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Combatiendo la deserción universitaria – El Mostrador



Una reciente encuesta reveló que la deserción universitaria en Chile se ha agravado en estos últimos años a raíz de la pandemia. A los factores socioeconómicos o razones vocacionales que tradicionalmente han incidido en esta problemática, ahora se sumaron motivos de salud: no solo física, sino especialmente mental. 
Los dos años y medio que llevamos conviviendo con el COVID nos hicieron retroceder en este aspecto. Pero a medida que el virus se bate en retirada (al menos como un peligro mortal), sus externalidades negativas en la salud y estabilidad emocional de los estudiantes debiesen también bajar. 
Sin embargo, no podemos decir lo mismo de la otra gran causa detrás de las tasas de deserción que muestra la educación superior: las económicas y sociales. A miles de estudiantes de todo el país, la necesidad de generar recursos para mantenerse ellos o a sus familias, los lleva a tomar la decisión de posponer, congelar o abandonar definitivamente sus estudios. Al hacerlo no solo frustran sus sueños sobre un futuro mejor. En el caso de aquellos que son la primera generación en cursar educación técnica o universitaria, se frustra también la movilidad social y el país como un todo es el que pierde. 
El problema de fondo es que el sistema no ayuda a evitar que esto suceda. Las universidades e institutos profesionales en general tienen mallas curriculares muy extensas y formatos bastante inflexibles, que obligan a los jóvenes a trabajar de noche o los fines de semana, dejándoles poco espacio para complementar trabajo y estudios. Investigaciones realizadas en Chile arrojan, por ejemplo, que la mitad de los jóvenes entre 25 y 29 años desertan de sus carreras en el primer año, donde en muchos casos la incompatibilidad entre trabajar y estudiar es un factor determinante. 
Por otro lado, muchas empresas requieren los servicios de jóvenes para que realicen trabajos esporádicos, pero no saben dónde buscarlos y que estos respondan al perfil adecuado para el trabajo que se necesita. Así, se desperdician miles de oportunidades que beneficiarían a quienes necesitan de esos empleos para no tomar una decisión que afectará su proyección a futuro. 
En Norteamérica y Europa, pero incluso en varios países de América Latina, es común que los estudiantes trabajen al mismo tiempo o practiquen algún deporte de manera profesional. Eso se logra cuando institutos de enseñanza superior y centros de formación técnica flexibilizan sus mallas de estudio y las empresas hacen lo mismo con sus horarios, generando un círculo virtuoso en el que todos ganan. Pero nuestro país muestra un retraso importante en esa materia. 
Contribuir a ese cambio cultural para generar experiencias win-win-win, con beneficios para ambas partes y la comunidad que los rodea, es lo que motiva el trabajo de UWork. Conectamos a empleadores y estudiantes para que los primeros puedan resolver urgencias laborales con personal calificado y responsable. Y los segundos tengan la posibilidad de generar ingresos propios mediante trabajos esporádicos que les permiten una primera aproximación a la experiencia y responsabilidad que supone trabajar en el día a día, sin poner en riesgo la continuidad de sus carreras. 
Al generar un match entre el tiempo libre de los universitarios y aquellos trabajos que se adecuan mejor a sus capacidades y fortalezas, no solo armonizamos las necesidades laborales y de estudios. También les damos la oportunidad de agregar valor a su desarrollo como futuros profesionales, brindándoles la oportunidad de contar con una labor remunerada a aquellos que lo requieren. 
Es necesario que la comunidad educativa comprenda los beneficios que genera a los jóvenes el desarrollo de habilidades profesionales tempranas. Les permite estar mejor preparados para enfrentar los desafíos laborales que tendrán a futuro, puliendo el desempeño que tendrán antes de iniciar su vida laboral propiamente tal. Eso les facilita posicionarse en trabajos idóneos de acuerdo con su perfil, aumentando así sus posibilidades de éxito profesional. 

Cuando los estudiantes comienzan a generar sus primeros ingresos propios, sin comprometer sus estudios, sino complementándolos de manera armónica, se genera una serie de externalidades positivas. 
Por lo pronto, ellos desarrollan un sentido de responsabilidad y autosuficiencia que les servirán de por vida. El sistema educativo, por su parte, se beneficia de una menor deserción universitaria por falta de recursos. Y en último término es todo Chile el que progresa cuando esos talentos se desarrollan y empujan la movilidad social. 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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