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Comenzar a gobernar – El Mostrador



Si un ministro del Gobierno del ex Presidente Sebastián Piñera hubiese sido cuestionado por maltrato laboral o por pagos indebidos de horas extras, como ha ocurrido con la recién asumida ministra de Deportes, desde el Frente Amplio no hubiesen desaprovechado la oportunidad para llenarlo de calificativos y endosar su conducta –al menos en parte– a la totalidad del sector al cual hubiese pertenecido. Si un jefe de cartera del Gobierno que terminó –como acaba de suceder con el secretario de Agricultura– hubiese hecho gala de sus privilegios para amenazar a un trabajador, desde la oposición hubiesen puesto el grito en el cielo y, tal como en el ejemplo anterior, hubiesen tildado al Gobierno, en su conjunto, como una entidad reproductora de dichas conductas.
Una vez en el Gobierno, sin embargo, pareciera que algunas acusaciones no son tan intolerables; los ministros del comité político han salido a contextualizar, matizar y explicar las situaciones que han afectado a quienes los acompañan en el gabinete. Aquello revela una cuestión fundamental: el Ejecutivo y su coalición –que durante años se caracterizaron por la acusación fácil– están perdiendo aquella particularidad que a ratos los hacía insoportables: la de no tener pecado alguno.
Ninguno de ellos podrá decir, a partir de ahora, que jamás toleraría contar con los servicios de un ministro que ostente sus privilegios; o que por ningún motivo permitiría que alguien acusado de maltrato laboral lidere una cartera. El cerco se les comenzará a cerrar y, a medida que avance el Gobierno, se darán cuenta de que muchas de las prácticas que tanto condenaron –porque condenaban, no se limitaban a criticar– de la Concertación y la derecha, se encontrarán con frecuencia en sus mismas filas y, tal como lo han hecho hasta ahora, se hallarán buscando matices y contextos que les permitan salir airosos de la situación.
Cuando aquello quede de manifiesto –lo quedará– la coalición de Gobierno perderá un arma letal a la hora de participar de la vida política; tendrá que ceder, al menos en parte, el pedestal moral que ha utilizado hábilmente, entre otras herramientas, claro, para llegar al poder.
Defender cuestiones de dudoso carácter moral puede ser visto como un acto malicioso o hipócrita, pero seguramente no hay Gobierno en la historia que no lo haya hecho. Tener que explicar, en este caso, las conductas de los ministros, es justamente comenzar a gobernar.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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