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Salud mental y estigma – El Mostrador



Desde los inicios de la cultura moderna y en las democracias liberales actuales se puede escuchar un discurso que propone trabajar más allá de las diferencias, tolerar “ lo otro” y “convivir con el desacuerdo”. Buscando también el bienestar y una situación de equidad especialmente para las minorías sexuales raciales y étnicas.
Habría que agregar otra minoría cada vez mayor, la de las personas que padecen o han padecido algún tipo de patología mental. Un tema acerca del cual la historia de nuestra cultura occidental ha mostrado la indesmentible tendencia a ponerlo “lo más lejos posible”, como lo prueba el origen en Chile de La Casa de Orates en 1852, posteriormente llamado Manicomio Nacional en 1928 y rebautizado como Hospital Psiquiátrico en 1955, actual Instituto Psiquiátrico “Dr. José Horwitz Barak” desde 1983. Como sus antecesores en otros países, estos recintos alejados del centro urbano, con el crecimiento de las ciudades pasaron a forman parte de un “nuevo centro”, en interesante analogía con la incorporación de “la locura” humanizada en la propia escena cotidiana de “los normales”
Los seres humanos “normales” vivimos en conflicto psíquico.
Una de sus manifestaciones es el desconocimiento de nuestra propia “patología”, esa que muchas veces es absolutamente obvia y visible para los otros.
Esa mirada del otro que generalmente nos sorprende y, si no sintoniza con la idea que tenemos de nosotros mismos, el resultado casi seguro es la sensación de amenaza.
Tal es así que Incluso en un gremio aparentemente desprejuiciado con el concepto de enfermedad como el gremio médico un estudio de 2106 mujeres médicas (Gold, KJ., Andrew, LB.) encontró que sólo el 6% con diagnóstico formal o tratamiento de enfermedades mentales había revelado su condición o su estado.
¿Cómo se constituye la escena entonces para una población general que tiene menos familiaridad con la enfermedad y por lo mismo con más posibilidades de experimentarla amenazantemente?
El resultado es el estigma social, una nueva cédula de identidad sin derechos.
A comienzos de la década del 2000, la Asociación Mundial de Psiquiatría (WPA )puso en marcha programas destinados específicamente a luchar, y en lo posible evitar, el estigma de las enfermedades mentales, puesto que la discriminación negativa con las que se le asocia generalmente, representan obstáculos significativos al desarrollo de los programas de salud mental (Sartorius, 2003).
En distintos momentos históricos el lenguaje asociado con las patologías mentales tiene connotaciones de valor, “loco”, “psicópata”, “sociópata”, “insanidad moral” suena distinto a cáncer, neumonía y diabetes. Evidentemente relacionado con el carácter perturbador de sus expresiones en términos sociales y culturales.
El desarrollo de la medicina y la psiquiatría especialmente no permite sostener este escenario sin un dejo de vergüenza. Ya no se trata de sensibilidades afines a una determinada profesión, sino de datos duros, más bien irrefutables.

Un cuarto de la carga de enfermedad y discapacidad en nuestro país es producto de los trastornos de salud mental.
Un 13% de las muertes en Chile están relacionadas con el consumo de alcohol.
La pérdida de productividad resultante de la depresión y la ansiedad, dos de los trastornos mentales más habituales, tiene un costo en la economía mundial de US$ 1 billón cada año.
La depresión es una de las principales causas de enfermedad y discapacidad entre adolescentes y adultos. Afecta principalmente a las mujeres y es 1,5 a 2 veces más frecuente en personas de nivel socioeconómico bajo, siendo la pobreza un factor que contribuye significativamente su desarrollo.
En nuestro país sólo una de cada 5 personas con depresión recibe tratamiento (ENS 2016-2017)
En Chile alrededor de 30.000 personas al año intentan acceder infructuosamente a un tratamiento para rehabilitarse de sus adicciones. Por cada paciente con conducta adictiva hay 3 a 5 personas lesionadas emocionalmente

Es necesario promover la salud general y no sólo actuar cuando se la pierde, para lo cual es fundamental entender que no hay salud general sin salud mental.
El dato insostenible es que hoy Chile gasta solo un 2% de su presupuesto anual de salud en salud mental, cifra muy inferior al 6% que recomienda la OMS.
Sin duda necesitamos modificar esta situación.



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