COVID-19 y sus implicancias ambientales



Las medidas adoptadas por distintos países para enfrentar la emergencia sanitaria asociada al COVID-19 han traído consigo algunos efectos secundarios positivos para el medio ambiente, el calentamiento global y la salud de las personas, que pueden verse reflejados en la reducción de la contaminación atmosférica y en la emisión de gases de efecto invernadero (GEI).
En este sentido, imágenes satelitales levantadas por la Agencia Espacial Europea (www.esa.int) muestran una significativa reducción de dióxido de nitrógeno (NO2) en China y Europa, particularmente en el norte de Italia, después de las medidas de aislamiento social tomadas por estos países.
En China, el Servicio de Monitoreo de la Atmósfera de Copernicus (CAMS) observó una disminución del material particulado fino (PM 2,5) en febrero de 2020 en comparación con el mismo mes para los tres años anteriores. Al combinar observaciones satelitales con modelos informáticos detallados de la atmósfera, sus estudios indicaron una reducción de alrededor del 20-30% de este contaminante en gran parte de China.
Adicionalmente, es probable que a fines de este año Alemania cumpla su meta de reducir en un 40% las emisiones gases efecto invernadero respecto de los niveles presentados en 1990 (Agora Energiewende, 2020), algo completamente impensado hace algunos años.
En Chile, la contaminación atmosférica en Santiago proviene principalmente de la industria (30%) y del transporte (31%) de acuerdo con el estudio “Efecto cuarentena voluntaria en calidad del aire de Santiago”. Al realizar un análisis preliminar de gases NOx desde el 14 de marzo hasta el 6 de abril para el periodo 2015 – 2020 en 3 estaciones de monitoreo distintas (Las Condes, Parque O’Higgins y Pudahuel) observamos que la concentración promedio presenta una disminución significativa en 2 de las estaciones (Las Condes y Pudahuel) y de hasta un 58% (Figura 2) respecto al año 2018.
Por otra parte, Raúl Cordero, climatólogo y académico del Departamento de Física de la Universidad de Santiago, observa algo similar utilizando la red de monitoreo global Aeronet de la Nasa para la medición de “aerosoles”, que son las partículas en suspensión en el aire, entre las que está el material particulado, generado por fuentes fijas (industrias) y fuentes móviles (vehículos). El análisis muestra que el espesor óptico de Aerosoles en Santiago bajó entre 20 y 25% entre el 15 y 25 de marzo en Santiago, debido a la menor circulación de vehículos particulares.
En consecuencia, estos efectos inmediatos que podemos percibir en nuestro entorno, podrían dejarnos la sensación de que estamos avanzando en nuestro desempeño ambiental, por ejemplo, en el cumplimiento de las metas de reducción de emisiones de GEI para el 2030 y el 2050. Sin embargo, debemos ser cautos con que esta sensación de progreso ponga en riesgo las estrategias definidas y aquellas que están en trabajo por los distintos países para enfrentar el cambio climático y quite la urgencia a la implementación de medidas, más aún en un contexto en que los recursos públicos están siendo demandados por la salud y la economía. Una muestra de lo anterior ocurre en Alemania, donde la Cámara de Industria y Comercio anunció que, en el contexto actual, la reciente baja en las emisiones debería postergar en 2 años la implementación de las nuevas tasas de carbono para el sector transporte y energía/calefacción para combatir el cambio climático, con el fin de contribuir a la recuperación de la economía (cleanenergywire.org); o el anuncio reciente del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, que relaja el cumplimiento ambiental con el fin de activar la economía.
Primero, es importante considerar que, actualmente, es difícil evaluar los efectos de esta reducción temporal de emisiones en el largo plazo, ya que por ejemplo, en el caso del NO2, este permanece en la atmósfera por no más de un día, por lo que las reducciones observadas no necesariamente tendrán un impacto en el calentamiento global, y además, estas reducciones podrían verse fácilmente enmascaradas por el efecto rebote asociado a la recuperación de las actividades económicas en un contexto de mayor laxitud ambiental. Los expertos concuerdan en que es demasiado pronto para extraer conclusiones definitivas acerca del impacto del fenómeno COVID-19 en las concentraciones de gases de efecto invernadero.
