Precariedad laboral: un cuento de nunca acabar




Si hay una característica de la economía chilena que ha cobrado especial relevancia en los convulsos últimos cuatro años, es la alta precarización laboral, donde la falta de contrato, el trabajo por cuenta propia o la tenencia de contratos a plazo, implican una falta de estabilidad que impacta a sus trabajadores a un nivel subjetivo generando sensaciones de ansiedad, agobio y desesperanza frente al futuro.
La precarización laboral se explica tanto por un marco regulatorio que incentiva la flexibilidad del empleo guiado por el criterio de eficiencia, como por las características de la matriz productiva de la economía chilena en los últimos 30 años. Esta, en general, sigue basada fuertemente en la extracción y exportación de materias primas poco elaboradas, en sectores de alta productividad, pero baja mano de obra o sustentadas  en el trabajo precario y estacional, como la agricultura.
En este escenario, el aumento en las exportaciones de estos sectores y el ingreso de divisas impulsan alzas en el consumo que generan un incremento de los empleos del sector servicios como el comercio, la construcción y otros empleos precarios, los que tienden a desaparecer cuando las exportaciones decrecen, por ejemplo, cuando disminuye el precio del cobre.
Si el estallido social puede entenderse a partir del agobio cotidiano de los trabajadores precarizados,  la pandemia mostró con crueldad las consecuencias que tiene un shock generalizado para el empleo desprotegido, donde las restricciones a la movilidad y la drástica disminución del consumo, impactó con fuerza a los trabajadores precarizados. Según la Encuesta de Empleo del INE, entre enero y junio del 2020 se perdieron 1.990.000 empleos incrementando la tasa de desocupación de un 7,8% a un 13,1%, cifra que se mantuvo en los dos dígitos hasta mayo del 2021. Mientras que el empleo formal solo disminuyó un 15%, los trabajos informales experimentaron una baja de un 40% siendo los más perjudicados el comercio (375.000), la construcción (305.000), la agricultura (264.000) y los servicios de comidas (232.000).
Para fines del 2021 el empleo se recuperó llegando a tasas de desocupación menores a las del comienzo de la pandemia (7,3%) con la reactivación de 1.695.000 trabajos. No obstante dichas mejoras se explican principalmente por el boom del consumo impulsado por el traspaso monetario de los retiros de las AFP combinados con los distintos subsidios entregados por el estado, como el IFE y el Bono Pymes. No es sorpresa que los sectores donde más subió el empleo correspondan al comercio (364.000 empleos), la construcción (312.000) y el servicio de comidas y alojamiento (149.000). Si bien estas ayudas fueron indispensables frente a la catástrofe, existe la amenaza de que los nuevos empleos desaparezcan junto a la disminución de la entrega de ayudas económicas por parte del Estado y el consiguiente decrecimiento del consumo, sumado al peligro de la inflación. Ya se vislumbra si consideramos que el desempleo subió a 7,5% en los primeros meses del 2022.
La fuerte baja en el empleo también impactó a los trabajadores a un nivel subjetivo. Según datos de la Encuesta de Percepción del Desarrollo Urbano Sustentable aplicada por CEDEUS entre junio y julio del 2021 mostró que para los trabajadores de nivel socioeconómico alto (ABC1 y C2), la mayor consecuencia de la pandemia fue la adopción del teletrabajo, mientras que para un 38% de los trabajadores del nivel socioeconómico bajo (D y E) el mayor impacto fue la pérdida de empleo y el consiguiente cambio de rubro.
Asimismo, en comparación a los trabajadores sin contrato o con contrato a plazo, aquellos con contrato indefinido se sienten mejor preparados para subsistir económicamente en caso de que algún miembro del hogar sufra alguna enfermedad catastrófica o pierdan el trabajo, además de percibir una mejor situación económica y una mayor estabilidad laboral. En tanto, los trabajadores de servicio doméstico presentan un mayor agobio frente al endeudamiento, además de una mayor desesperanza de poder mejorar su situación económica futura.
En comparación a los hombres, las trabajadoras mujeres perciben una peor estabilidad laboral, una peor situación económica, menor preparación frente a la enfermedad catastrófica de algún integrante del hogar o frente a la pérdida del empleo. Las mujeres además declaran tener menor tiempo libre, lo que es indicativo de las labores de cuidado que muchas deben combinar junto a sus actividades laborales.
Estos últimos sucesos nos recuerdan la necesidad de avanzar a un sistema donde el trabajo no esté tan fuertemente ligado a los vaivenes del consumo y de las ganancias del sector exportador, avanzando a una matriz productiva en la que proliferen empleos dignos y estables que les permitan a los trabajadores vivir tranquilos y proyectarse en el tiempo. Quizás para esto vale la pena hacerse la pregunta sobre la viabilidad de contar con otras fuentes productivas, más allá de la extracción de materias primas, en las cuales se aproveche el capital humano existente, y que, lo más importante, incentive la creación de empleos que se mantengan en el tiempo.



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