Sarah Jessica Parker y el trato queda en su nueva boutique

Era una fresca tarde de domingo y la luz se colaba a través de las ventanas de la recién abierta boutique de zapatillas de Sarah Jessica Parker en South Street Seaport. Las personas llegaban atraídas por los coloridos estiletos en los aparadores, y no cabían de la emoción cuando veían a la actriz en persona.
 “Lo siento, no se me permite tomarme fotos”, dijo Parker, con la frente arrugada en señal de lamento cuando tres jóvenes la enfocaron con sus teléfonos. “De verdad, lo siento”. No se permitían fotografías porque estaba trabajando no en un set, sino en el piso de ventas, en cuclillas, ayudando a una canadiense de mediana edad a probarse unos botines brillantes. “Son hechos a mano en Italia y el interior es de napa, un material muy suave, así que van a aflojarse”, le explicaba a su clienta, cuyas mejillas sonrojadas combinaban con el terciopelo de la otomana en la que estaba sentada. “Si quiere, camine un poco con ellos”.
 Parker llevaba un par de botas plateadas y brillantes como de bola de discoteca. Con los ojos enmarcados por sombra verde brillante que se aplicó ella misma por la mañana, lucía luminosa: algo así como una princesa de Disney para adultos. “¡Esto es maravilloso! ¡Te adoro!”, le gritó una señora en ropa deportiva que jalaba a su esposo, un poco avergonzado pero igualmente encantado. “Acabo de terminar de correr mis 5 kilómetros, mis pies están hinchados, pero me voy a comprar unos zapatos”. “De hecho, es el mejor momento para probártelos, es cuando los pies son más honestos”, le hizo notar la actriz. “¡Oh, y aparte eres buena vendiendo!”, exclamó la emocionada corredora. Parker, quien no tenía experiencia previa como vendedora, es lo que se conoce en la industria como una “shoe dog”.
 Cuando su agenda se lo permite, toma el Metro y se dirige, sin anunciarse, a una de sus tiendas de Nueva York (la otra está en la calle 52) o a los almacenes que venden sus zapatos, como Bloomingdale’s, para vender durante hoooras. O hasta que sus hijos llegan de la escuela. “No conozco otra manera de involucrarme. Soy igual con mis perfumes, con mi trabajo como productora, con mis niños… Poner un pie en la puerta y sólo hacer acto de presencia me resultaría fraudulento”. Junto a su socio George Malkemus, quien funge como presidente y jefe ejecutivo de Manolo Blahnik USA, Parker diseña cada par de superfemeninos zapatos, sube fotos diariamente a Instagram y elige cada pieza del mobiliario de las tiendas.
 Incluso ha creado el soundtrack de la casa, el cual está lleno de temas que te ponen de buenas, como la versión de Whitney Houston para “I’m Every Woman”. Lo disfruta tanto, que silba mientras rellena con colorido papel de china las bolsas en las que empaca la mercancía. El único aspecto del negocio que no le gusta es cobrar. “No soy buena en eso, y no quiero serlo. Son piezas costosas (los precios van de los 200 a los 600 dólares). No quiero que nadie se sienta forzado a comprarlos”. Pero no es que tenga que presionar a ninguna mujer de Nueva Jersey para quitarse sus sandalias con incrustaciones de cristales para probarse unos igualmente deslumbrantes flats de ballet. “Soy tan extra”, dijo la glamorosa clienta, quien platicó que era su cumpleaños y además celebraba su décimo aniversario libre de cáncer. Su plan, comentó, era festejar con una fiesta con temática de Sex and the City. Así que conocer a “Carrie” fue la cereza del pastel. “Me hizo el día”, señaló.
 Parker, con la cabeza inclinada, hizo un gesto de modestia. Dejó claro que todos esos aspavientos y elogios no son realmente para ella, sino para el amado personaje que interpretó por seis años en la TV.

 “Estaría delirando si pensara que se trata de mí. Me tocó ser parte de algo que fue verdaderamente significativo para mucha gente, y eso me permitió hacer esto. De otra forma, nadie me habría propuesto ser parte del negocio del calzado”.
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