De maidan a la dignidad




Entre el mes de diciembre del año 2013 hasta el 21 de febrero del año 2014 se produjo en la capital de Ucrania, Kiev, un hecho histórico que viene a explicar, en parte, los actuales acontecimientos de la crisis con Rusia: el Euromaidán. Básicamente fueron protestas iniciadas por estudiantes universitarios ucranianos, a quienes posteriormente se unieron distintos sectores de la población, motivadas por la decisión del presidente de Ucrania de ese entonces, Viktor Yanukóvich, a suspender la firma de un tratado de libre comercio con la Unión Europea.
Tal estallido se inició en la Plaza de la Independencia o “Maidán” (en ucraniano significa plaza), lugar donde comúnmente se reúnen los ucranianos para celebrar o protestar. La razón del descontento obedecía a que esta generación de jóvenes, la primera que nació en una república independizada de la antigua Unión Soviética, aspiraba legítimamente a vivir en un país donde ellos y sus hijos pudieran crecer dignamente con acceso a derechos vedados en una sociedad contaminada de corrupción política y dependiente del poderío ruso. Estas movilizaciones la denominaron espontáneamente “Revolución de la Dignidad” alimentaba por la esperanza que relacionándose con Europa occidental accederían más fácilmente al bienestar económico y social de que carecían.
Como ocurre siempre cuando existe una total desconexión entre quienes detentan el poder y la realidad social de su población, tales protestas fueron duramente reprimidas por la policía antidisturbios llamada “Berkut”. Tal represión no amilanó a los jóvenes, quienes se organizaron en el Maidán para hacerles frente con una primera línea que soportaba estoicamente los embates policiales, voluntarios médicos que atendían a los heridos, organizaciones espontáneas que se encargaban desde asuntos tan simples como abastecer de agua con vinagre para hacer frente a las lacrimógenas hasta aportar con alimentos dadas las extensas jornadas de protesta. Incluso se acercaban artistas para elevar la moral con expresiones de su talento.
El presidente Viktor Yanukóvich los trató de delincuentes declarando ilegales tales protestas, para lo cual promovió y aprobó en el parlamento ucraniano (Rada Suprema) una “ley contra manifestaciones” que las prohibió por no existir una autorización previa para reunirse, estableciendo fuertes sanciones privativas de libertad.
Hasta aquí, ¿no parece una historia algo conocida en nuestro Chile?
Siguiendo con lo sucedido en Ucrania, la clase política no reaccionaba ante estas protestas, lo que derivó en una escalada de violencia que terminó de la peor forma: el jueves 20 de febrero de 2014 la policía, bajo el pretexto de actuar en contra de terroristas, disparó con armas de fuego ocasionando más de 60 muertos. Este hecho se conoció como el “jueves negro”. Fue tal el impacto nacional e internacional de tales imágenes, que al día siguiente Yanukóvich renunció a la presidencia y huyó a Rusia, donde se mantiene hasta el día de hoy.
El “jueves negro” descrito es tal vez el punto de inflexión con lo sucedido en Chile, y en esto radica la importancia del “Acuerdo por la paz y la nueva Constitución” del día 15 de noviembre de 2019 que nuestra clase política firmó para dar inicio todo el proceso constituyente actualmente en marcha. Esta es la respuesta civilizada que se deben dar las sociedades ante crisis sociales de tal magnitud, a fin de evitar que los hechos deriven en un “jueves negro”. Pero es también la razón por la cual debemos proteger y cuidar el trabajo que está realizando nuestra actual Convención Constitucional, debiendo ser el espacio para el diálogo y los grandes acuerdos entre quienes tengan una genuina voluntad de querer cambiar las causas que nos llevaron al estallido social … afirmar que quieres cambiar para dejarlo todo igual es hacernos trampa, se requiere apertura, empatía y positivismo para salir de la amargura de quienes ven apocalíptico removerlos de su individualista espacio de confort.
Sin duda hay una historia previa milenaria a la guerra actualmente en marcha entre Ucrania y Rusia que no son comparables a Chile, pero hay una receta que es transversal: diálogo y más diálogo, no las armas ni la guerra. Ojalá esta esperanza la escuchen quienes gobiernan en Europa … y también quienes están en los últimos días de gobierno en Chile.



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