Mirar desde el asiento – El Mostrador



El 11 de marzo de 2022 es indudablemente un hito histórico mayor, no solo porque asume el poder sorpresivamente un millennial  presidente de 36 años y  una coalición de izquierda pura y dura, como no ocurría en el país desde 1970, sino que también porque, más allá de posiciones ideológicas, se ha producido y se está produciendo un reemplazo generacional profundo y masivo.
Este proceso es liderado por cientos de jóvenes con una gran vocación política, con títulos en el extranjero y con experiencia universitaria, que arriban con nuevos paradigmas y se han atrevido a poner en discusión y cuestionamiento las hasta ahora verdades intocables instaladas desde la Patria Vieja por una interpretación cuasi oficial y conservadora de la historia de Chile.
Quizá sea este rasgo del tiempo que vivimos el más importante y emblemático, mucho más que otros aspectos llamativos pero no tan esenciales. A algunos de ellos, los mas polarizados, les dicen refundacionales y a los más transversales, gradualistas, como reviviendo la vieja confrontación entre autocomplacientes y autoflagelantes, que dividió a la Concertación y a la Nueva Mayoría.
Esta nueva y explosiva pasión por lo público de los jóvenes, que se echaba de menos hace una década, está estrechamente ligada a la urgente necesidad de hacer transformaciones esenciales a las expectativas y al entendimiento que muchos de nosotros tenemos de Chile y que hemos asumido hasta ahora como una especie de dogmas de fe. Y ello supera lo correcto o lo errado del programa de gobierno, la acertada o equivocada selección de las nuevas autoridades, en fin, la inmediatez de la refriega de corto plazo, propia de cada cierre de ciclo, elección de otro rumbo o cambio de signo en el poder.
Lo que está sucediendo en Chile es mucho más importante que la amenaza potencial que siempre proviene de un gobierno que anuncia y trata de hacer transformaciones económicas, sociales o políticas.
Hoy observamos el advenimiento de una nueva etapa de la historia de Chile, que explotó el 18 de octubre de 2019, pero que se venía gestando desde el mismo 5 de octubre de 1988. Por algo llamamos transición a la mayor parte de esos 30 años. Transición, precisamente porque el país ha debido caminar desde la dictadura a una democracia representativa, que ha significado importantes avances para todos los chilenos, como la reducción de la pobreza, la nueva infraestructura de obras públicas, la inserción en el mundo, la red de salud, que exhibió toda su potencia durante la pandemia, y la existencia de una economía sólida desde la cual proyectar el término de los abusos y la reducción de la desigualdad, que son ahora las nuevas grandes metas de Chile.
Es lógico también que los jóvenes tomen las riendas de estos cambios, porque los ex jóvenes, que jugaron un papel central en la vuelta a la democracia y en los equipos políticos y técnicos de la Concertación y de la Nueva Mayoría, ya cumplieron su tarea y la falta de renovación los ha hecho más conservadores y reacios al cambio.
Y esto no es una cuestión menor porque para realizar las transformaciones mayores hay que haber estado del lado de la disrupción y no del de la autocomplacencia. Por lo mismo que toca la hora de ser conjuntamente irreverente y gradualista porque la sola moderación conduce a la sordera y ceguera que no quiso ver ni oir la irrupción del reventón social, que con mucha anticipación se predijo y se anunció, pero que el grueso de poder establecido no quiso creer ni descomprimir a tiempo.
¿Acaso no son así todas las revoluciones?
La generación de la transición hizo bien su trabajo pero se agotó. Era necesario otro empuje, otro lenguaje, otras metas.
Haciendo autocrítica, llama la atención la falta de cuestionamientos a nuestra propia historia, cosa que es de común ocurrencia en todos los países evolucionados, mientras en Chile poner en tela de juicio los dogmas en los que hemos sido formados es un acto de herejía, casi una actitud antipatriota. Se le prenden velas a la República Conservadora, a Portales y a O’higgins y no es aceptable siquiera tener un juicio crítico sobre los padres de la patria o sobre el inconmensurable impacto conservador que tuvo, y hasta ahora tiene, el triunfo pelucón en Lircay y la posterior imposición de la Constitución de 1833.
Entonces aquí de lo que se trata es de tener una interpretación de nuestro pasado veraz y compartida, porque solo así vamos a avanzar hacia un consenso mayoritario sobre una Nueva Constitución. Eso es ser verdaderamente refundacional, y qué bueno que así sea.
La generación de la transición debe entregar el poder y colaborar en este apasionante proceso que está viviendo el país. Los jóvenes deben conducir y ser generosos, sin soberbia ni prepotencia, pero se necesita estar por los cambios para no quedarse atrapado en las redes del poder y la influencia. Como dijo la escritora Isabel Allende, no son muy pocos los países que actualmente estén pensando cómo quieren ser y qué tipo de sociedad van a construir hacia el futuro. Y ese espacio que se ha dado el país hay que aprovecharlo.
¿Cómo no va a ser apasionante pensar en gestionar el Estado desde le territorio y no desde las oficinas de los ministros en el centro de Santiago?
¿Cómo no va a ser un desafío generar un nuevo trato y estilo de coexistencia con los pueblos originarios, que respete su dignidad pero que no paralice el desarrollo del país, proceso de creación de valor en el cual sin discriminaciones esos chilenos también sean invitados, partícipes y beneficiarios?
¿Cómo no va a ser convocante ser un país líder en desarrollo humano o en garantizar la igualdad efectiva de derechos a las mujeres, el respeto a las minorías, en la valoración de las diversidades o en visibilizar discapacitados, que son más de un millón de personas?
¿Cómo no va a ser una actividad noble la política si a través de ella se mejora la educación de los niños de Chile, se asegura una vejez digna o se crea una cultura de la transparencia y de la meritocracia?
En fin ¿Cómo los jóvenes de los 80 van a restarse de apoyar este impresionante proceso, lleno de idealismo?
¿Por qué no salir de la descalificación, el ofuscamiento y la amargura, que surge de no querer reconocerse en el país que está surgiendo, y transformar en energía positiva, en aporte, en generosidad, en apertura de mente y espíritu, en tratar de entender desde lo mejor de nosotros mismos, lo valioso que tiene construir un país inclusivo y entre todos?
Debemos hacer este proceso de reconciliación y justicia en paz, con respeto y con los brazos abiertos.
Estos son tiempos para ser eficaces, ciertamente, pero también son tiempos para soñar sin prejuicios en un Chile mejor. No puede ser que se pierda la experiencia adquirida para viabilizar el funcionamiento del Estado y los cambios sociales por la ceguera y pequeñez de restarse. Pero junto con ello ahora el protagonismo le corresponde a los jóvenes.
Las desafortunadas palabras de la ex presidenta del Senado, que seguramente mirara desde su asiento como resuelve los desafíos el nuevo gobierno, representa el ícono equivocado, lo que no hay que hacer si realmente nos inspira el patriotismo y la urgencia del llamado de Chile

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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