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Magdalena Solís, de meretriz a “Gran Sacerdotisa de Sangre

San Luis Potosí.- Aún se desconocen el lugar y fecha exacta en que nació Magdalena Solís, o los motivos que tuvo para cometer las atrocidades por las que ahora es conocida. Lo que sí se sabe es que en la década de los sesenta se hizo pasar por la reencarnación de la diosa azteca Coatlicue y fue conocida como “La Sacerdotiza de Sangre”.Todo ocurrió en la década de los sesenta en la comunidad de Yerbabena, San Luis Potosí, donde los hermanos Hernández embaucaron a los pobladores al asegurar que eran sacerdotes que les traerían riquezas a cambio de tributos.Al principio los pobladores creyeron en las palabras de los hermanos y los obedecieron limpiando las cuevas que luego sirvieron como templos, les entregaron dinero y hasta ofrecieron tributos humanos para saciar sus deseos sexuales.Al pasar del tiempo, los pobladores comenzaron a impacientarse al no ver las riquezas prometidas.En ese momento, los hermanos Magdalena y Eleazar Solís se unieron a los Hernández para seguir aprovechándose de la ignorancia de las personas y formar un culto.Maganlena, quien trabajó como prostituta desde 1963, se hizo pasar por la reencarnación de una diosa azteca. Al ver que las personas le creyeron su historia, comenzó a pedir dinero, después objetos y luego jóvenes tributos humanos para satisfacerla en la cama.El culto combinaba la mitología azteca con la inca para engañar al pueblo de yerbabuena. Además, prometían a los pobladores tesoros aparentemente escondidos en las montañas colindantes.Magdalena Solís era una fanática religiosa, tenía delirios de grandiosidad y llegó a perpetrar terribles crímenes con el poder que se le confirió al ser la líder de la secta.Dicho poder fue usado por Magdalena para cumplir con sus perversos deseos sexuales que iban desde el sadomasoquismo hasta la pedofilia. Los líderes de la secta exigían tanto hombres como mujeres como tributos sexuales, según  relata Martha Alicia Rendón Tamayo, de la Sociedad Mexicana de Criminología en Nuevo León. Ella asegura que los hermanos Hernández pasaron de ladrones a esclavistas sexuales y estafadores.Tanto los Hernández como los Solís solían organizar orgías en Yerbabuena con el uso de drogas.Cuando dos personas quisieron abandonar el culto y manifestaron su hartazgo sobre los tributos económicos y sexuales, los otros fervientes seguidores los acusaron con los líderes.La Gran Sacerdotisa de la Sangre decretó que debían morir. Según relata Richard Gllyn jones, en su libro The Mammoth Book of Who Kill, las víctimas fueron linchadas.Luego de los primeros asesinatos dentro del culto, los líderes comenzaron a pedir sacrificios humanos.Lo anterior dio lugar a los rituales de sangre, mismos que ocurrían cuando una persona acusada de ser disidente era golpeada, quemada y mutilada por los integrantes de la secta.Las víctimas eran desangradas hasta morir. La sangre era mezclada con sangre de pollo que después era bebido por la sacerdotisa, luego por Cayetano, Santos, Eleazar y al final el resto de los miembros del culto.Una noche de mayo de 1963, un joven de 14 años llamado Sebastián Guerrero se percató de lo ocurrido y corrió cerca de 25 kilómetros hasta encontrar la comisaria de policía más cercana.Al oír la historia del joven, los policías comenzaron a reír al creer que él deliraba. Sin embargo, el investigador Luis Martínez se ofreció a escoltarlo al lugar que describió.Luis Martínez y Sebastián Guerrero nunca más fueron vistos con vida. Tras su desaparición, la policía junto al Ejército arribaron el 31 de mayo de 1963 a Yerbabuena, donde dentro de una finca arrestaron a Magdalena y Eleazar Solís con grandes cantidades de marihuana.Santos Hernández se opuso al arresto y fue acribillado con armas de fuego, mientras Cayetano fue asesinado por uno de sus adeptos, identificado como Jesús Rubio, quien pensó que tener una parte del cuerpo de su líder lo salvaría.En las cuevas encontraron los cuerpos de seis personas, incluyendo los cadáveres desmembrados de Guerrero y Martínez.Te recomendamos leer:  Pese a las atrocidades cometidas por los cuatro estafadores, los pobladores no se animaron a denunciarlos ante los policías. Por ello, solo se les pudieron comprobar los asesinatos de adolescente Sebastián Guerrero y el oficial Luis Martínez.Los hermanos Solís fueron condenados a 50 años de prisión.



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