La violencia como moneda de cambio



Como cada cierto tiempo, han recrudecido los ataques en la Araucanía, los cuales han dejado en evidencia a los violentistas y su compromiso con las armas, a través de ellas quieren convencer de que es el único lenguaje digno para representar al pueblo mapuche. Ante esto, no podemos guardar silencios cómplices.
El lenguaje de las armas solo genera espejismos y promesas de bienestar, pero su resonancia de miedo amenaza nuestras vidas y oscurece de manera tenebrosa el futuro de nuestros hijos.
Eso no es una situación novedosa para quienes formamos parte del pueblo mapuche: grupos como la Coordinadora Arauco Malleco (CAM) actúan generando temor y destrucción, pero al mismo tiempo, persiguen desesperadamente las mediáticas luces de los medios de comunicación, con el fin de entregar un manoseado mensaje reivindicatorio, que no representa a los pueblos indígenas ni al pueblo mapuche en particular.
La violencia desatada ha cobrado la vida de personas inocentes, indígenas y no indígenas, transformando en mentirosa a una causa justa. Las retorcidas acciones son elaboradas desde una burbuja ideológica, alejada de la cultura y la realidad.
El triunfo de la violencia no es más que el fracaso de la política. Por eso es que el aumento de las medidas de seguridad en la Macrozona Sur debe ir aparejado de diálogo. Somos conscientes del valor que tiene. Sin embargo, este solo es posible con organizaciones que lo valoren y tengan vocación de paz. Al respecto la CAM y, otros grupos extremos, ha dejado en claro su opción por la vía militar del Weichan, es decir, el camino de lucha. Con ello, la viabilidad de un acercamiento es casi imposible. No podemos sentarnos a la mesa con el fusil en la mano. Más aún cuando se exige como moneda de cambio, entre otras cosas, la liberación de los “presos políticos mapuches”. Permítanme discrepar: se trata de delincuentes que no están en la cárcel por motivos políticos.
Otra aclaración: en el Wallmapu, quienes han propiciado la vía de la violencia y el narcotráfico en las comunidades son minoría. La mayoría de nosotros defendemos los derechos de nuestro pueblo por las vías democráticas, plantear un camino institucional no es traicionar nuestra historia ni a nuestros ancestros.
Para nosotros, tal como lo ha afirmado sensatamente Alfredo Zamudio, director de la Misión Chile del Centro Nansen para la Paz y el Diálogo, ubicado en Noruega, “muchos pueblos tienen memoria de los abusos de generaciones anteriores y es importante crear espacios para hablar de ellas. El diálogo nos puede dar las coordenadas para navegar en esas dificultades». Aun cuando creamos que ya todos los caminos pacíficos han sido agotados.
Somos conscientes de que, durante estas décadas, las naciones indígenas hemos sufrido la violencia de los pactos no cumplidos y la negación.
Aun así, lo más urgente, es reconstruir las confianzas rotas. El Estado tiene que dar señales políticas y avanzar con la mayor celeridad en una agenda de derechos. La improvisación y la búsqueda de efectos comunicacionales es una opción carente de sensatez.   
No solo hay aspectos importantes, también hay otros urgentes, como la compra de tierras a las comunidades que cumplen con las condiciones establecidas en la Ley Indígenas. La oficialización del mapudungún, a lo menos a nivel regional, también es una sentida necesidad.
Por último, en lo que dice relación con la Convención Constitucional y su innegable importancia para el gobierno, esta debe desarrollar su trabajo con independencia y en la forma señalada por la Constitución.
El plebiscito de salida debe ser una fiesta cívica y democrática, libre de intervencionismo o capturada por grupos de presión.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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