Inteligencia artificial: los desafíos educativos que se abren



Hace unos días se hizo pública una carta firmada por connotadas figuras ligadas a las tecnologías digitales, donde proponían una moratoria en el desarrollo de las aplicaciones más avanzadas de Inteligencia Artificial. Estas aplicaciones, argumentaban, generan gran incertidumbre porque hoy en día no podemos prever su impacto, y menos aún, controlar sus efectos. La discusión se avivó también en el campo de la educación. Entre otras cosas, las herramientas de IA ya disponibles posibilitan a los estudiantes entregar sus tareas simplemente preguntando y copiando sus resultados.
La mayoría de las grandes innovaciones han ido acompañadas de períodos de gran incertidumbre, donde se confrontan posturas de un gran optimismo con otras de un pesimismo apocalíptico. Platón discutía en “Fedro”, cómo la escritura haría a los hombres despreciar la memoria y creer que llegarán a la sabiduría sin maestros. En Europa en los siglos XVIII y XIX se discutía acaloradamente sobre los riesgos y ventajas que ofrecían las vacunas. Lo cierto es que cuando Platón escribió sus diálogos o cuando se comenzaron a desarrollar las vacunas, nadie podía prever cuáles serían las oportunidades, desafíos y costos que traerían esas tecnologías.
Siguiendo a Winograd y Flores, cuando una innovación aparece, se instala en una red previamente constituida, compuesta de prácticas, normas, instituciones, recursos tecnológicos, relaciones. Una innovación es más significativa cuando es capaz de modificar profundamente esa red. No sabemos cómo se desarrollará la inteligencia artificial. Lo que sí sabemos es que difícilmente se detendrá y que generará cambios profundos en nuestra manera de vivir, de trabajar, de aprender. Si los computadores e Internet ampliaron nuestras capacidades de procesar información y de comunicarnos, la IA tiene el potencial de tomar decisiones, resolver problemas y aprender de manera autónoma. En el primer caso, se amplían capacidades humanas. En el segundo, se reemplazan. Las posibilidades que se abren son gigantescas, pero los riesgos y desafíos también.
Por estas razones es clave tratar de entender cómo la educación debe y puede hacerse cargo de formar a las generaciones que tendrán que vivir y conducir los destinos de una sociedad desafiada por su propia creatura. Finalmente se trata de hacerse cargo de las consecuencias humanas de la IA. Quisiera destacar 3 desafíos.
El primer desafío educativo de la IA consiste en entregarle a los estudiantes las herramientas fundamentales que les ayuden a entender y desarrollarse en este mundo emergente. Esto implica entender desde cómo se puede elaborar un pequeño programa computacional para tareas simples, hasta comprender cómo es que un programa puede aprender por sí mismo y tomar decisiones. Implica también entender los desafíos que conlleva la IA y desarrollar capacidades para abordarlos, por ejemplo, poder discriminar críticamente la veracidad y calidad de la información que nos provea la IA; o desarrollar un juicio ético, que ayude a decidir cómo usar la IA de manera adecuada y justa.
El segundo desafío es para los profesores. La IA produce incertidumbre, pero esto es algo a lo cual las escuelas debieran acostumbrarse: la vivieron durante la pandemia, la experimentan día a día producto de los cambios sociales y culturales de los estudiantes, la vivirán con mayor frecuencia producto de las consecuencias de la crisis climática. La capacidad de afrontar situaciones nuevas e imprevistas de manera flexible y con la solvencia que proviene de ser experto en enseñar es, y será cada vez más, un atributo muy importante de los profesores. Para desarrollar estas capacidades se requieren buenos conocimientos pedagógicos, del contenido a ser enseñado y de los recursos propicios para hacerlo; se requiere flexibilidad y disposición a la innovación y capacidad para reflexionar sobre la propia práctica profesional.
¿Serán reemplazados los docentes por algún tutor avanzado de IA? La respuesta la podemos encontrar en cada uno de nosotros. Es muy probable que el profesor o profesora que más recordemos sea aquel con quien establecimos una relación cercana, de confianza, el profesor que nos cuestionó, que nos motivó, que nos hizo preguntas que nos movilizaron. En su estado actual, es poco probable que la IA pueda reemplazar estas cosas. La IA podrá instruir, pero no necesariamente formar. En la formación hay emociones, vínculos, modelaje. Y por ahora la IA no es capaz de ofrecer esto.
Un tercer desafío, para los países, consistirá en proveer las condiciones para formar a las personas en aquellos empleos que sean más difícilmente reemplazables por la IA. Si con la masiva digitalización que conocemos desde los años ochenta temíamos que muchas tareas rutinarias y de baja cualificación estuvieran en primera línea de extinción, con la IA incluso algunas tareas de mayor cualificación lo estarán. Probablemente los empleos que requieran de mayor flexibilidad, creatividad, capacidad de análisis, capacidad para construir buenas relaciones sociales, generar confianza, juicio ético, tengan más oportunidades de desarrollo en el futuro. Para los países será además un gran desafío el que estas oportunidades estén disponibles para todos.
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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