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Adiós a César Cigliutti | Filo News



Una tardecita de primavera de 1984, reunido con la Comisión Directiva de la recientemente fundada Comunidad Homosexual Argentina en casa de Francisco López Bustos (marica de abolengo santiagueño) se oye una llave en la puerta de la casa (nos reuníamos en casas porque la sede de la CHA de esa época era minúscula y estaba en un gran edificio de oficina de la Diagonal Norte que cerraba alrededor de las 18), y entra un muchacho no mucho mayor que yo, con camisa blanca, saco gris y corbata negra.
Serio (¿quizás tímido?) pasa raudo para los fondos, sin mirarnos siquiera.
Varias maricas arquearon una ceja, asintiendo. La Pola (el gran Jorge Paolantonio) me susurró al oído “esa es la Cesarina, le nouvel amant de la Pancho”.
Un rato más tarde, ya sin el saco ni la corbata -mucho menos estático- se acerca a nosotros, se sienta en uno de los brazos del sofá donde yo estaba, y saluda: “Hola, soy César, del grupo San Telmo, y sí, soy el novio de Francisco. Lo digo porque seguro que es lo que todas andaban cuchicheando”.
Esa fue la primera vez que vi a César Cigliutti.
De esto hace 36 años.

César Cigliutti

El traía su impronta de chico de Belgrano, elegante y con buena labia. Con pasado parroquial más buscando compañía que por ideología, aunque en las elecciones de 1983 había votado a la Ucede de María Julia Alsogaray.
Yo militaba en el trotskismo, el MAS de aquella época, el de Luis Zamora y Silvia Díaz. Era un tanto naif en cosas mundanas. Nunca había viajado fuera del país y la cultura foránea me era extraña. Mercedes Sosa y Marilina era mis ídolas, y leía a Marx y Trotsky.La cercanía de la edad nos animó a romper esas supuestas barreras que nos diferenciaba.
César tenía coche. Siempre un Renault que cada tanto cambiaba de las palizas que le daba al anterior. Le gustaba manejar fuerte, tan fuerte que una madrugada a los pedos por calle Uruguay nos metimos bajo un colectivo que iba a paso de tortuga por Lavalle. 
Nosotras impolutas, el coche hecho mierda.
Igual intentó enseñarme a manejar, pero nunca lo logró.
Desistió una noche que se me quedó el coche en la subida de Coronel Díaz cruzando Las Heras: batalla perdida.Discutíamos mucho de política. Nunca supe por qué habría votado a la Ucede porque él no era reaccionario ni conservador. Cuando nos enojábamos siempre lo chicaneaba con eso. A él y a Alejandro Modarelli (que muchas veces lo acompañaba como una especie de dama de compañía, fiel e incondicional). Ambos eran amigos de hacía tiempo compartiendo espacios parroquiales y de esos que se entendían debían compartan chicos de Belgrano de colegio privado.
Más tarde compartieron la complicidad de los deseos de la carne ajena.César era bastante reacio a apoyar la política del MAS (vale decir que la mayoría de la CHA incluso Carlos Jáuregui, eran bastante reacios) pero no tanto por coincidir o no, sino porque querían que la organización no tuviera demasiada afinidad con ningún partido político, y también porque el trotskismo a veces suele ser un grano en el culo cuando meta tenacidad intenta imponer su programa a una organización plural. Lo digo con conocimiento de causa y sin intentar macartear a nadie ni que nadie se enoje.
Vale -para entender- que en general las maricas de esa época sólo querían bailar, que abran boliches, caminar por Santa Fé y coger. Y bien por ellas. 
Y el activismo de la CHA ya era bastante aislado por su carácter político, así que andaban con cuidado con respecto a los partidos políticos. Más con la izquierda.Pero dos personas, Nicolás Castelli y Daniel Retamar, compañeros míos del MAS, lograron quebrar ese hielo que había.
César, Nicolás y yo nos hicimos un trío inseparable. César ya sin Francisco, nos buscaba con su coche y salíamos, o al terminar la jornada militante nos zambullíamos en Contramano a bailar, y ver si picaba algo. 
Aún vivía con sus padres, Ismael y la “Chuchi”, pero cuando ellxs se iban al campo, nosotros tres nos adueñábamos de la casa donde siempre había comida y algo de alcohol. Nunca se me va a borrar la ocasión donde -ya bastante amanecido el día- hicimos un desfile con la ropa y los sombreros de la Chuchi y los uniformes de Don Ismael, ¡si supieran!, y rodábamos con supuestas coreografías por los sillones barrocos que tenían en el living familiar.

Con Daniel fue incluso más intenso.
César y él empezaron a tener una cierta afinidad sexo afectiva y más de una noche, en esas que el departamento de Belgrano estaba libre, se iban a dormir juntos. 
Una mañana, Rodrigo (el hermano menor de César, que había heredado de su padre el gusto por la carrera castrense y cursaba el Colegio Militar) llegó de sorpresa y César metió en el armario de su cuarto a Daniel, que se quedó encerrado ahí hasta que Rodrigo se bañara, desayunara y partiera de nuevo.César Bartolomé Alberto Cigliutti ¡¿qué menos?!, tenía dos hermanas mayores: Cristina y Patricia. Y Rodrigo era el menor. 
Nunca nos ocultó de su familia, tampoco era que decía “estos son mis amigos maricones”, pero creo que había una cosa tácita que su familia sabía que sólo él iba a resolver en su momento.Profesor durante muchos años en el Colegio San Agustín, fue muy popular entre sus alumnos que lo elegían de acompañante para sus viajes de egresados. Ese mismo Colegio que lo despidió cuando supieron que era un militante gay. Mismo destino que sufrió Carlos Jáuregui en el San Marón, y seguramente muchos otros putos en muchos otros colegios.
Digo, el armario no era sólo por moda. El armario era un arma de defensa ante la cruel discriminación que podía hacer perder trabajos, o muchas cosas más importantes.César no fue un militante tibio, fue aguerrido y activo.
Pero resguardo públicamente su identidad hasta el 20 de agosto de 1996 cuando murió Carlos Jáuregui, y en un acto de honra con el amigo y compañero, dejó de ser para siempre César Vassari para ser definitivamente César Cigliutti.

