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Porotos, marraquetas y soberanía alimentaria



Definir qué es lo que se entiende nacional e internacionalmente por el concepto de soberanía alimentaria no es difícil. Ese concepto se ha venido afinando a lo largo del presente siglo, y la última definición realizada por la FAO dice los siguiente:
“La  seguridad alimentaria es una situación que existe cuando toda la gente, en todo momento, tiene acceso físico y económico a alimentos suficientes y nutritivos que cubren sus necesidades y preferencias alimentarias y le permite realizar una vida activa y saludable”.
Así dichas las cosas, se trata de una meta de política económica de alto valor ético, con la cual es muy difícil estar en desacuerdo. Sin embargo, esa definición puede tener varias lecturas diferentes.
Una lectura posible es postular que un país goza de seguridad alimentaria cuando está en condiciones de suplementar por la vía de las importaciones los déficits que se presenten en la producción nacional de alimentos. Así entendidas las cosas, el elemento central de la soberanía alimentaria radica en el acceso libre y rápido a las corrientes del comercio exterior. Mientras se pueda comprar cualquier cosa en el mercado internacional de bienes agrícolas y de alimentos procesados, todo está bien. Pero para que eso suceda hacen falta, sin embargo, dos condiciones: la primera, el país debe disponer de suficientes dólares como para importar lo que se necesite. La segunda es que el mercado internacional esté lo suficientemente abastecido y accesible como para que sea posible comprar lo que se desee, en cualquier momento. La primera condición depende de las exportaciones globales del país —que es de donde se obtienen en última instancia los dólares para importar— y de la existencia de un buen volumen de reservas internacionales.
Pero los mercados internacionales son extraordinariamente volubles, y siempre es posible que las exportaciones globales del país caigan o que el precio de las importaciones suba, lo cual generaría una situación más difícil para importar aquello que no se produce nacionalmente. Se generaría un mayor riesgo en materia de seguridad alimentaria.
Lo segundo, los canales del comercio internacional, son igualmente complejos e impredecibles, sobre todo hoy en día. La guerra entre Rusia y Ucrania ha puesto de manifiesto que los mercados de hidrocarburos y de cereales no están seguros para nadie. Probablemente se producirá menos de esos bienes, y seguramente habrá muchos condicionantes políticos respecto a quién comprar. El mercado internacional de esos bienes se complicará para todos, sobre todo para un país como Chile que tiene que importar grandes cantidades de petróleo y de trigo. Y si China se mete, en forma directa o indirecta, en ese conflicto político militar, las represalias y bloqueos resultantes serían absolutamente caotizantes del comercio internacional tal como éste  ha venido configurándose en los últimos 30 años. 
Todo ello obliga a repensar el contenido del concepto de soberanía alimentaria. Si en condiciones normales ésta depende de una feliz combinación entre producción nacional e importaciones, en condiciones de alta inestabilidad comercial, financiera y política a nivel internacional, hay que cambiar las ponderaciones en que se conjuga lo nacional y lo importado. Hay que aumentar el componente nacional de ese paquete alimenticio y reducir el componente importado, además de que es necesario constituir reservas de ciertos rubros alimenticios para una cantidad de meses mayor a lo que es habitual en el presente. 
No se puede pensar, por lo menos en el corto plazo, en producir de todo en materia alimenticia. En condiciones normales es conveniente concentrarse en producir aquello en que somos más productivos e importar aquello que es más difícil de producir en nuestras tierras. Pero en el mundo real y concreto, es importante prevenir situaciones de complicación o de crisis de nuestra inserción en los canales del comercio internacional, y en esas circunstancias hay que seguir alimentando a toda la población, aun cuando los costos sean mayores. De allí que sería conveniente pensar, como país, en priorizar algunos productos en que sería conveniente producir más e importar menos, tales quizás como el trigo y los porotos, al mismo tiempo que se amplíe la capacidad de guarda o bodegaje de esos productos. La soberanía total y absoluta no es posible, ni aun en el campo militar, pero un poco más de seguridad no nos vendría mal. 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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