Siempre sucede lo ilegible – El Mostrador



La frase es de Oscar Wilde (The Decay of Lying) y, si la leo bien, alude a la sempiterna dificultad para interpretar algunos hechos con los que la vida suele sorprendernos.
Hechos como, por ejemplo, que la ciudadanía chilena haya rechazado abrumadoramente la propuesta constitucional que surgió después del arduo trabajo de 77 mujeres y 77 hombres, elegidos todos de manera libre, informada y democrática, luego de una demanda social evidente, un acuerdo político amplio y transversal, una reforma constitucional unánime y un plebiscito de entrada arrollador.
El 62% de los votantes, en la elección con mayor participación de la historia de Chile, llegó a la conclusión de que era preferible mantener la Constitución vigente (de origen dictatorial, aunque con importantes ajustes que no alteraron, sin embargo, su corte neoliberal y su desdén con, o protección frente a, las mayorías), y rechazó el texto constitucional propuesto, que hubiera comenzado tímidamente a regir (consideraba una transición de entre dos y cuatro años, y más, y mantenía el poder legislativo actual hasta el año 2026). Ello, a pesar de que en la propuesta se enfrentaban los temas más acuciantes de nuestra convivencia: la desigualdad y la falta de oportunidades, la discriminación con las mujeres y las disidencias sexogenéricas, la invisibilización de los pueblos originarios, la falta de compromiso con los derechos humanos, las odiosas excepciones al principio de la mayoría (supermayorías y control preventivo de constitucionalidad), etc.
¿Cómo leer lo que ocurrió? Mentiría si dijera que el mensaje es claro.
Lo que sí está claro es que la mayoría no quedó conforme con el texto propuesto (no voy a repetir más tan lúcida afirmación, lo prometo). Es la razón de ello lo misterioso aquí. Dos hipótesis en competencia: lo hizo porque entendió muy bien la propuesta, y no le gustó, o lo hizo porque fue embaucada por la desinformación, las mentiras y la campaña del terror, y no la entendió, se confundió y se asustó.
Descartemos rápidamente la segunda hipótesis. Es verdad que una parte importante de la campaña del Rechazo se basó en groseras exageraciones (¡se ponían en riesgo las mismas bases del sistema democrático!) o en interpretaciones antojadizas (se necesitaría en el futuro el consentimiento de once pueblos indígenas para modificar la Constitución) o en verdaderas mentiras (se podría abortar hasta un minuto antes del parto, los delincuentes podrán postular a cargos de elección popular, Llaitul no podría ser perseguido penalmente si se aprobaba la nueva Constitución, se acabaría el sueño de la casa propia, los fondos de pensiones serían expropiados, el derecho de propiedad quedaría desprotegido, etc.). Pero es verdad también que eso no pudo tener un efecto tan relevante en la intención de voto de la ciudadanía. Creo, quiero creer, que los chilenos no son presas tan fáciles de la desinformación. Quizá algunos puntos porcentuales puedan explicarse por carencias en la educación cívica del electorado, y por estas deleznables campañas, pero no 24 puntos porcentuales. No. Esta no fue la razón del Rechazo.
Queda la segunda hipótesis: la gente entendió bien la propuesta y decidió rechazarla, con perfecto conocimiento de causa. Para quienes creen que esta sociedad necesita con urgencia cambios (me incluyo), esta conclusión es durísima, devastadora. ¿Por qué la mayoría de Chile no querría estos cambios? En lo económico: ¿confía todavía esa mayoría en la teoría del chorreo?, ¿cree que el Estado no debe preocuparse especialmente por los más desaventajados y los excluidos?, ¿desconfía visceralmente del Estado y su burocracia, y cree que un Estado de Bienestar ahoga irremediablemente la iniciativa privada? En lo cultural: ¿considera injustificada la paridad y el enfoque de género?, ¿no reconoce los derechos reproductivos y sexuales?, ¿descree de la interculturalidad y de la plurinacionalidad? En otras palabras, ¿es la mayoría de los chilenos conservadora en lo cultural y neoliberal en lo económico? No, esto tampoco puede ser la explicación del Rechazo.
Bajo esta segunda hipótesis (la del voto informado, no embaucado) queda otra interpretación posible: la gente, en general, quiere corregir el problema de la falta de legitimidad de origen de la Constitución actual, desea una sociedad más justa y estaba de acuerdo con una parte importante del texto propuesto, pero no comulgaba con la totalidad del mismo (por distintas razones: unos por la plurinacionalidad, aquellos por el aborto sin causales, otros por el bicameralismo asimétrico, etc.) y evaluó, para bien o para mal, que la promesa de “rechazar para reformar” era más factible de ser cumplida que aquella del “aprobar para reformar”. De hecho, los requisitos para reformar la Constitución vigente son menores que aquellos que hubieran aplicado de aprobarse la propuesta constitucional (cuatro séptimos de los parlamentarios versus dos tercios o cuatro séptimos, más referéndum aprobatorio).
El problema con esta interpretación es su candidez, lo que choca un poco con la racionalidad que le estamos atribuyendo al voto informado.
Recordemos que la gran mayoría de las fuerzas políticas del Rechazo (solo excluyendo a los Republicanos) se comprometió con la continuidad del proceso constituyente, asumiendo diez compromisos en caso de que ganase su opción (derechos sociales, término de las supermayorías y del control preventivo de constitucionalidad, descentralización efectiva, reconocimiento constitucional a los Pueblos Indígenas en el marco de un Estado unitario y multicultural, protección del medioambiente y biodiversidad, etc.). Nos preguntábamos en otra columna cuál era la probabilidad de que esta oferta se cumpla, y explicábamos que las “cláusulas” de esa promesa eran en extremo ambiguas, que no existía “tribunal” al cual acudir si la promesa no se honraba, ni había garantías de cumplimiento, y que quizá el “deudor” no tendría muchos incentivos para cumplirla: esos compromisos, además de no pertenecer a la “esencia” del ser de la derecha, afectarían (si se cumplen) sus intereses económicos: los derechos sociales exigen una carga tributaria substancialmente mayor a la actual y las restricciones ambientales encarecen los proyectos de inversión.
Cándida o no, sin embargo, es la única interpretación que resulta razonable ahora. Así se me hace parcialmente entendible este hecho ilegible.

