Una Constitución que posicione a una escuela del siglo XXI con principios feministas



La nueva constitución, que surja del reciente pacto político, deberá hacerse cargo de las demandas feministas del siglo XXI. Bajo este escenario, la educación chilena posee arraigada la visión androcéntrica que se reproduce inercialmente en la escuela. En ese sentido, el androcentrismo se configura como un enfoque que solo considera la perspectiva masculina. Es una mirada que ha impactado en las concepciones que tenemos sobre la realidad y cómo los docentes enseñan esa visión del mundo a los estudiantes, considerándose solo la visión masculina, relegando otras perspectivas trascendentales que nos permitirían una comprensión cabal sobre los hechos y un enriquecimiento en las interpretaciones sobre los acontecimientos históricos.  
Por su parte, el patriarcado se constituye como un sistema de creencias y valores donde se legitima el orden de lo masculino, se oculta y niega lo femenino. Ambos conceptos, patriarcado y androcentrismo, relevan una perspectiva que considera inferior y femenino el cuerpo, los sentimientos, emociones, y la afectividad. El androcentrismo sitúa al hombre como centro, mientras que el patriarcado legitima esa visión y ha establecido un orden político y económico que nos rige. Son enfoques que sitúan a la mujer en una posición secundaria, planteándonos un enorme problema para el proceso de enseñanza aprendizaje acorde a los actuales tiempos, ya que apuntan a contar y reproducir experiencias centradas en las narraciones de lo masculino, blanco y occidental, invisibilizando el rol de las mujeres en la historia, omitiendo las experiencias femeninas y relegándolas al espacio de lo privado, al espacio doméstico, la maternidad, cuidado de niños y como promotoras de los valores androcéntricos de la sociedad.  
En la educación chilena, las políticas relativas a género se han enfocado a iniciativas tales como el plan denominado “Educación para la igualdad de género” implementado durante el gobierno de Michelle Bachelet, durante los años 2015-2018, que crea la Unidad de Equidad de Género, instala en el debate público categorías conceptuales como identidad de género, expresión de género, orientación sexual y sexo, dicho plan surgió producto de un diagnóstico previo que evidencia profundas desigualdades e inequidad entre hombres y mujeres, y pretende la formación continua a los docentes en enfoque de género. En adelante, no se ha progresado mayormente en las políticas educativas con perspectiva de género, son medidas insuficientes que no consideran la problemática que subyace, y es la desigual relación entre los géneros que está instalada en toda la sociedad chilena.
La educación es un factor relevante que reproduce las desigualdades, la perspectiva sexista, la perpetuación de sesgos y estereotipos de géneros en la formación de hombres y mujeres, determinando su proceso de aprendizaje, presente y futuro, limitando la igualdad, equidad, democracia y pluralismo. En ese sentido, el rol docente es fundamental para erradicar dichas prácticas. Por ello, se debe construir una escuela del siglo XXI con principios feministas. Se deben instaurar prácticas en las salas de clases que vinculen la cultura, el pensamiento crítico, y la reflexión. El feminismo es una herramienta de cambio que permite la instauración de relaciones de género basadas en la equidad e igualdad, y supone la superación del androcentrismo y patriarcado. En la escuela se sigue tratando a los alumnos de manera diferente según su género, permitiendo que aumenten las brechas. Por lo que, las salas de clases son espacios de reproducción del status quo, un sistema que legitima las desigualdades de género. En ese sentido, lo primero que se debe realizar, es transformar el sistema de creencias implícitos y explícito de los docentes a través de capacitaciones en las comunidades educativas, no por entidades externas que desconocen la realidad de cada institución educativa, que es muy diversa y con distintas necesidades, sino que como una puesta en común que emerja desde los líderes educativos que convoquen a sus comunidades escolares a un diálogo abierto, constructivo y acorde a los actuales tiempos. 
Asimismo, en las prácticas docentes con enfoque de género, se debe avanzar en la profundización de explicaciones marcadas por las relaciones de poder. La educación como fuente de socialización, no puede seguir reproduciendo las desigualdades, tiene la misión de generar las herramientas para visibilizarlas y transformarlas, se debe terminar con el discurso androcéntrico, la narrativa que excluye a las mujeres, la misoginia, el sexismo, y los estereotipos caducos. 
Por lo tanto, las formas en que el docente puede alterar el dispositivo de género caracterizado por ser androcéntrico, patriarcal, misógino, machista, sexista, estereotipado, es primero transformando sus creencias y luego materializándolo en sus prácticas docentes. La educación es una herramienta para generar transformaciones, que debe alterar el campo de los saberes, narrar y ver de otro modo. 
Estamos en el tiempo del declive de la metáfora de la diferencia sexual natural, todo se empieza a desestabilizar, lo que implica la caída de todas las instituciones que se amparan en esa metáfora. Por ello, a través de la enseñanza se debe apostar por el cuestionamiento a los estereotipos, concientización de las posiciones de poder entre sexos, incluir temas de género, problematizar las temáticas de la masculinidad, valorar el legado histórico de las mujeres en la construcción de las sociedades, forjar la generalización de un lenguaje inclusivo, generar un cuerpo de saberes y una constitución que responda a las demandas actuales de la educación del siglo XXI. 
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



Source link

Related Posts

Add Comment