Amor y comunismo | EL DEBATE



A finales de los 40, muchos países europeos eran unas ruinas.La desesperación era el sentimiento que gran parte de la población de esos países manifestaba y compartía. Por todos lados había rapiña, violencia, hambre, desconcierto.Para colmo, en esos años se fue gestando una nueva guerra que volvería a enfrentar a las naciones más poderosas del planeta.Aunque esta nueva guerra no se manifestaría con explosivos enfrentamientos de ejércitos en las calles de las ciudades, tampoco en las campiñas, menos en el mar o en los cielos.Aquí la batalla sería entre dos formas ideológicas, políticas y económicas de ver el mundo: el naciente comunismo y el ya maltrecho capitalismo.Y las naciones que comandaron ese enfrentamiento fueron la entonces llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, hoy Rusia; y los Estados Unidos.Históricamente llaman a esa guerra: la Guerra Fría, y considerarla el telón de fondo perfecto para contar una entrañable historia de amor y música en la que las insinuaciones de un thriller de espionaje no se asomen, resulta francamente impensable.Pero eso es lo que hace el director y guionista Pawel Pawlikowski (1957, Varsovia) con Cold War (2018, Polonia, Francia y Reino Unido).El ya galardonado director nos cuenta una entrañable historia de amor en blanco y negro que durará quince años, nos hará recorrer varios países europeos en su propia fase de reconstrucción, nos mostrará las entrañas del naciente comunismo y nos hará conocer parte de la historia de sus padres. Porque su historia es la que inspiró esta película.Según nos cuenta la cinta escrita por el propio Pawlikowski junto con Janusz Glowacki y Piotr Borkowski, a finales de los 40 y principios de los 50 el recién creado partido Comunista buscó formas para acercarse a la población rural.Para lograrlo, comenzó a implementar varios programas de apoyo a la población. Uno de esos programas consistió en buscar a personas que tocara música folclórica.Se mandó a todas las comunidades, sin importar qué tan lejos estuvieran, a personas para grabar esas canciones e ir haciendo un archivo sobre la cultura e identidad del pueblo.Así es que conocemos a Wiktor (Tomasz Kot) y a Irena (Agata Kulesza). Ambos graban canciones folclóricas para el Ensamble Mazurek. Su labor es encontrar y grabar esas canciones representativas de cada comunidad y a nuevos artistas.A una de sus audiciones llega Zula (Joanna Kulig), una joven campesina que en lugar de presentarse con una canción folclórica, lo hace con una canción popular rusa que, dice, la aprendió al ver una película.Irena no está del todo conforme con ese cuento, pero Wiktor queda encantado con la joven y le ve potencial. Por su magnética presencia, Zula no tarda en convertirse en la estrella del Ensamble Mazurek, que comienza a viajar por toda Europa.La joven encanta al público tanto como ya encantó al temperamental Wiktor.



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