Y siendo así, resulta urgente exigirles a las fuerzas del Rechazo que cumplan su promesa. Afirmábamos en otra oportunidad que las probabilidades de cumplimiento serían reales solo si se efectúa una reforma constitucional que gatille un nuevo proceso constituyente, más ágil, sin plebiscito de entrada y aprovechando la experiencia y parte del trabajo ya hecho. A eso, entendemos, los convocará el Presidente en breve.
Agrego ahora que la derecha debe dar mayores muestras de su disposición a los cambios y su verdadera intención de cumplir la promesa. Además de acordar en las próximas semanas ese nuevo proceso constituyente, cuyos frutos tardarán al menos un año o un año y medio, debe entregar en el tiempo intermedio garantías de seriedad: aprobar desde ya aquellas materias en que afirma estar totalmente comprometida (la rehabilitación del principio mayoritario, eliminando las leyes de quórum especial y el control preventivo del Tribunal Constitucional; el reconocimiento constitucional de los pueblos originarios; la incorporación de derechos sociales básicos, etc.) y aprobar también la reforma tributaria actualmente en tramitación (que aumenta gradualmente la carga tributaria en cuatro puntos del PIB).
Si las fuerzas del Rechazo fueron sinceras en su oferta, ¿no deberían, además de acordar el nuevo mecanismo constituyente, estar disponibles para estas reformas inmediatas? Si no lo están, ¿cómo creer que sus futuros representantes en la próxima convención aprobarán esas materias, si sus representantes en la Convención Constitucional recién pasada se opusieron tenazmente a todo ello?
Solo si la derecha da estos pasos concretos, el veredicto abrumador del domingo pasado, ese porfiado y actualmente ilegible hecho, devendrá en uno un poco más inteligible. Para mí al menos. Pronto lo sabremos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



Source link

Related Posts

Add Comment