translated from Spanish: La lógica resentida del Presidente al afirmar que la Línea 3 del Metro no es parte del Transantiago

Después de unos cuantos viajes por la nueva línea 3 del Metro de Santiago, que va como avión high tech, todo un lujo, uno cree estar en Luxemburgo o en Tokio. Al respecto, reparo en unas declaraciones especialmente mezquinas de nuestro Chacotero Presidencial cuando la inauguró:
“Los habitantes de Santiago se merecían un sistema de transporte público de calidad, cómodo, seguro y limpio porque el Transantiago fue una muy mala experiencia y le estamos diciendo adiós al Transantiago.”
¡Qué fácil es poner maldad en la boca! ¡Qué mal huele el resentimiento! La línea 3 es, en concreto, parte del Transantiago y no algo alternativo o adicional. La verdad es que en su primer mandato, cuando la hoy ministra Hutt se desempeñó como subsecretaria de Transportes junto al elegante ministro Morandé –fue entonces cuando ambos, por vez primera, subieron a una micro, cosa que los emocionó mucho–, Piñera dejó tal como estaba el vapuleado Transantiago, salvo descuidar hasta liquidar el sistema de señalización, que era muy bueno, y pintar los buses por empresas, que al usuario no le ayuda mucho.
En cuanto a la Línea 3, si revisamos los facts, los hechos (que cada día importan menos ante los relatos imaginarios), vemos que se proyectó en 1998, pero que fue postergándose muchas veces hasta ser relanzada en 2010 por Michelle Bachelet. Fue continuada bajo el primer mandato de nuestro Offshore President, y casi terminada bajo Bachelet 2, siendo finalmente inaugurada por Piñera 2. Se trata, a todas luces, de un gran trabajo colectivo, compartido, llevado adelante por la empresa pública Metro de Santiago, que es parte medular de Transantiago, como todo el Metro. Uno recuerda esas fotos colectivas en las que aparecen  entre cuatro o cinco expresidentes norteamericanos sonriendo, a pesar de ser de distinto signo político.
En este punto dramático de esta minihistoria de metros, buses y viajes conviene quizá hablar sentidamente, de manera republicana sobre el Transantiago, porque a mi entender se trata de un caso de políticas públicas que reproduce un poco, en general, lo que nos ocurre con la política misma: los ciudadanos detestan que eso se lleve adelante, salen ampliamente beneficiados, dejan atrás un pasado ignominioso, se modernizan… y culpan de todos los males a quienes implementaron aquello. Lo mismo para la derecha, que odia a los políticos –lo que no les impide a ellos dedicar mucho dinero empresarial para financiar y corromper, y mucha actividad personal a la política. Parece molestarles más bien que haya otros políticos que no sean ellos mismos. En cuanto a los avances de lo público, los odian por principio, porque su idea, o relato, o meme, es que para ser felices hay que abstenerse de compasiones, equidades y colaboraciones, concentrándose, en cambio, en las ansiosas tareas de  competir y devorarse unos a otros hasta que queden al final unos pocos hiperchacales al mando de todo. Es el signo infantilizado y, si se me permite el término, miserable, de nuestro tiempo.
Una ciudad como Santiago, donde vive un tercio de la población de nuestro largo y esbelto país, necesita lógicamente un sistema de transporte coordinado y eficiente, capaz de movilizar a cada uno de sus habitantes; esto es, más de seis millones de personas de diferentes edades, géneros, condiciones, etc., diferencias que en el caso de una ciudad tan discriminadora y desigual (Chile ocupa el sexto lugar en el mundo entre los países con mayor desigualdad de ingreso) son aun mayores.
En Santiago se hacen cada día 18 millones de viajes, es decir,  tres por persona en promedio. Un 30% de ellos son en auto, un 30% en bus o metro, y un 40% a pie. Estamos hablando, en transporte, de un tema heavy.