Segundo, es oportuno entender que para la articulación del análisis de los impactos por la pandemia por Covid 19 y las rápidas medidas tomadas no es tan distinto a lo que se pueda requerir para limitar el cambio climático u otros daños ambientales, como la contaminación del aire, agua y suelo, más aun teniendo en cuenta que este tipo de problemas ambientales se extiende por períodos mucho más largos que el de la pandemia de Covid 19. En este sentido, si hay algo que debemos ser capaces de rescatar y aprovechar de la crisis del COVID-19, es el mayor nivel de concientización, unidad, conciencia colectiva, y la creciente demanda de información de calidad por parte de la población, y el sentido de colaboración adquirido para elaborar una estrategia de comunicación efectiva, la rápida gestión de los recursos por parte del estado, la fluida promulgación de nuevas leyes y decretos que permiten entender el fenómeno y asegurar el compromiso de los distintos actores (autoridades, científicos y comunidad) para diseñar e implementar estrategias para hacer frente de forma efectiva a emergencias sanitarias u otras.
El contexto actual, nos demanda tener la capacidad de replicar este aprendizaje no sólo a contingencias como la del COVID-19 sino que también a crisis que también requieren acciones de corto plazo pero especialmente de largo plazo, como lo son la emergencia derivada del cambio climático, la crisis hídrica, las crisis por intoxicación en zonas de sacrificio con altos niveles de contaminación y aquellas que se pueden originar en territorios en los que, frente a un incipiente desarrollo industrial, se están poniendo en riesgo el uso sostenible de sus recursos.
Las oportunidades son muchas, y posiblemente deben ser estudiados a mayor profundidad, pero a estas alturas ya tenemos suficientes antecedentes de los beneficios ambientales del teletrabajo, por lo que podría promoverse la adopción definitiva de éste, que disminuye los desplazamientos y ha impactado positivamente en la reducción de gases contaminantes en la atmósfera, especialmente, en aquellas actividades en que la experiencia ha sido positiva tanto para los trabajadores como para las instituciones/empresas.
Adicionalmente, nos invita a trabajar en replicar la estrategia para enfrentar la crisis hídrica que afecta actualmente a nuestro país, donde casi 1,5 millones de personas residen en una vivienda sin agua potable (8% de la población), y que podría tener, de no tomarse medidas de forma urgente, un impacto sin precedentes en más de un 80% la población, en términos de acceso de agua para consumo humano e higiene, lo que terminaría por afectar significativamente la calidad de vida y salud de las personas; lo anterior, sumado a los impactos en el medio ambiente y la economía (agricultura, energía, etc). Ser proactivos en este caso permitiría anticiparnos a un punto de no retorno, en que los efectos adquieran un carácter permanente o difícil de revertir, en términos económicos, ecológicos y de salud.
Y así, podríamos mencionar otros casos que también requieren con urgencia replicar la experiencia adquirida, como lo son el desarrollo de planes de recuperación efectivos para zonas saturadas como Puchuncaví y Quintero, y el desarrollo de un marco para la producción sostenible de litio en Chile.
En este contexto, la comunicación efectiva, el acceso a información de calidad, procesada, en línea y transparente adquiere gran relevancia para que la población y los tomadores de decisiones se informen y actúen con la evidencia en mano. Lo anterior, permitiría, por ejemplo, a la opinión pública tener elementos claros para rebatir a los escépticos del cambio climático.
Finalmente, es fundamental tener presente que somos una especie vulnerable a las reacciones de nuestro planeta (GAIA) frente a la forma en que lo estamos habitando, por lo que las acciones que se tomen para enfrentar la crisis económica producto del COVID-19 deben estar alineadas con objetivos de sostenibilidad a largo plazo. Por otra parte, entendiendo el alto costo que tienen las medidas de mitigación, como sociedad debemos caminar hacia una gestión preventiva de las potenciales crisis ambientales, entendiendo el desarrollo y bienestar desde la sostenibilidad y no desde una mirada económica cortoplacista. El contexto nos llama a revisar seriamente y de forma urgente el modelo de sociedad y de desarrollo sobre los que nos proyectamos en el futuro.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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