Defensa de Elisa Loncon – El Mostrador



Elisa Loncon no necesita que la defiendan. Lo hace de manera elocuente siendo simplemente ella, con su obra, fuerza y testimonio. Tomo la palabra a raíz de la objeción que hace un par de diputados derechistas a que la profesora Loncón pueda tener un año sabático y que este sea remunerado (siempre es así, si no sería un permiso sin goce de sueldo). Ya lo han explicado los rectores -el anterior y el actual- que se trata del ejercicio de un derecho académico, que lo pueden solicitar quienes tengan cierta jerarquía académica, antigüedad, currículum (grados, publicaciones, organización de congresos, etc.) y que no lo hayan pedido en los últimos seis años. Aunque sea “solo para pensar” (necesidad que la misma objeción pone a la vista), el año sabático siempre tiene productos que aportan al conocimiento, la reflexión y al prestigio de la universidad (libros, conferencias, nuevos proyectos, recargue de energías del cuerpo docente). No hay mucho más que decir al respecto.
Somos colegas en la Usach y, por supuesto, tiene muchos más pergaminos académicos que yo, con sus estudios en la Universidad Leiden, la más antigua de los Países Bajos (con alguna tradición desde 1575); en la Pontificia Universidad Católica de Chile, en la Universidad de La Frontera, en la Universidad Autónoma Metropolitana de México. Todas universidades de prestigio. Ha sido coordinadora de la Red por los Derechos Educativos y Lingüísticos de los pueblos indígenas de Chile. Además de ser hablante bilingüe (español y mapudungun), es profesora de inglés. ¡Qué ganas de saber lo que ella sabe! Que sea invitada por universidades de primer orden es un orgullo para la Usach. Elisa Loncón es una embajadora cultural de lujo.
Hay animadversión contra Elisa Loncón, más específicamente contra lo que ella representa. Se me vino a la cabeza la palabra defensa, recordando la “Defensa de Violeta Parra” que escribiera su hermano Nicanor.
Cuando, en 1964, Violeta Parra expuso su obra plástica en el Museo de Artes Decorativas de París, en el palacio del Museo del Louvre, su obra fue desestimada en Chile por los sectores conservadores que decían que su obra era solamente una cosa curiosa y pintoresca. Su hija Isabel más de una vez ha testimoniado que las arpilleras de su madre nunca fueron valoradas en Santiago y que eran “miradas en menos por los pintores profesionales”. En cambio, fuera de Chile obtuvo elogios significativos con positivas notas críticas en Le Monde y otros diarios. Pero aquí fue ninguneada. Sin un cartón, le cerraban las puertas o la humillaban relegándola a comer en la cocina. Mujer, pobre, comunista, aindiada. Insumisa genial. “Pero los secretarios no te quieren / Y te cierran la puerta de tu casa / Y te declaran la guerra a muerte / Viola doliente. // Porque tú no te vistes de payaso / Porque tú no te compras ni te vendes / Porque hablas la lengua de la tierra / Viola chilensis. // ¡Porque tú los aclaras en el acto! // Cómo van a quererte / me pregunto / Cuando son unos tristes funcionarios / Grises como las piedras del desierto / ¿No te parece?”.
Violeta Parra no es un personaje desconocido o poco estudiado por Elisa Loncón. Junto a Paula Miranda y Allison Ramay, publicó el libro Violeta Parra en el Wallmapu. Su encuentro con el canto mapuche. Tradujo para ese libro lo que la señora Violeta recibió y registró de ese pueblo que hoy enarbola sin complejos una bandera multicolor -la Wenufoye- en cuya creación participó, en 1992, la doctora Loncón.
Elisa “no parece académica”. No tiene el fenotipo ni la arrogancia que se atribuyen al estereotipo de “lo académico”. Cuando fue elegida presidenta de la Convención Constitucional no faltó quien preguntó “si sabía leer” o dudó sobre la autenticidad de su currículum. Responde más bien al estigma que perpetúa que una mujer indígena no puede tener el estatus intelectual reservado a una elite. Dicho de una manera brutal. Tiene “cara de nana”, como le gritaron a Anita Tijoux en Lollapalooza, con ánimo de insulto; o sea, cara de empleada doméstica, asesora del hogar, trabajadora de casa particular que muchas veces es “una mujercita traída desde el sur” -nacida quizás en una comunidad mapuche como aquella en que nació Elisa Loncón- condenada a una suerte de esclavismo y explotación “puertas adentro”. Tiene la cara de su pueblo.
El racismo encubierto -extendido en nuestra “cultura chilena”- influyó en las posturas de quienes rechazaron, asustados por la propuesta que reconocía la plurinacionalidad. Tal vez fue “el pero” más gravitante para la derrota. Y esa discusión volverá, porque tenía fundamentos. Las personas expertas, justamente porque tienen conocimientos y reflexión, tienen visiones de mundo, de la sociedad, de la historia; por ello es prácticamente imposible conseguir expertos/as anodinos, neutrales, que alguna vez no hayan adherido a algún pensamiento o una ideología. En la Convención hubo expertos, pero -como fue rechazada la propuesta- la derecha ha intentado mostrar a esas personas como si hubiese sido una tropa de ignorantes y no fue así. El tema sigue siendo político y valórico.
Sé que esta reivindicación atenta contra la modestia de la profesora Loncón, pero en estos días en que se instalan falsedades como una forma de hacer política (siempre las acusaciones tienen más resonancia que los desmentidos), encuentro pertinente destacar algunos aspectos que su propia humildad oculta. No me gusta la ostentación académica y no destaco los méritos de Elisa Loncón en este ámbito porque crea que ese estatus deba ahondar las diferencias sociales. Lo hago más bien para corregir a quienes -por ignorancia, contumacia o mala intención- se dedican a desinformar. Si Elisa Loncón fuera autodidacta y no tuviera formación académica, se debería ganar igual el respeto social y merecer las tribunas adecuadas para compartir su conocimiento. En mis estudios sobre el testimonio, la memoria y la resiliencia comunitaria he conocido de la existencia de personas que son expertas experienciales que, sin grados académicos, pueden dar cátedra sobre las vivencias personales y comunitarias de un pueblo, sistematizadas por una reflexión que permite compartirla como conocimiento (pienso en Rigoberta Menchú, por ejemplo, y en la propia Violeta Parra).

Espero que la miopía de los parlamentarios faranduleros sea pasajera. Que sean honorables. Las bajas pasiones, los prejuicios teñidos de discriminación étnica, de género y clase, desnudan una mediocridad que avergüenza. La democracia no mejora con parlamentarios que hacen ostentación de ignorancia o que tal vez simplemente envidian una portada en el Time para enmarcarla y mostrarla cuando los entreviste la tele.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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