El político tradicional y el estadista

El tema enunciado en esta columna, nos recuerda las siguientes palabras expresadas por Winston Churchill: “El político –sabio, no el tradicional o común– se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.” Esto implica desprendimiento de las ambiciones personales.También implica grandeza para concertar acuerdos nacionales aunque sean ideas de otros que pretenden contribuir con su país, aun cuando éstos sean críticos a la conducta de un gobernante, puesto que el estadista sabe apreciar y procesar la crítica, sobre todo aquella que tiene propósitos sanos, no dañinos o mezquinos que por lo general obedecen solo a intereses sectarios y oligárquicos.
La palabra estadista, también hace referencia a aquella persona que posee gran conocimiento y experiencia en relación a la unidad jurídico-política denominada Estado. En términos pragmáticos, supone a un especialista en el manejo armónico y ordenado de la cosa pública, así como en lo referente a la asignación de recursos y medidas con vistas al bien de la nación a la que le ha tocado gobernar porque así lo decidió el pueblo y porque supuestamente se preparó para ello.No  para proponer utopías ni ofrecer promesas vanas que solo crean vacías ilusiones que, cuando no se concretan, generan en los ciudadanos, entre otras cosas, decepción, frustración, descrédito y hasta resentimiento.
Un auténtico estadista deja una marca de cambio positivo y de progreso en la historia de su pueblo, ya que lo guía hacia un destino de grandeza, mejorando sus capacidades, descubriendo potencialidades y generando auténtico progreso. En cambio, el político tradicional en muchas de las ocasiones deja en la miseria al pueblo que confió en él, debido a las erráticas decisiones.
José Ortega y Gasset, llamó estadistas, a aquellos gobernantes que son capaces de tomar medidas que son buenas a largo plazo, aunque en lo inmediato puedan resultar antipáticas e impopulares. Será la historia quien, con mirada retrospectiva juzgue al político tradicional y lo califique como un simple oportunista, demagogo y temeroso por no rectificar rápidamente para corregir el rumbo.
Para Churchill, la diferencia entre un político común o tradicional y un estadista, es que el primero – el político tradicional– solo piensa en el triunfo electoral y la venganza, mientras que el segundo –el estadista–, piensa y procede a favor de las generaciones venideras.
El estadista también se rodea de un equipo competente y de genuinos asesores, y no de aduladores  como lo hace el político tradicional, que incluso este último paga del erario público para aparentar una imagen bondadosa que no tiene en los hechos o en su vida personal.
 En el contexto de un auténtico Estado Constitucional y Democrático de Derecho, el estadista respeta, propicia y da cabida a las diversas expresiones y grupos sociales, y además, gobierna para todos por igual con equidad y equilibrio. En cambio, un político común o tradicional, por lo regular se confronta con quienes no están de acuerdo con él y los mira con desconfianza y desprecio como si fuesen sus adversarios o enemigos personales. Además, ordena a sus corifeos a que ataquen a sus críticos, sembrando el odio contra ellos.
En cambio, el estadista es aquel líder cuya sensibilidad lo hace comprender antes de que las cosas sucedan negativamente, y corrige de inmediato para rectificar el rumbo. Lo hace con mayor lucidez y profundidad ante una nueva situación que en el futuro puede convertirse en un hecho histórico reprochable. De tal manera que intuye  rápidamente los problemas que se pueden generar, y actúa ágilmente en consecuencia, por lo que no espera a que las cosas negativas sucedan y agobien demasiado a los ciudadanos.
El político tradicional divide y confronta al pueblo, mientras que el estadista es un símbolo de unidad nacional  no de confrontación ni odio.
El estadista también es un líder eficaz que sabe hacer frente con rapidez a los grandes desafíos, mientras que el político tradicional por lo general es un mediocre que conduce al desastre y endosa los problemas al pasado u a otros.
El estadista no lleva a su pueblo al abismo del fracaso. En cambio, al político tradicional no le interesa la desilusión ciudadana y es caprichoso en sus ideas, aun cuando conduzca hacia el precipicio a la nación entera en donde gobierna.
Usted, amable lector, conforme a las características antes mencionadas, por favor, ubique a uno y otro, es decir al político tradicional y al estadista. 



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