Cuando en 1987 Carlos y otro grupo de compañeros nos fuimos de la CHA, él se quedó en la organización junto con su pareja de aquel tiempo, Marcelo Ferreyra. 
Creía que podía insistir en reorganizar la CHA y de alguna manera -analizo hoy- no iba a dar un salto a la nada.
Unos pocos años después fundó Gays DC junto a Carlos Jáuregui, Marcelo Ferreyra, Alejandro Modarelli (quién con su inmensa pluma creó la consigna de la organización “en el origen de nuestra lucha está el deseo de todas las libertades”, Luis Biglié, Ricardo Gonzalez y quien esto escribe. La organización que revolucionó el activismo de los 90 y que imantó el incipiente colectivo LGTBI.
La organización que supo reunir a otras seis más (entre las que no estaba la CHA de esa época) y convocó en 1992 a la Primera Marcha del Orgullo en la ciudad de Buenos Aires.En una organización sin rey, y cuya reina indiscutida era Carlos, César era su torre. Aunque él dijera que todas éramos princesas y no había reina, eso en los hechos no era realidad.
César no sólo fue contrapartida de debate. También fue la torre proveedora.
En esta contemporaneidad de financiamientos y subsidios, aquella militancia se sostenía con aportes personales o escasas colectas. Y Gays DC muchas veces se sostuvo con la guita de César.Paraná, la casa de César y Marcelo, sede de Gays DC y donde fue a parar a vivir Carlos luego de que su viudez de Pablo Azcona lo echara a la calle, simboliza mucho de lo que lo estoy diciendo.
Pero esto es para otra nota.

Con la muerte de Carlos todo cambió para todos. 
Cada cual hicimos el duelo como pudimos o cuando pudimos. O quizás haya alguien que nunca lo haya comprendido demasiado.Gays DC se dispersó como arena entre los dedos y César retomó el sueño interruptus de la CHA, ahora ya sin Ferreyra, pero con un nuevo Marcelo en su vida: Marcelo Sountheim, su viudo.Indudablemente César es una figura esencial en el activismo LGTBI de la Argentina.
Tan esencial como muches otres.
Pero hay cosas que lo distinguen.
Fue el único activista en integrar todas las comisiones organizadoras de la Marcha del Orgullo hasta hace dos años donde la CHA junto con otras organizaciones se fueron de la Comisión por diferencias de estrategias e intentaron crear otro polo activista. 
Discutí mucho con él sobre esto.
Su figura debía estar más allá de cualquier tironeo de internas. Pero no me hizo caso. Sus estrategias eran diferentes y sus alianzas distintas.
Una cosa le pude decir “si vas a disputar poder, el poder si disputa en la calle”.
El año pasado, la columna que su organización encabezaba volvió a la Marcha del Orgullo, cerrándola, al final, casi ya sin luces, en un lugar inmerecido para César, para la CHA y para la historia del activismo LGTBI de la Argentina.Se escribieron muchas cosas estos días desde el viernes que se supo de su muerte.
Aún no lloré, quiero pensar bien y reflexionar.
No es sencillo despedir a alguien que conocí desde más de tres décadas, alguien que abrazaba tan lindo (este año nos abrazamos dos veces antes de la pandemia ¡que ironía!). 
Alguien con el que no pude reencontrarme para decirle muchas cosas.
Alguien que tal vez no quiso que se las dijera.Cuando filmamos “El puto inolvidable. Vida de Carlos Jáuregui” le dije al director Lucas Santa Ana que una de las personas imprescindibles que debía dar su testimonio era César. Se nos resistió un montón, a tal punto que Lucas estuvo a punto de no hacerle la entrevista porque nunca nos daba cita. Sin embargo, un día lo logramos. Fue la última entrevista que hicimos, y si ven el documental verán que es una de las más hermosas.Cuando compilé “Acá estamos. Carlos Jáuregui, sexualidad y política en la Argentina” también supe que César era imprescindible en ese libro. Que debía ser una de las personas que escribiera. Y si bien fue una ardua tarea, finalmente lo conseguí.Cuando se inauguró la Estación de la Línea H de Subte bautizada Carlos Jáuregui, fue César el que habló en nombre de todo el activismo.Hacía de esencial era. 

Y es que no se debe analizar a un activista como César sólo en una parte de su historia. 
Las trayectorias no se construyen en un día.
Las trayectorias se construyen segundo a segundo, mes a mes, año tras año, década a década.
A veces con vientos a favor y a veces con vientos en contra.Con la muerte de César se va cerrando una puerta al pasado del activismo de los 80 y los 90.
Quedan pocos nombres vivos para testimoniar ese tiempo.
Quedamos pocos.Personalmente creo que el mejor legado que deja César es que más allá de las diferencias, de las diversas estrategias, o de los temporales enojos, lo que queda en el recuerdo de los cuerpos es la latencia de los abrazos.
Y los abrazos son inolvidables.
(*)
Escritor y periodista.
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En esta nota:

Gustavo Pecoraro
Comunidad Homosexual Argentina
César Cigliutti



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