Violencia escolar como reflejo de una sociedad enferma



La violencia experimentada en los días iniciales del año escolar 2022 en diversos establecimientos educacionales a lo largo del país, no solamente en las grandes ciudades sino también en las “intermedias”, nos ha sorprendido como sociedad sin que tengamos plena claridad sobre sus orígenes, sus itinerarios y de lo que podemos hacer en diversos planos como respuesta para sanarnos y también para prevenirla.
Los sucesos de estas semanas dan cuenta de conflictos que no se condicen entre sus aparentes causas con su devenir, evidenciando en las agresiones y delitos ocurridos situaciones mucho más complejas, imputables en grado importante a los efectos directos e indirectos de los años de pandemia.
Por lo mismo, pensar mecánicamente que esta problemática se solucionará solamente actuando en los establecimientos educacionales es irreal, ésta excede —a todas luces—  el ámbito escolar. No obstante, hay factores intra sistema escolar que es importante revisar.
No deja de ser sorprendente, que en pandemia habiéndose trasladado buena parte de la tarea educativa desde la escuela al hogar, hayamos estado absolutamente huérfanos de políticas educativas dirigidas al hogar. Es decir la autoridad política ministerial no entregó mayores luces ni perspectivas de trabajo con la familia, con los tutores o apoderados, ni para los docentes ni para la familia, más allá de cuestiones muy formales.
De igual forma, hubo escaso apoyo a los docentes no solo como contencionadores emocionales de sus estudiantes y familias, sino que respecto de si mismos, es decir, de la contención emocional que debían tener al jugar- muchos de ellos- el papel de profesores/as y padres/madres. Esta tarea multifuncional ha sido de un enorme desgaste escasamente valorado por la autoridad ministerial saliente.
La insistente y triste respuesta que manifestaron las autoridades políticas ministeriales de educación del gobierno anterior, por el retorno presencial de los estudiantes a los establecimientos educacionales como —prácticamente— única solución de todos los problemas educativos del país en pandemia, da cuenta de lo feble de su perspectiva, al menos en lo educacional.
Sabemos que el proceso de cierre de las escuelas generó impacto económicos directos e indirectos en buena parte de los otros sectores de la economía. También tuvo impacto social, sabemos que la escuela virtual amplió las diferencias sociales: la escuela física permite la mejor entrega del apoyo de alimentación, útiles escolares y apoyo pedagógico, como también tiene un impacto político en la gobernabilidad de la sociedad.
Lo que sabemos nos dice que la pandemia dejó una sociedad convulsionada, no solamente por los más de 3,5 millones de contagiados y más de 56 mil fallecidos, sino además por que en momentos claves la muerte fue una realidad para muchos integrantes de diversas familias. Ello provoca incerteza, temor y por lo mismo las reacciones derivadas pueden ser agresivas.
También las familias han experimentado tensiones muy fuertes en materia económica, a raíz de la pérdida de empleos, de reducción de recursos económicos y de sentir el abandono y en oportunidades el abuso de las empresas dominantes y de la sociedad que no es acogedora con sus requerimientos vitales. No deja de ser contradictorio que una política “social” haya sido que los propios trabajadores “privadamente” financiaran con sus fondos previsionales su manutención básica en este tiempo, una contradicción solamente entendible en la selva neoliberal que “nos cobija” por estas cuatro décadas, y que ha sido la fuente de enormes desigualdades.
También estos años marcaron una fuerte tensión intra hogares que han derivado en muchas rupturas de parejas y sin duda, que muchos niños y jóvenes presenciaron escenas de gran tensión y violencia en sus casas las cuelas no siempre comprendieron.
En síntesis, estos años han mostrado descarnadamente que cada persona de nuestro país debe valerse por si misma, que la sociedad le apoya puntualmente en algunas situaciones críticas. Que la pandemia golpeó en forma diferentes a ricos y pobres, y que no solamente tuvieron opciones de vida distintas sino de saltarse las leyes del confinamiento, de la vacunación y tantas otras que muestran que la gran fuente de violencia sigue siendo una desigualdad social escandalosa que no queremos ver por que incomoda a los pudientes (o que se creen pudientes).
La escuela puede hacer más, si, por cierto, debemos ser un lugar de acogida, pero este caminar no puede ser a costa de los docentes y trabajadores de la educación, sino con ellos, pero no podemos pensar que sea la escuela el gran agente que solucione lo que el país en todas sus esferas no ha sido capaz de recomponer.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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