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Evitar la trampa de la rutina en los procesos de enseñanza



Hace algunos años publiqué -en un medio hoy desaparecido- un artículo cuyo título era “Algunas ideas para mejorar la docencia”, en el cual presentaba una especie de decálogo con sugerencias para quienes, sin ser profesores formados como pedagogos, ejercemos el oficio en aulas universitarias. Traigo a colación, en este mes del profesor, una de esas ideas.
Para quienes han impartido por segunda vez una asignatura saben que repetir los procesos (presentación, desarrollo de clases y actividades, pruebas, etc.) es una tentación. La razón es muy simple, ahorra tiempo de preparación y da un margen de seguridad de que podemos hacer mejor aquello ya experimentado. Es verdad, pero el riesgo es que nos pasemos varios años haciendo las mismas clases, de la misma forma, con los mismos ejercicios y actividades, incluso repitiendo las mismas pruebas. Esta rutinización de la enseñanza, así como ocurre en otras experiencias humanas, puede llevar a quitarle atractivo a lo que hacemos y si nuestras clases se tornan poco atractivas para nosotros la lógica es que para los estudiantes también lo sean.
Hay docentes que tienen pesadas cargas horarias (30 o más horas de clase por semana) y deben realizar un mismo curso en tres o cuatro carreras distintas y a veces lo hacen desde hace varios años y en distintas instituciones.  Si calculamos que para cada hora de clases se necesita al menos una de preparación (lecturas, redacción de guías o pautas de trabajo en aula, revisión de tareas, pruebas, exámenes, etc.), y la jornada legal laboral en Chile es de 44 horas, la lógica indica que un profesor no debería dictar más de 22 horas de clases por semana.
Para quienes tienen la posibilidad de evitar la rutina, hoy con la existencia de Internet, existen ilimitadas condiciones para ser creativos y para adaptar a nuestras clases -innovadoras, creativas, atractivas-, todos los recursos que están en la realidad virtual. Atrás quedaron los tiempos de la tiza y pizarrón y el de las transparencias, aquellas láminas plásticas que costaba imprimir y que requerían de un aparato llamado retro-proyector que no siempre estaba disponible.
Hoy -pandemia mediante- muchos son los docentes que para realizar una clase usan diversidad de recursos tecnológicos que les permiten dar variedad, novedad, interacción a su clase. Es cuestión de proponérselo, pero esto también lleva tiempo y es un esfuerzo que también hay que actualizar año a año.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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