La niebla de la guerra



Tres meses de guerra en Ucrania y cunde la sensación de que las informaciones se evaporan, son difusas y van cayendo de los titulares destacados de los medios de comunicación. A esto se une otra percepción: la de que el conflicto se estanca. No hay batallas decisivas sino ataques puntuales y, de vez en cuando, declaraciones “incendiarias” de responsables políticos, que poco a poco, dejan de inquietar. La magia de las fechas se ha diluido, ya sea la Pascua ortodoxa o el aniversario de la “Gran Guerra Patriótica”. No hay que esperar ni cambios, ni decisiones importantes, en función de una fecha. En uno de los bandos apunta una moral de victoria, en el otro la mecánica determinación de seguir adelante con una “operación especial” que, en el peor de los casos, se saldará con más porciones de territorio conquistado, fatalmente inamovibles cuando las armas callen.

Estamos en plena “niebla de la guerra”, una expresión que se atribuye a Karl von Clausewitz en su tratado De la guerra, aunque, en realidad, la popularizó entre los estudiosos el coronel británico Lonsdale August Hale en 1896, en una conferencia en que comentaba la obra del estratega prusiano. Lo que escribió Clausewitz lo encontramos en el capítulo 3 del libro I de su tratado:

“La guerra es el reino de la incertidumbre. Las tres cuartas partes de los factores en que se basan las acciones bélicas están envueltas en una niebla de mayor o menor incertidumbre. Se exige un juicio sensato y perspicaz, una inteligencia entrenada en desvelar la verdad”.

Hay quien puede creer que el uso de las nuevas tecnologías, sobre todo para la localización del enemigo, contribuye a disipar la niebla de la guerra. Sin embargo, es sabido que el tener más datos y saber más cosas “no reduce nuestra incertidumbre, sino que la aumenta”, en opinión de Clausewitz. Si, además, se están recibiendo informaciones fragmentadas, eso perjudica cualquier capacidad de decisión. Nuestro estratega dice además que la inteligencia, por sí sola, es insuficiente. En muchos ámbitos se considera hoy la inteligencia como el gran motor de cualquier estrategia, pero se suele ocultar otra realidad: muchas personas inteligentes son irresolutas. Una cosa es diagnosticar los síntomas y otra muy diferente curar una enfermedad.

Por lo demás, no hay tecnología en el mundo que pueda sondear a fondo la mente humana, cuyas acciones futuras son muy complejas de predecir. En el caso de Ucrania son muchos los analistas que intentan introducirse en la cabeza de Vladimir Putin, como si la suerte de la guerra dependiera de un solo hombre, de sus convicciones, de sus palabras pasadas y presentes. Pero ni las palabras, ni mucho menos los silencios, aclaran nada. Tampoco las calificaciones de si un determinado comportamiento es racional o irracional; ni, por supuesto, las comparaciones históricas, siempre con la Segunda Guerra Mundial o con Hitler y Stalin, pues resultan tan eruditas como forzadas. Cabe concluir que la guerra, al igual que otras acciones humanas, es el reino de las emociones. Lo dice también Clausewitz en el citado libro I: “Si la guerra es un acto de fuerza, las emociones no pueden faltar”. Son las emociones, que nacen habitualmente de percepciones subjetivas, las que contribuyen a la incertidumbre de la niebla de la guerra. Se puede expresar con una referencia literaria rusa, de Iván Turguéniev: “El alma humana son tinieblas”.

La niebla de la guerra tampoco es inocente. Debe mucho al secreto que cultivan los bandos enfrentados. El secreto no se fundamenta sólo en la falta de información sino en todo lo contrario: en la proliferación de informaciones, sobre las que hay decidir, y en poco tiempo, si son reales, falsas o erróneas. Hoy se podría afirmar incluso que la guerra es el reino de la posverdad. La niebla de la incertidumbre trae inevitablemente sorpresas. Clausewitz así lo corrobora: “Como todas las informaciones e hipótesis están sujetas a la duda y como el azar actúa en todo, el mando descubre continuamente que las cosas no son como esperaba”. De la niebla de la guerra sabía bastante el secretario de Defensa Robert McNamara, que en 2003 protagonizó un documental dirigido por Errol Morris. Afirmó que en Vietnam fue esa niebla lo que llevó a los militares estadounidenses a cometer graves errores tácticos y a ser conscientes de ello, incluso hasta el extremo de saber que estaba muriendo gente inocente.

Los historiadores no suelen hablar de la niebla de la guerra. Manejan tal cantidad de informaciones que alimentan la ilusión de saber ensamblar los hechos. En cambio, algunos escritores, profundos conocedores de la psicología humana, han sabido transmitir la atmósfera de la niebla de la guerra. Por ejemplo, en Guerra y paz de Tolstoi, el príncipe Andrei Bolkonski, en la batalla de Austerlitz, se ve sorprendido por una oleada de soldados fugitivos rusos que huyen de los franceses. Él creía estar ante un momento decisivo de una gran victoria de las armas rusas, pero esa oleada lo envuelve y lo hace retroceder. Luego cae herido y pierde la sensación de lo que está pasando. Sólo distingue un cielo alto y con nubes grises, al tiempo que es invadido por sensaciones de paz, calma y serenidad. Entonces aparece Napoleón Bonaparte y ordena que evacuen al príncipe para ser asistido de sus heridas.

Por lo menos, Tolstoi escribe sobre un enemigo que reconoce el valor de los otros, pero en el caso de Fabrice del Dongo, protagonista de La cartuja de Parma de Stendhal, la realidad es más prosaica en la batalla de Waterloo. A Fabrice lo envuelven también nubes de caballería francesa en retirada, los mismos jinetes que un día antes habían vencido a los prusianos en Ligny. Ahora huyen “como carneros”, dice Fabrice –que no está seguro de haber presenciado ninguna batalla, pues sus sensaciones se reducen a humo blanco, que no le deja ver casi nada, y a descargas ensordecedoras–. Sólo por unos instantes alcanza a ver al mariscal Ney, ennoblecido por Napoleón con el título de príncipe del Moscova, encarnación de la gloria militar francesa, pero fusilado pocos meses después de la derrota de Waterloo. El humo ha hecho dudar a Fabrice sobre si ha estado realmente en una histórica batalla y esa duda le lleva a esta conclusión: “La guerra no era, pues, ese noble y máximo vuelo de almas amante de la gloria, que se había figurado, leyendo las proclamas de Napoleón”.

¿Sirve la niebla de la guerra en Ucrania para confirmar la célebre cita de Clausewitz de que la guerra es la continuación de la política por otros medios? Si la guerra, y más aún una guerra prolongada, no funciona para conseguir unos fines políticos, la niebla se expande y no deja ver el horizonte. La prolongación de las destrucciones y las muertes de civiles no contribuyen al logro de los fines políticos en un mundo siempre sediente de imágenes. En medio de la niebla, los alardes de determinación de cualquier líder político que conduzca una guerra pueden no ser interpretados como una virtud heroica, sino como una exhibición vacilante de riesgos e incertidumbres.

Imagen: Bombardeo de las antenas de telecomunicaciones en Kyiv, Ucrania (3/3/2022). Foto: Mvs.gov.ua (Wikimedia Commons / CC BY 4.0).
Autor: Antonio R. Rubio PloLa entrada La niebla de la guerra se publicó primero en Real Instituto Elcano.



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