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El más porro del curso



A nadie le gusta ser el que saca peores resultados en sus deberes o en el cumplimiento de metas. Desde que éramos niños nos enseñaron que debía buscarse la excelencia o, al menos, estar de la mitad para arriba en las notas, los exámenes, test y toda otra medición que los seres humanos acostumbramos a hacer.
Todo el sistema de competencia, a veces brutal, que comienza desde la infancia, está basado en comparaciones de indicadores, a veces objetivos y otras no tanto.
Muy tempranamente acostumbramos a individualizar al primero del curso, al mejor deportista, a la más bonita, a la o a el más inteligente, en fin, al más simpático, a la mejor persona, al más audaz, etc.
Los países también se comparan. Así tenemos estadísticas desde el PGB, la distribución del ingreso, los sistemas políticos y el respeto a los Derechos Humanos, a rankings sobre cuál es el mejor país para hacer negocios, las tasas de delincuencia o la ciudad capital que es más cara.
En resumen, las personas y los países nos comparamos todo el tiempo por todo.
Claro está que la competencia tiene límites, entre otros, y tal vez el más importante, es no hacer trampa.
No está permitido copiar en las pruebas ni menos robarse o alterar el libro de clase. A su vez los países tienen que tener números auditables y creíbles. Al igual que sus líderes, que deben ser competentes y decir la verdad, hay países con datos falsos, incompletos o poco confiables, como China, Brasil o Rusia.
A su vez, la población de los países que, por culpa propia, ha elegido en general malos gobiernos y malos gobernantes, habiendo debilitado sus pretéritas convicciones democráticas, también está comenzando a despertar y a exigir transparencia y eficacia a los políticos en la forma de enfrentar los problemas más importantes del mundo de hoy, como la sostenibilidad del sistema de seguridad social, la calidad de la educación, el cuidado del medio ambiente, la situación de la inmigración, la seguridad ciudadana y, ahora, muy especialmente, la competencia y transparencia con la que se enfrenta la pandemia del coronavirus.
En verdad parece increíble que hasta hace poco muchas personas en diferentes países con soltura afirmaran que daba lo mismo votar, peor aún, quién saliera elegido. Ahora eso se desmoronó completamente, porque no da lo mismo ser gobernado por Merkel o por Trump, por Macron o por Bolsonaro, en fin, por la primera ministra de Nueva Zelanda o por…
Los gobernantes competentes están demostrando que lo son.
Los  países mal gobernados en general son dirigidos por malos gobernantes y eso se está haciendo evidente, aunque algunos todavía intenten ocultarlo o disfrazarlo.
Los malos gobernantes casi siempre echan la culpa a otros por los problemas y las malas decisiones. Habitualmente hablan mucho por cadenas televisivas, abusan de los símbolos patrios, regalan cosas, no escuchan, creen que la gente se traga respuestas pueriles, se llenan de lugares comunes, piensan que lo fundamental es parecer competente y a cargo aunque no lo sean y hayan perdido el control social, político y de esta pandemia hace rato. Viven obsesionados por las encuestas y están convencidos que a todo se le puede sacar provecho político, aunque sea con estadísticas mañosamente presentadas e ideológicamente falsas.
Los malos gobernantes se obsesionan con los datos y estadísticas igual que con las encuestas, creando un universo paralelo que tratan de imponer, aunque sea obvia su precariedad y ridícula la puesta en escena.
Generalmente la mentira (que esconde a la incompetencia) y el mentiroso, no nacen de un día para otro. Hay años de experiencia, de largas prácticas y de engaños exitosos o impunes.
Es el mismo padrón de los especuladores financieros, que nunca han creado una empresa y están acostumbrados a ganar de cualquier manera y a cualquier costo, aunque sea con información privilegiada, aunque sea contra la libre competencia, aunque sea usando la política para defender sus negocios propios.
En esta pandemia, alguien ha demostrado ser altamente incompetente y, de pronto, cuando se desvanecieron las mentiras, se supo que la nota obtenida era un dos y no un siete, pese a haberse conseguido antes las preguntas, y que, para ocultarlo, el falso primero del curso se robó el libro de clase.
Al final, reprobó y lo echaron del colegio.
Ese es de verdad el más porro del curso, el que siempre ha creído que los demás somos tontos, que tiene una estrella protectora, pero que al concluir el día falla y fracasa.
¿Quien será el más porro del curso?
Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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