Los viajes en auto crean tacos, ya que ocupan mucho espacio en relación con el volumen de viajeros transportados y por eso contaminan muchísimo más, calientan el planeta, y envilecen el entorno urbano, aunque son más elegantes y cómodos. Santiago cuenta con un metro público de alta calidad, de mucho mejor calidad en cuanto a los vagones, la seguridad y la puntualidad que los buses, que son privados. Se contradice aquí el meme derechista de que lo privado es siempre eficiente y lo público siempre ineficiente. Falta, eso sí, llegar a más puntos. Actualmente hay 136 estaciones, pero estamos lejos de lo que ocurre en ciudades europeas donde siempre hay una boca de metro a menos de seis cuadras. En fin, hay más datos técnicos, cualquiera puede comprobarlos.
Cuando  hace quince años se puso en marcha el Transantiago, no existía coordinación alguna entre los diferentes tipos de transporte. El sistema de buses era salvaje, tercermundista. Transantiago logró coordinar a los diferentes actores (empresarios microbuseros no mafiosos y mafiosos, empresas de carrocería, Ministerio de la Vivienda y Urbanismo, municipalidades) e hizo del Metro, los buses y demás elementos un solo sistema con tarifa unificada, tarjeta electrónica y paraderos mínimamente ecualizados, lo que por primera vez permite a un habitante de la ciudad ir a cualquier otro punto del radio urbano con un solo pago. Al mismo tiempo, apareció por primera vez la señalética en los paraderos, se implementan vías segregadas, y es posible monitorear cualquier viaje desde un teléfono celular. Acerca de todo esto, la gente opina mayoritaria y unánimemente que el Transantiago ha sido una catástrofe, una ruina. Y nuestro Chacotero Presidencial se cuelga de esta percepción a todas luces errada para hacer sus pequeñas guerras personales.
La implementación fue dificultosa, como lo es cambiarse de casa, o cambiar de moneda. Pudo haberse hecho quizá por etapas, pero hubo allí una ligereza por parte de las autoridades. Da igual, pasaron tres meses y los quebrantos ya habían desaparecido. La ciudad pasó a ser otra. El sistema lleva ya 15 años operando y mejorando en todos los sentidos. Hay que considerar que la ciudad de Santiago no existe institucionalmente como tal, lo que hay son 52 comunas y una Región Metropolitana que llega hasta Melipilla o Talagante, lejos del radio urbano. Cincuenta y dos comunas encargadas de implementar los paraderos, que en Vitacura (donde los usan las nanas y los maestros) son astronómicamente fastuosos, y en Cerro Navia, que tiene un gasto municipal por habitante unas doce veces más pequeño que el de Vitacura, algo más humildes. Con todo, y a través de los técnicos de la Seremi de Transportes de Santiago, que es una oficina de dos pisos con 20 funcionarios, se llevó adelante la implementación del sistema para seis millones de usuarios. La oposición de derecha alegó infinitamente, dramatizando el tema de la gente en micro (ellos, que van en auto), y lamentando sobre todo, sin confesarlo, la idea de hacer de la ciudad un solo territorio común, público, a través de una rearticulación coordinada del transporte.
Mucha gente sigue alegando, tal como alegan en contra de los políticos, pero estos, entre otras cosas, han liderado un cambio sin precedentes en treinta años: el PIB se multiplica por cinco, la pobreza desciende del 70% de la dictadura al 10% actual, Chile puntea en Latinoamérica en Desarrollo Humano.. pero nada, nada…¡Son unos asquerosos! ¡Y el Transantiago es tan malo que, como afirma nuestro Chacotero Presidencial, la Línea 3 no forma parte de él, es un metro aparte. ¡Hay que odiar todo lo que sea bueno! ¡Cortarles las cabezas o ignorar a quienes lo han logrado! Oh, lógica resentida, propia también, cosa curiosa, de los multimillonarios aspiracionales, de los aventureros empresariales y presidenciales y chacoteros del dinero loco y fácil.
Si usted anda por Santiago, o vive aquí, vale la pena ir a dar una vuelta por el futuro, o por una partecita del futuro:  la Línea 3; es, modestamente, el resultado del trabajo colectivo, del emprendimiento público, de una mejor idea de ciudad. Es uno de los frutos de la política.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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Etiquetas: Chile

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