Nuestra Señora de las Barricadas: protégenos de todo mal gobierno



Durante el mes de noviembre, los católicos y católicas celebramos el Mes de María. Toda celebración, además de conmemorar, puede ser ocasión de repensar, replantearse el orden establecido. Para la Iglesia católica, este repensar se hace especialmente imperativo, a causa de las vertiginosas transformaciones socioculturales que vive nuestro país. SOlo por nombrar algunos hitos: movimiento feminista, abusos sexuales al interior de la Iglesia, caída fulminante en adhesión a la institución eclesial, estallido social, proceso constituyente. La Iglesia celebra a María porque representa algo para la comunidad creyente. Dos atributos clásicos de esta mujer sagrada son la virginidad y la maternidad. En nuestro tiempo, la teología feminista ha ido destacando otras características: María profetisa, María liberadora.
Durante el estallido social, apareció una imagen nueva de María: Nuestra Señora de las Barricadas.
En ella vemos la figura de María, vestida con atuendos y símbolos mapuche, sobre una barricada, sosteniendo una honda; a sus pies dice “protégenos de todo mal gobierno”. Es evidente que las imágenes del estallido tienen un toque de sarcasmo y una intención provocadora, lo que hace dudar sobre su eventual sentido piadoso, pero en este caso particular hay un antecedente que da que pensar. Nuestra Señora de las Barricadas es un tipo iconográfico que se produjo en México recientemente, en el marco de la protesta social del año 2006 en Oaxaca, y se basa en la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de los pueblos latinoamericanos.

En este caso, según rescata la prensa, la imagen, que porta una máscara de gas y tiene las manos atadas, es invocada religiosamente como una figura protectora, una mujer que se expone a la represión para permanecer cerca de su pueblo que clama por justicia.

Si nos remontamos a tiempos de la Colonia, también encontraremos la figura de María vinculada a espacios de resistencia. Como podemos apreciar en La Virgen del Cerro, el cuerpo de María, asimilado a la figura de la montaña de Potosí, alberga al pueblo, mientras que en las franjas superiores e inferiores se representan el orden divino (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo) y el orden institucional (la Iglesia, representada por el Papa y otros clérigos, y el Estado, representado por el rey y otros funcionarios). Refuerza la idea de independencia del cerro-María, el hecho de que se encuentra tras el muro de las huacas, tapia que construían los conquistadores para que los indios no accedieran a sus lugares sagrados. El cuerpo de María está donde está la huaca, elevándose desde ahí al reino celestial. En el seno de María vive el pueblo, rogando por que el orden teocrático de la Colonia llegue, algún día, a ser un buen gobierno.
En su comentario a la obra de Guamán Poma de Ayala, la socióloga boliviana Silvia Rivera Cusicanqui sostiene que la imagen en América Latina, desde tiempos de la Colonia, ha funcionado como un depósito de aquello que no se puede decir abiertamente, un depósito de las aspiraciones más secretas de los pueblos. Una mediadora de estas aspiraciones, especialmente reconocida por los pueblos latinoamericanos, ha sido María. ¿Qué nos quiere comunicar el Dios de la vida a través de María en nuestros días? ¿Qué imagen de María tenemos los católicos y católicas, y cómo se relaciona con los signos de nuestro tiempo? ¿Hay algo del evangelio en estas “nuevas” imágenes de María?

No creo que la respuesta a estas interrogantes sea sencilla. Lo que sí está claro es que la Iglesia no puede ignorar estas imágenes, pues, como se plantea en el Concilio Vaticano II, el primer paso para ser fiel a su misión es “conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza”.
Como planteé al principio, durante las últimas décadas, Chile se enfrenta a vertiginosos cambios socioculturales. Busca reconocerse y en este reconocimiento han aflorado otras sensibilidades, muchas de las cuales han sido (y siguen siendo en buena medida) sistemáticamente ignoradas. Es evidente que en el Chile actual el catolicismo va perdiendo su hegemonía e, incluso, algunos de sus íconos y edificios han sido destruidos. Para algunos y algunas, esta pérdida de hegemonía es una debacle; para otros y otras, una oportunidad de volver humildemente, a través de María, al evangelio del carpintero, a escuchar el clamor de los pueblos, y a liberarse, en la medida de lo posible, de las ataduras del poder.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



Source link

Related Posts

Add Comment