El presente artículo, tiene la particularidad de poner de manifiesto los rasgos de una persona ejemplar, caracterizada por su determinación y valentía al convertirse en la primera abogada mujer que accedió en Chile a esta profesión, abriendo el camino al devenir de las generaciones que le siguieron.
En 1877 y siendo Ministro de Instrucción Pública don Miguel Luis Amunategui, se dicta un Decreto -.visionario para su época- que permitió “estimular a la mujeres para que hagan estudios serios y sólidos “, admitiéndolas a “rendir exámenes válidos para obtener títulos profesionales“, sometiéndose “a las mismas disposiciones que están sujetos los hombres “, “facilitándole los medios de que puedan ganar la subsistencia por sí mismas”.
Esta incorporación dio lugar a que se recibieran las primeras dos médicos en un área de acceso tradicional para la mujer como era la obstetricia (parteras) y posteriormente la mujer pionera que hoy recordamos.
“Ser para otros” sirviendo como esposas y madres con destino radicado en “cocinar y coser”, son testimonio en el mundo social decimonónico, del papel de la mujer, recluida en su casa de acuerdo a lo que se estimaba era “su naturaleza” y a la estricta división de funciones, ajustada a las convenciones y costumbres existentes. Así las primeras estudiantes “señoritas” que por excepción y merced al citado Decreto, saltaban esta condición, tenían que asistir a clases acompañadas de sus madres que servían de “respeto” en notoria desventaja, frente al alumnado predominantemente masculino en cualquier grado o carrera.
Toda esa carga no impidió que Matilde -nacida en la ciudad de Angol en 1876 – hija de un militar- , ingresó a la Facultad de Leyes de la Universidad de Chile en 1877 y concluyó su carrerar con esa misma capacidad y superación, con la colación del grado de Licenciada y el título otorgado por la Corte Suprema el 6 de Junio de Junio de 1892. Su ejemplo señero, sin duda , sirvió como referente a países como Bélgica en 1895 , Argentina en 1910 que no permitían que las mujeres ejercieran como letradas Significativo es el caso de España que recién las autoriza a colegiarse en 1922 ( Valencia) y 1925 ( Madrid) levantando el duro veto arrastrado desde el Ordenamiento de Alcalá de 1348, que prohibía a la mujer el ejercicio de la abogacía.
Como profesional liberal , le tocó enfrentarse a abogados de reconocido prestigio y versación tanto en el foro como en el espacio público, logrando cimentar una abundante clientela entre las cuales se contaban personas de escasos recursos, convirtiendo, según se afirma, “su profesión en un verdadero apostolado” al igual que muchas mujeres que han continuado su legado.
A pesar de los escasos datos biográficos, acerca de sus actividades o vida personal, existe un episodio notable y muy elocuente, similar al ocurrido con la primera abogada en Argentina, María Angélica Barreda, admitida al ejercicio tras una batalla judicial en su provincia de La Plata en 1910 y que sirven para reconstruir la mirada que la sociedad dispensaba a la mujer en aquella época tumultuosa en la que comenzaba su andadura profesional.
En 1893 , presidida por el coraje y el temple que le daba su profesión se presentó para el concurso de Notario Público y Secretaria del Juzgado de Letras de Ancud , oposición que fue objetada por el Fiscal de la Corte Apelaciones de Concepción por su condición de mujer y la “ incompatibilidad moral proveniente de la diferencia de sexo” , toda vez que si de acuerdo al Código Civil , no podía ser testigo de un testamento solemne , menos podía desempeñarse como Ministro de Fe, lo cual fue resueltamente impugnado por la postulante. Finalmente, la Corte Suprema en un histórico fallo que merece ser recordado ( Gaceta N° 3.735 , 20 de Oct de 1893) , acogió su defensa, rechazando estas consideraciones y reconoció la igualdad entre hombre y mujer para acceder a cargos públicos.
Sin duda, el aporte de la mujer a esta profesión y sus habilidades empáticas en materia de orden y comunicación son una fortaleza reconocida en la práctica profesional, celebrando adicionalmente su capacidad de conciliar con equilibrio, conciencia y abnegación, una vida laboral y una vida familiar.
Matilde Throup falleció a los 46 años, en 1922
(Revista del Colegio de Abogados N° 82)
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