz. Del que se dice de sí mismo, el “Uno” impersonal, el lugar de lo correcto, del progreso, de la mesura, de la racionalidad. Ese otro, como bien nos evidencian siglos de modernidad, está integrado fundamentalmente por indios, mujeres, disidencias sexuales y naturaleza. Todo aquello excluido del subjunto “hombre blanco occidental”. Muchas veces llamadas “minorías” pero que componen de hecho las mayorías globales.
Las consecuencias de esta construcción ideológica y discursiva están a la vista. La subordinación de lo no humano y la construcción de “naturaleza” como paisaje o recurso, ha derivado en una crisis socioecológica sin precedentes, un cambio climático fuera de control, una extinción masiva de especies, un desplazamiento de personas y una pérdida de medios de vida nunca antes vista. Estos procesos marcan  el tránsito geológico del Holoceno al Antropoceno y derivan del modo de apropiación de lo no humano como un “Otro” señoreable, apropiable, expropiable. Un Otro sin voz, correlacionado y definido por el Uno.
Lo mismo ocurre en el ámbito de los géneros y las sexualidades. En Chile, país donde este Uno es además católico conservador, tuvimos que salir a la calle para instalar estándares hoy considerados menos que mínimos: que la violencia doméstica, el abuso y el acoso sexual se tipificaran como delitos y no “faltas”; que pudiéramos divorciarnos; que todos los hijos fuesen iguales ante la ley. El Uno se opuso con dientes y uñas a cada uno de estos cambios, acusando de “destruir a la familia”. A su ideal de familia, esa donde un ojo morado se explica porque una torpe y emocional mujer no supo esquivar la puerta de su casa.
Otra de las dicotomías que instala este Uno ilustrado es la racionalidad versus la emocionalidad. Humberto Maturana y Francisco Varela, dos figuras científicas de escala y renombre mundial, que inauguraron lo que conocemos como la Escuela de Santiago, hace ya muchas décadas evidenciaron la falacia de la fragmentación de lo que entendíamos por “conciencia”, demostrando el entrelazamiento entre lo que habíamos considerado “racional” y “emocional”. Sinnúmeros autores y autoras de todo el espectro disciplinar, desde la antropología a la neurobiología, no para de publicar evidencias sobre este entrelazamiento. En el seno de la epistemología occidental, el llamado “giro afectivo” lleva también varias décadas desarrollando líneas de investigación donde resulta muy claro observar que nuestro habitar el mundo está marcado, antes que todo, por las relaciones afectivas entre actores humanos, no humanos y más que humanos. En una elipse de 539 años, estas mismas investigaciones han llegado a converger con cosmovisiones y trayectorias epistemológicas de pueblos originarios que por ser definidos como “Otros irracionales” (ese Otro amenazante) no habían sido escuchados en un saber que de tan obvio suena a cliché: la vida es un entramado de actores que se influyen y afectan recíprocamente. Nada de supremacismos, nada de iluminismos, nada de Unos que parecen detenidos en las fases egoicas más básicas del aprendizaje humano.
Para los Unos, todo lo que no comprenden parece una amenaza. En lugar de escuchar y aprender, denostan. Se permiten tener entre sus pares de élite a caricaturas que no reconocen los personajes de ficción de la realidad y no saben nombrar un fenómeno telúrico, pero se espantan cuando aparece una palabra como “maritorio” o cuando escuchan “feminismo” o “plurinacionalidad”. Eso no, eso es fantasía inaceptable, eso es pensamiento mágico. No tienen problema en hablar y reconocer a las “fuerzas del mercado” y otros eufemismos de los intereses oligárquicos, pero esgrimen sus credenciales de racionalidad ante conceptos como el decrecimiento y otras miradas transformadoras que tienen mucho que ofrecer.
Este fenómeno, infelizmente, no es nada nuevo. Los mismos actores, cuando se plantearon cuestiones como las jornadas laborales de 8 horas y derecho a descanso, acusaban de “flojos y malagradecidos” a los trabajadores precarizados hasta el borde de la esclavitud. Y de insubordinadas a quienes lucharon por su derecho a voto. De brujas a las curanderas y parteras. De fantasioso al que se atrevió a afirmar, antes de Pasteur, que los médicos estaban matando a las mujeres que parían, por no lavarse las manos. Todo eso ha sido catalogado en su momento de pensamiento mágico y falto de pragmatismo. Parecen olvidar que la química proviene de la alquimia y la filosofía de la mitología. No hay historicidad en su análisis: sólo iluminación, superación, progreso en una sola dirección.
Esto es lo que conocemos como “violencia epistémica”, como bien ha mencionado la constituyente Cristina Dorador. La imposición de un modo de pensamiento como si fuera neutral, aséptico, por encima del bien y del mal. Haraway opone a esta pretensión de objetividad y a los peligros del extremo opuesto, el relativismo, la noción de “conocimiento situado”. Reconocer, igual que Maturana y Varela, que “todo lo dicho es dicho por alguien”, permite observar cuál es el trasfondo político y emocional de aquel que dice ser la voz y la encarnación de la mesura, de los consensos, del buen camino.
Vamos a tomar las críticas entonces, de donde vienen: son los resabios de este Uno, del histórico y opresivo Uno, alarmado de estos actores extraños para él pero elegidos democráticamente por la mayoría, que invaden sus históricos dominios y privilegios no sólo materiales sino epistémicos, su Verdad del mundo, su hegemonía y razón. Para incomodidad de su cuerpo arrellanado en el sofá o sentado frente a su correcta biblioteca personal, los otros, las otras,  lo múltiple y contra hegemónicos, los que como Saramago y Gurnha han sido cerrajeros antes que escritores, no dejarán de removerle los cimientos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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