Feminismos, música e hipercritisismo: la melodía en los argumentos



La música siempre ha sido parte de la cultura popular. Parte de nuestra comunidad, parte de lo cotidiano, de nuestros rituales, de nuestros festejos. De lo íntimo y de lo compartido.  Y el arte siempre congrega. Nos genera un vínculo significativo, que nace desde la necesidad de no solo plasmar una representación de la visión de un contexto social, personal y artístico sino también de encontrar una conexión con un otro, generando un lazo, un vínculo, atravesando todo tiempo y espacio.  Los seres humanos tenemos ansias de pertenecer y qué más emocionante es sentir que, pese a las distancias, existe un inminente refugio de contención mutua entre un emisor y un receptor.   
Estamos constantemente intentando construir estos trazados sensibles y profundos, que nos conectan y nos hacen tomar consciencia de que somos sociedad. Necesitamos reconocernos a través de nuestras raíces, y necesitamos sentirnos escuchando los respiros de nuestros matices.

La música es un canal de comunicación fundamental. Y a través de esa oportunidad, se genera un poder transformador importante. Los feminismos me han ayudado a tener más herramientas para poder escribir letras con contenidos que puedan contribuir a la reflexión. Que puedan iniciar diálogos, cuestionamientos, desde lo simple hasta lo complejo. Mi motor e inspiración más potente es la prevención. Incorporando lo masivo y habitando lo pop, la búsqueda hacia el equilibrio es eterna, pero valen las penas y las alegrías el intento. Porque creo en los cambios desde adentro, y sé que probablemente es el camino más complejo.
El lenguaje, las palabras generan realidad, y con pequeñas acciones se van alzando los cimientos para ir sosteniendo una batalla sin tregua, camino a la paz. Hay que cuestionarse todo, y en el camino, intentar hacer todo lo que esté en nuestras manos hacer, para construir con esperanza nuevas formas que nos lleven a una sociedad más evolucionada. Abrazando nuestras diferencias y nuestros contextos, entendiendo que la diversidad hace que este movimiento en colectivo habite todos los espacios posibles, esparciendo esporas de supervivencia hasta el fin de los tiempos.

La música se compone de distintos elementos.  La melodía sería algo así como nuestra hipótesis; las palabras que acompañan esa melodía, nuestro argumento; las armonías, nuestro experimento; la base rítmica, nuestra medición; y el resultado de la canción, nuestra conclusión. La música está en constante revisión, estudio y modificación. Igual que nuestras creencias y nuestros conocimientos. No existiría la música en sí misma si no se conservase la pluralidad de estos factores, puesto que los contextos son variables.
Al igual que el feminismo, son procesos de constante reformulación y crítica, y es importante deconstruir la idea de que el feminismo es solamente uno, o de que la música es solamente una. La riqueza de la música, y de los feminismos, está en nuestra diversidad. En los distintos enfoques, perspectivas y realidades. Y lejos de que esas diferencias sean un elemento negativo, nos ayudan a generar nuevas respuestas frente a los conflictos y situaciones que en cada realidad son diferentes. Nos ayudan a generar nuevas ideas y conceptos frente a los distintos estímulos. Aunque nuestros egos e inseguridades quieran universalizar la manera en la que creemos solucionar los problemas que vivimos en nuestra sociedad, no podemos olvidar que cada experiencia individual nos hará llegar a diferentes conclusiones.  
En el marco de los feminismos, la diversidad no es un limitador del potencial transformador de la lucha por la igualdad de las mujeres. En el marco de la música, no hay fórmula para poder crear una canción con un potencial transformador por medio de la lucha de suscitar un pop con contenido. Ambas son la consecuencia de la incorporación de una mirada crítica frente al ser y al hacer femenino, en el contexto de la evolución. Como dice Peres en su dossier “Feminismo poscolonial y hegemonía occidental: una deconstrucción epistemológica”, el hipercriticismo de estos últimos tiempos es un arma de dos filos, puesto que, si bien nos ayuda a formular un pensamiento regenerador, un exceso de crítica nos desconecta de la unidad en la lucha por los derechos de la mujer, o de la lucha por la supervivencia de las artes, de la cultura y de la música en nuestro país. En la agonía y en el abandono total hacia la cultura en Chile, se hace imprescindible volver a replantearnos cómo podemos subsistir en unión, junto a las artes y los feminismos, en la eterna búsqueda hacia la construcción de un mundo mejor, equitativo y consciente.

Dejemos de juzgarnos, de compararnos tan severamente, y vayamos poco a poco desarmando este modelo patriarcal que nos hace competir aunque no lo queramos. Dentro de la línea de creencias con las cuales crecimos y vivimos, nos han nublado con la idea de creer que destruyéndonos los unos a los otros lograremos conquistar una supremacía inexistente de un pensamiento único que nos hará llegar a un desenlace ilusorio altamente imposible.  Estamos en constante cambio, en eterno movimiento. Abortemos la idea de no creer en que es posible una comunidad que sí abarque la diversidad como recurso único e irrevocable. Que se nutra de la empatía colectiva, y que descanse entre la existencia del individuo y de cómo este se relaciona con su entorno y sociedad.
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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