La Constitución holista de Chile



En la esperanza de reescribir la Constitución de Chile, hay mucho de holismo: el ideal de que Chile es para todos y todas, que nadie nos sobra. Pero la única constitución completa es la que no excluye a nadie ni nada, ni siquiera a la exclusión misma. Si no, no es total. Y la única constitución verdadera de Chile tiene que ser total, porque no se puede constituir una nación de manera parcial, incompleta. Por ende, la constitución es, en esencia, holista.
La inclusión/exclusión no es en realidad un tema de lenguaje (debate de moda hoy en día), sino que más bien es un tema de sinceridad emocional. No basta con la plurinacionalidad, la paridad de género, y la protección de la naturaleza. No podemos escribir una constitución que incluya a todo el pueblo chileno y a toda la vida, sin incluir que sinceramente también queríamos derrotar a quienes nos han excluido. De hecho, no se pudo.
La constitución holista ya existe muy adentro del corazón. Ya está aprobada de “entrada y salida”, porque es la verdad sincera e íntima sin comienzo ni fin, que todas y todos sabemos. No es “una sola” verdad, sino la diversidad de verdades la que es Una. Esta es la constitución que importa (y no tanto la que finalmente sea aprobada que probablemente no dejará feliz a casi nadie).
Fantaseo con que muchas y muchos quieran escribir su propia constitución de Chile en uno o dos párrafos, y nos demos cuenta que ya está, que es la misma en esencia, y que no es necesario una aprobación política. Sí, tal vez, un acto psicomágico.
No se trata de llamar a la no-confrontación, a buscar acuerdos donde los extremos ceden y se encuentran en el centro. Ese llamado ya está trillado: se ha hecho mucho y la verdad sirve poco. A mí me da mucha lata seguir escuchándolo. De hecho, el llamado a la no-violencia es violento en sí mismo (ver mi ensayo sobre el estallido Querida Chile Entera). Necesitamos sinceridad emocional, que no es lo mismo que borrar o reprimir nuestras rabias y dolores como nación (cosa que no es posible).
Lo que pasa es que la Constitución no es el método a través del cual se generará justicia. Duele, pero hay que aceptarlo. No es no más. Esto es algo que le pasa a la esperanza cuando se desviste de ilusión. Ahora, sí puede constituirse una base sobre la cual la sanación sea posible. La esperanza nace de la muerte de todas las expectativas.
Con sinceridad, estamos profundamente lastimados, traumatizados, y necesitamos sanar. Necesitamos que nuestras heridas sean vistas y reconocidas. Necesitamos ver la constitución esencial de nuestra Chile como la tierra, fertilizada abundante y por siglos con toda clase de caca, donde tenemos permiso de renacer.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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