El Boom Latinoamericano y sus escritores

Un tema lleva a otro, lo mismo pasa con los escritores. A Gabriel García Márquez (Gabo) lo acompañan el mexicano Carlos Fuentes, el argentino Julio Cortázar y el Peruano Mario Vargas Llosa, este cuarteto de plumas brillantes integran el famoso Boom Latinoamericano cuyas características y legados revisé en mi columna de hace quince días. Esta vez me propongo introducirlos en su narrativa y coincidencias.Comienzo por decir que fueron amigos, iniciaron el vínculo por carta o se conocieron leyéndose unos a otros, pero su entrada a la alta literatura los reunió, como cuando en los sesenta Vargas Llosa conoce a Gabo en Caracas cuando iba a recibir el premio Rómulo Gallegos.Estudiando sus biografías y sus obras encontré que se parecen: leyeron a los mismos autores, destacan: William Faulkner (1897-1962), James Joyce (1882-1941) y Ernest Hemingway (1899-1961); de ellos aprendieron a contar historias con muchas voces, a saltar en el tiempo y a no contar todo. Joyce y Virginia Wolf (1882-1941) los animaron a incluir en sus relatos monólogos interiores. Todos vivieron en Europa y ahí se influenciaron por las vanguardias que buscaban romper los esquemas utilizados en la literatura apelando a la experimentación y a la libertad creativa.Otro rasgo similar es que fueron trotamundos. En algún momento de sus vidas Jean Paul Sartre los convenció y ejercieron su libertad con responsabilidad social y política, esa convicción fue patente en sus facetas como periodistas. Europa les llenó la cabeza de nuevas formas de escribir y la infancia fue el fogón donde se cocinaron las tramas de muchas de sus novelas y cuentos, Cortázar se volvió un genio de este último género. La revolución cubana los hizo coincidir ideológicamente, aunque el peruano hizo un giro a la derecha.Así, borraron la línea que existe entre la verdad y la mentira y nos hablaron de América Latina alterando la realidad. Leyéndolos nos enteramos de cómo somos: sociedades sincréticas y mágicas porque nos curamos pasando un huevo por nuestro cuerpo y si queremos saber el futuro escuchamos a los caracoles. Por lo tanto, su reto fue dar una expresión a esa realidad mítica y abundante porque aquí lo cotidiano es sobre natural y lo sobrenatural es normal. En estas latitudes no es necesario explicar lo mágico.En suma, estos escritores lograron crear obras de alto valor literario; algunas contadas en primera persona como Cien años de soledad (1967), ahí vimos cómo el padre del coronel Aureliano Buendía lo llevó a conocer el hielo. En Aura (1962), Carlos Fuentes nos sorprendió con una voz en segunda persona que le da órdenes a sus personajes y todo lo sabe: “La abrazarás, la sentirás desnuda, pequeña y perdido entre tus brazos, sin fuerzas, no harás caso de su resistencia gemida, de su llanto impotente besarás la piel del rostro sin pensar, sin distinguir”. Por su parte, Julio Cortázar reinventó la estructura de la novela con Rayuela (1963) y Vargas Llosa nos sigue hablando desde la crudeza de la realidad.Sus historias nos llevan de las montañas a la ciudad pasando por el trópico donde vemos dictadores, zonas empobrecidas y fiestas donde se mezclan la religión católica y las creencias prehispánicas. Ellos crearon una nueva narrativa abrevando de la tradición y de los escritores, que como ellos, ya comenzaban a escribir alejados de las temáticas de las revoluciones de independencia y del costumbrismo. Su imaginación poderosa nos habló desde otro lugar, aquel donde se cuelan los sueños, la fantasía, pero sobre todo nuestra realidad lastimosa. Escribieron en plena Guerra Fría, mientras Martin Luther King recibía el Nobel de la Paz y Quino inventaba a Mafalda.



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