Las desventuras de don Ramón Gutiérrez Achocalla, una distopía constitucional




Corría el año 2024. Don Ramón Gutiérrez Achocalla, hijo de un militar chileno y una campesina aymara, era un verdadero emprendedor, dueño de una próspera parcela cercana a un pequeño curso de agua del río Camarones, ubicada en la comuna del mismo nombre. Esta tierra era una herencia que le dejó su madre, doña Amank’ay Achocalla Apumayta, y por su microclima, estaba íntegramente dedicada al cultivo de mangos tropicales de gran calidad.
Sin embargo, don Ramón andaba por esos días de pésimo humor, con frecuentes episodios de acidez estomacal y presión alta. Desayunando con su hijo Pipo, quien le había traído de visita de vacaciones a sus tres adorables nietos, mascullaba. “Pipo, estoy hasta las pelotas. Desde que esta comuna se declaró territorio aymara, la vida se me ha convertido en un infierno’’.
“¿Por qué, papá? Pensé que andaba feliz, usted y yo votamos por Boric y dos veces por el Apruebo, y somos sólidos partidarios del Gobierno plurinacional. Tenemos sangre aymara en las venas. Yo, por lo menos, ando feliz. Desde que se duplicaron las pegas en el Gobierno, me ofrecieron la jefatura de un nuevo Departamento de Conciliación de Normas Regionales y Comunales en el Ministerio de Bienes Nacionales, estupendo sueldo, nada de qué quejarme”.
“¿De qué se trata ese trabajo, Pipo?”. “Bueno, papá, lo que pasa es que era tal el despelote de las diferentes normas que han inventado las diferentes Comunas y Regiones Autónomas, que nada cuadra con nada, así que me toca tratar de conciliarlas. Habrá trabajo para mucho tiempo, ya que después comenzarán las fiscalizaciones”.
Uff, masculló don Ramón. “Te felicito, pero te diré que estoy al borde de pasarme a la oposición. Esas mismas estupideces son las que me tienen a punto de perder la parcela. Te voy a dar algunos ejemplos. Llevo 14 meses tratando de construir un pequeño tranque dentro del terreno, para administrar mejor el riego por goteo. ¿Me vas a creer que, como esta comuna fue declarada territorio aymara, tengo que pedirle permiso al Jach’a mallku, que es el jefe supremo del ayllu donde está ubicada esta parcela? Yo siempre me había llevado estupendo con los aymaras de comunidades cercanas, siendo medio aymara yo mismo, pero ahora este señor lleva 14 meses sin darme el permiso, y me ha pedido discretamente una donación comunitaria que se llevaría un quinto de toda la producción. Quiere distribuir los mangos gratis en el almacén popular comunal que inauguraron el año pasado, el cual por cierto ya hizo quebrar al almacén de tu tío Jacinto Achocalla”.
“Pipo, la cosa no para ahí. Como tú lo sabes mejor que yo, por tu misma pega, esta comuna es autónoma para todo tipo de asuntos financieros, y acaban de definir una cuota comunal adicional a los impuestos nacionales, para todos los productores agrícolas y turísticos, de 10% de las ventas totales. Con eso me terminan de matar, pues mis utilidades apenas son el 12% de las ventas”. Don Ramón sentía que la acidez le comenzaba a perforar el estómago.
“Papá, no pase tanta rabia. Yo sé a ciencia cierta que la Cámara Plurinacional de Diputados y Diputadas aprobó una norma para regular estas cuotas comunales. De ahora en adelante usted va a poder solicitar una exención parcial de la mitad su cuota, justificando que es un productor pequeño, de menos de 10 hectáreas”. “Jaja, Pipo querido, tengo 12, por la cresta. Voy a ver si pongo dos hectáreas a tu nombre para salir del entuerto. ¿Te parece?”. “Faltaba más, papito, después las vendo y me quedo con las lucas, jaja. Broma, no pongai esa cara, poh”.
“Bueno, ¿y dónde tengo que solicitar la condenada exención?”. “Fácil. Yo te la tramito en Santiago, en la Superintendencia Tributaria de Cuotas Comunales, que es el servicio público recién creado para este tema. Se demoran eso sí, ya hay como 150 mil solicitudes. Pero yo te puedo apurar la causa. ¿Te acuerdas de mi compañero de curso, el Lucho? Agarró grossa pega, es el superintendente, gana 7 palitos mensuales”. “No me jodas, Pipo. Si ese weón no sabía ni sumar en 4º medio. Con esos sueldos mejor le pongo candado a la condenada parcela y me voy a Santiago a tratar de conseguir alguna pega. En esta situación nadie me la va a comprar. Total, desde que falleció tu mami, aquí solo, ya no me queda fuerza para dar la pelea. Lo único que me da pena son las siete familias a las que les doy trabajo, pero la verdad, ya no puedo más”.
“Pipo, quiero que veas lo fumados que estaban los que redactaron la Constitución. Yo no leí el proyecto plebiscitado, me confié en lo que dijo el pelado Jackson y por eso voté Apruebo. Para más remate, los ecologistas al pedo decretaron la prohibición de monocultivos. Como yo tengo puros árboles de mango, que es lo que mejor se da por lejos, voy a tener que arrancar la mitad. Ayer me visitó la recién nombrada Inspectora de Control de Monocultivos de la comuna, cuñada del alcalde, me enchufó una multa de un millón de pesos y me dio un mes para arrancarlos y cultivar porotos en su lugar. Bien odiosa y prepotente la perica con su nuevo cargo. Me gritoneó que al tener un monocultivo de mango yo estaba dañando la capa de ozono”.
“¡Y eso no es todo, carajo! Me avisaron de la AFP que, según la nueva norma constitucional, la mitad de mis ahorros de toda una vida se van a un Fondo Solidario. Tenía 110 millones ahorrados en 35 años, me van a quedar 55. Váyanse tantito a la chuu…”, gritó Ramón mirando al cielo, a estas alturas rojo de la ira.
“Ya, papito, te suplico por favor que no pases más rabias, se te va a subir de nuevo la presión, disfruta del desayuno y los nietos mejor, mañana será otro día, y la selección de fútbol juega a las 18 horas su primer partido con Uruguay por las eliminatorias del Mundial 2026. Imperdible”.



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